Toda auténtica universidad pública democrática recibe y promueve, contiene y difunde, la naturaleza de sus componentes.

Importa celebrar los trescientos años de la Universidad Central de Venezuela, institución autónoma esencial en su devenir para un país milagrosamente democrático por cuarenta años continuos y no solo territorio para caudillos, dictadores y presidentes autoritarios, ahora suelo de invadidos pobladores. Cada egresado puede asumir su aporte  de investigador, académico, profesional o  simple ex alumno comentarista testimonial  sobre la etapa que le tocó vivenciar en sus aulas con la óptica que le otorga una pertenencia genética indestructible, sin distancias de tiempo, espacio, ideología o militancia política.

De nuevo, en primera persona y aprovechando que el Dr. Alzheimer hace visitas pero aún breves, recuerdo cuánto significó conocerla casi a fondo durante su tenso período transicional entre los  finales de la dictadura perezjimenista y la democracia de difíciles inicios, inscrita en la casa  luminosa que “vence las sombras” y se abrió  para cobijar por igual a sufrientes retornados del exilio en armonioso intercambio con apolíticos y sobrevivientes de la oposición clandestina.

La Escuela de Letras en su primera graduación pos dictadura fue la promoción José Fabbiani Ruiz (1960) de siete alumnos disímiles.Una abogada especialista en derechos de la infancia, un bachille ateo izquierdoso del interior con vocación de espía que averigua el pasado literario nacional más oculto, una señora de la alta clase media, un sacerdote jesuita español nacionalizado y profesor en liceos nocturnos, dos señoritas cristianas adictas a las artes y esta servidora hija de inmigrados judíos polacos necesitada de un oficio que combinara lectura con labor pedagógica.

Al ingresar en el año 1956 esa escuela de la Facultad de Humanidades y Educación era un edificio de tres pisos justo a la izquierda de la entrada principal, antiguo albergue de monjes, ruinoso, húmedo, con pupitres rotos y extraños profesores que exigían silencio y atención durante sus monólogos. Atmósfera represiva para conversar si acaso en la jerga ‘cuti’ pues los esbirros del régimen ocupaban incluso los baños pretextando tareas de limpieza. Cero bibliotecas y otras áreas para consulta, estudio y recreación.

Enero 23 del 58 fue la libertad ansiada y ansiosa mientras habilitaron espacios clausurados. Renovaron los programas de cada escuela en las distintas facultades, un emocionante intervalo que percibimos como torbellino, mezcla de impaciencia y esperanza bien definidas.

Y se instaló entonces el privilegio de admirar en vivo a Mariano Picón Salas, inaugurando varios años la cátedra de Literatura Hispanoamericana junto a decenas de muy preparados docentes formados en otras tierras, Argentina y México en especial. La perseguida España republicana nos otorgó la crema y nata de sus humanistas.

Y tan importante como ese legado intelectual fue el contacto estrecho, íntimamente respetuoso, recostados sobre la tersa grama de sus jardines, rodeados de murales y otras joyas del moderno arte plástico, las lecciones de recta biografía que dictaban con humilde solidaridad amistosa, sin rencores ni reservas varios retornados, el comunista ortodoxo Jesús Sanoja, los poetas Rafael Cadenas y Guillermo Sucre, entre otros, que nos leían sus recientes versos.

Por otra parte, asistíamos a frecuentes concentraciones en la Plaza del Rectorado para rechazar los intentos golpistas de militares resentidos en plan vengador, manifestaciones que fueron clases nutrientes de política activa porque se denunciaba a voz en cuello con sus  nombres propios a los insurrectos. Era la libertad imprescindible para avanzar en el civismo, dura lucha con armas invisibles manejadas por cada ser humano que merezca ese título si aspira a ciudadanía como individuo útil a la vez forjador de una comunidad nacional regida por inviolables leyes fundacionales, de competencia profesional y convivencia sin límites. Universitario autónomo es frase de sustantivo y adjetivo que significa persona y organismo unificador de la diversidad para conocer, descubrir, discutir, analizar, producir y difundir conocimientos teóricos y prácticos de toda disciplina humanística y científica sin discriminaciones.

Así mismo, esa matriz con alma que albergó a la diversidad pacifista, poco después parió también el germen de la violencia fratricida con su foco en la Cuba castrista. Adultos y jóvenes, impacientes y envenenados por el falso heroísmo fidelista, fueron conducidos hacia la guerrilla rural y el terrorismo urbano, principio del infierno actual, pues la Pacificación que como indulgencia optativa les regaló la democracia en la década los sesenta, no eliminó del todo la vocación cainista revolucionaria de muchos que mancillaron a la UCV con agresivos mítines, laboratorios y fábricas de armamento bélico. Allí  se forjaron múltiples graduados y sus descendientes que hoy militarizados hasta la bestialidad sin pausa destruyen cada milímetro conceptual y físico de la esencial democrática UCV. Con la intención de transformarla en cuartel académico de su partido político único, regimentado por el sistema totalitario.

Toda auténtica universidad pública democrática recibe y promueve, contiene y difunde, la naturaleza de sus componentes. Por ciclos ocasionales o fija permanencia según su tradición. La UCV fue seminario de religiosos, faro independentista refundada por Simón Bolívar, varias veces asediada, clausurada y resucitada por intereses de turno. En definitiva es cuna, patio de juegos, salón de estudios, sala de emisión, nítido reflejo de la sociedad que la genera en su historia global.

Por ahora, segunda década del siglo XXI, desde hace veinte años buscan someterla gorras color sangre inocente de sus víctimas tal cual sucede en todo su entorno territorial hoy con diecinueve estados bajo control guerrillero y terrorista. La espían y destruyen colectivos oficiales en uniforme y paltó con  sus criados cuervos, similares bandas delictivas que en llano, selva, costa,  montaña, tribunales, palacios y guarniciones se devoran en constante guerra sucia por alcanzar el narcopoder absoluto.

Pero todavía suena el musical santo y seña del regreso a “Nuestro  mundo de azules  boinas / os invitan su voz a escuchar/empujad hacia el alma y la vida/ en mensaje de marcha triunfal/. Este, su himno, más allá de orfeones, significa terca, obstinada civilidad.

¿Cuándo se podrá decir al unísono, imitando a don Miguel de Unamuno, quien luego de múltiples avatares, al regresar a su cátedra en la Universidad de Salamanca musitó «…como decíamos ayer»?

alifrei@hotmail.com

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