Dos textos, en este caso sobre el mismo tema, recitados por sendos actores que asumen personalidades disímiles sin interactuar entre sí.

Teatro breve

Monólogos entrelazados para dos actores

Nota preliminar

En el marco de Ideas de Babel se ha ido perfilando una corriente de pensamiento, de generación espontánea, cuyo eje es la mujer en lo concerniente al feminismo, a su rol de víctima del abuso sexual y a otros asuntos más o menos relacionados.

Arranca con un artículo de Antonio Llerandi (Conductas depredadores / ESTUPOR POR ESTUPRO. 7/05) al que responde otro, con intención polémica, de Ibrahím Guerra (Una réplica / SECTARISMO MORAL Y POPULISMO); sin ninguna intención deliberada aporto un leño al fuego con lo de los Versos licantrópicos / Contrapunteo de los poetas maléficos, nota en la que doy a conocer  sendos poemas de Gerardo Pérez Herrera y Agatha de la Fuente, el de la última escrito a partir de la lectura del original de Pérez Herrera, literalmente como respuesta al mismo desde la perspectiva femenina. Ambas obras, breves y contundentes, son similares en cuanto estilo, y de algún modo parecieran enfrentados en su contenido ideológico en respectivas apreciaciones referidas a la mujer. En mi nota hago notar la originalidad de sus enfoques y la corrosividad de sus lenguajes, y destaco mi impresión de que dichos poetas han tomado “una senda perturbadora y poco transitada. Es la poesía maléfica, oscura, nocturnal”. Lo digo refiriéndome a Pérez Herrera, pero mismo puede aplicarse a Agatha de la Fuente.

Creo oportuna, en consecuencia, la idea de volver a meter baza en la corriente con esta pieza de teatro breve aquí titulada Violadores; un escrito experimental que defino como ‘monólogos entrelazados’, por ser dos textos, en este caso sobre el mismo tema, recitados por sendos actores que asumen personalidades disímiles sin interactuar entre sí.

También responde a la idea de experimentación el que el monólogo del Actor 2 sea flexible; está propuesto para incorporar vocablos y expresiones del léxico hamponil vigente en el contexto sociocultural y época en el que se presente.

En su forma original (aquí intacta en su contenido, con algunas modificaciones de forma menores) esta obra es parte de la comedia de mi autoría Diálogos de la paloma (Caracas, 2001); la única de sus escenas seria, vale decir, sin intención burlesca, intercalada en una sucesión de cuadros jolgoriosos, buscando crear un contraste resaltante un distanciamiento, en términos brechtianos que se hiciera sentir como protesta ante la violencia hacia la mujer; un malestar de la cultura (aunque es más adecuado decir: abominable cáncer) que por fin ha hecho responder a la sociedad con la energía debida ante ese abuso; aunque no sin lamentables desviaciones del encomiable objetivo de hacerle justicia a la mujer maltratada, hacia el de enriquecer y publicitar a una mujer taimada.

El elenco de Diálogos de la paloma lo integraron Juan Manuel Montesinos (), Gustavo Rodríguez () y Alejandro Corona; los dos últimos artistas interpretaron, respectivamente, los roles identificados como Actor 1 y Actor 2 de este fragmento. La dirección fue de Armando Gotta ().

Considérese esta versión un homenaje rendido a tan notables figuras del teatro, amigos queridos y respetados.

La obra

Voz en off:

El pene es un hermoso prendedor de ensortijadas crines, un instrumento de placer y de generación, un ícono místico, un símbolo de la prosperidad y la felicidad, pero, desgraciadamente, en ocasiones se comporta como un despreciable malvado…  Algunas estadísticas revelan que hasta 25% de los varones heterosexuales admiten el uso de la fuerza con las mujeres para obtener satisfacciones sexuales. El número de denuncias de violación aumenta cada año; aunque esas cifras apenas son la punta del iceberg. La violación es el delito que más “cifras negras” tiene.  ¿No es un asco?

 

Oscuro breve / Pausa

En la siguiente secuencia Actor 1 es un hombre de la clase media, responsable padre de familia; cometió el delito, pero en modo alguno es un delincuente consuetudinario; luce confundido y avergonzado; trata de dar alguna justificación alegando débiles argumentos; narra los hechos y reflexiona sobre el asunto en el curso de un interrogatorio policial; figura sentado a un lado del espacio escénico.

El Actor 2 es un marginal, delincuente habitual, que cuenta a un compinche, con cínico desparpajo, una de sus tantas violaciones, quizá mientras conversan en una esquina de su barrio y consumen alguna droga. Figura de pie al otro lado del escenario.

Se sugiere actualizar el texto del Actor 2 mediante términos del argot rufianesco del lugar y momento.

La escena se desarrolla como un doble monólogo entrelazado.

El escenario puede ser cualquier espacio.

 

Acto único

Actor l:

¿Cómo fue que terminé metiéndome en este absurdo problema? Yo no sé si lo que pasó puede considerarse una violación en sentido estricto, desde el punto de vista moral y legal, quiero decir… Pero si la mujer declara que ha sido contra su voluntad, no queda más remedio que admitir que, legalmente, fue una violación… Yo no sé lo que pasó: yo soy un hombre de bien; voy a la iglesia, y no soy un católico de la boca para afuera, ¡hasta comulgo y todo!… La gente me respeta… Pero esa niña me rompió los esquemas. Bueno, eso de “niña” es un decir: es una muchacha… ¡casi una mujer hecha y derecha!

Actor 2:

Tú sabes, yo me paro ahí, porque es un recodo oscuro del callejón y hay como una placita. Después de las siete o las ocho por ahí no sube nadie y si alguien viene al escuchar que en el rincón hay acción, se devuelve… Así llaman a ese sitio El Rincón. ¡La gente le tiene miedo! Yo no esperaba a ninguna mujer en particular; ¡uno agarra a la que caiga! La que pasara por ahí, a esa la caía…

Actor 1:

La mayor parte de mi trabajo la hago en la casa, con la computadora, usted sabe… Y eso propició el problema. Ellos son parientes cercanos de mi mujer; estaban pasando por una mala situación, perdieron su apartamento y otras desgracias; entonces yo le dije a mi esposa que podían venir a vivir en nuestra casa, donde sobra espacio, ¡yo fui el de la idea! Fíjese, yo no quiero presumir, pero es para que se dé cuenta que soy buena persona, un hombre de bien…

Actor 2:

Yo estaba bien, tú sabes, una piedrita crack lo pone bien a uno para la cosa.

Actor 1:

Era sábado; yo me había tomado un par de whiskys, pero eso no nada para mí.

Actor 2:

La piedra te pone bien para la acción. ¡Te pone tenso! (Rie). Tú sabes…

Actor 1:

Uno o dos tragos, de vez en cuando; en una fiesta, para relajarme, usted sabe… No soy un alcohólico ni nada de eso…

Actor 2:

Sí, vale, iba armado, pero nada más con mi navaja… A la mujer la agarré bajando… No sé, a lo mejor tenía una urgencia, un enfermo en la casa o algo así; si un carajito se enferma hay que ir a comprar un remedio y las que salen son mujeres… Sí, porque viven muchas mujeres solas con sus carajitos… Yo no la conocía… el barrio es grande.

Actor 1:

Sí, establecimos desde el principio una relación afectuosa; pero no más de una relación de cariño, ¡como entre familiares! Ella me brindaba muchas atenciones, con cualquier pretexto; venía al estudio, me ofrecía café, se asomaba a ver qué estaba haciendo en la computadora por encima de mi hombro y me montaba esas teticas suyas aquí, en el cuello. ¿Cómo no iba a excitarme cada vez que las sentía ahí, duras, esponjosas? ¡Es que hasta san José Gregorio Hernández!… ¡Y ese olor de esa criatura!  Desde luego, todas las jovencitas coquetean con los hombres maduros, ¡les encanta poner a prueba su capacidad de seducción! Y ese es el problema, porque uno es hombre, y el organismo responde instintivamente, solo… Yo creo que más bien fue mucho lo que me contuve con esa tremenda estimulación permanente en mi casa. ¿Usted sabe lo que es soportar a una muchacha preciosa que anda por ahí, de arriba abajo, medio desnuda?… Lo que quiero decir con “medio desnuda” es que andaba como se visten las jovencitas de ahora, con unos pantaloncitos mínimos, una camiseta que apenas tapa los pechos, unas sandalias que le dejaban ver los pies divinos, pequeños, bien hechos, con sus deditos rectos de uñas nacaradas…

Actor 2:

¿Y tú crees que uno se va a fijar cómo anda vestida la mujer? Tampoco importa si es joven y bonita; si está buena, mejor pa’uno, pero si no, es igual…

Actor 1;

Claro que había tenido cantidad de fantasías eróticas con ella; no podía sacarla de mi mente. Sí, varias veces me masturbé pensando en ella… Da pena decirlo, pero el hecho es que cuando estaba con mi mujer me imaginaba que debajo de mí estaba ese caramelo de muchacha.

Actor 2:

¡Te digo que a uno no le importa la mujer, pana! ¡Desde carajitas hasta viejas de sesenta años me he tirado yo! ¡Qué va a importar! ¿Acaso el hueco no es el mismo?

Actor 1:

¡Fue una cosa de loco, porque no estábamos solos! Sus padres y mi mujer habían salido a hacer el mercado, pero en el patio de atrás estaban jugando los niños, sus hermanitos menores, que son dos, y mi hijo.

Actor 2:

¿Cómo fue el asunto? Yo sentí que alguien venía bajando la escalera; cuando vi que era una mujer sola, le salté encima y la inmovilicé. Claro que llevaba la navaja abierta y se la afinqué en el cuello; no, más bien en la nuca.

Actor 1:

No, no fue que yo le brinqué encima ni le rompí la ropa ni le pegué… Por eso pienso que lo de violación es dudoso; si yo tuviera que calificar el acto, diría que fue una seducción de parte y parte. Ella vino al estudio, en uno de esos gestos de gentileza. “Que si quieres un café, tío”…  —ella inventó eso de llamarme tío; decía que me había adoptado como tío. “Que si te preparo un trago”, “que estás trabajando mucho, tío, y te vas a enfermar”. Cuando decía esas ternezas a veces me acariciaba la cabeza, me alborotaba en cabello.

Actor 2:

¡Ni cuenta me di! Yo no sé si esa geba era bonita o fea, estaba muy oscuro en El Rincón. Gorda sí era, bueno, maciza, estaba buena, ¿sabe? Tenía buenas tetas y el papo grueso, porque se lo toqué; se lo apreté con ganas, para que le doliera y se quejara… ¡Coño!, a mí me gusta cuando les duele y chillan. ¡Entonces las aprieto más duro!… Pero, fíjate, güebón, ¡no lo vas a creer!, a esas putas les gusta que uno las maltrate. Dicen “¡No!, ¡Déjame!”, pero se menean y acaban… Yo sé que acaban, porque me doy cuenta…

Actor 1:

Le cuento cómo fue. Al verla ahí, en la puerta del estudio, yo la llamé: “¡Ven acá, preciosa!”, le dije, y ella se aproxima con ese caminaito suyo; y  se para a mi lado… ¿¡Cómo!?… ¿Lejos de mí, “guardando la distancia”, como se dice?… ¡Qué va! Se me para aquí, cerquita, rozándome, literalmente encima de mí. Entonces se me fueron los controles y la abracé por la cintura. ¡Juro que ella se dejó! Bueno, al principio se dejó; ella reía, como si fuera un juego…

Actor 2:

¡La pinga, yo no suelto la navaja, lo hago con la navaja en una mano! Ahora se la tenía afincada debajo de la barbilla y la manoseaba con la otra mano. A mi gusta pasarle la navaja por el cuerpo, ¿sabe?, con eso se ponen a temblar y eso me da más ganas. ¿Ella? Lo único que hacía era llorar y decirme “¡No me vayas a dañar, que yo tengo tres muchachos!” No, no; la geba no se defendió de ningún modo. Ya te digo: lo único que hacía era llorar. Y a mí me gusta que lloren, que lloren bastante. ¡Pero, eso sí, que no griten, porque les meto su buen coñazo!

Actor 1:

Ese es otro punto: ¿en realidad se resistió al entender que el asunto iba en serio? Sí, para ser honesto con usted, así como le he dicho otras cosas, también le digo esto: Es verdad, trató de separarme, pero con un esfuerzo débil… Si de verdad hubiera querido soltarse fácilmente podría haberse zafado de mi abrazo, porque es una muchacha fuerte. ¡Si ella no hubiera querido habría gritado, se habría debatido!

Actor 2:

Cuando uno pone a la geba contra la pared y le pones la navaja en el cuello, ni se mueven; eso sí, les entra un temblaito sabroso. Yo lo tenía así de duro, ¡como un hierro! Entonces la volteé de cara a la pared y la prensé por detrás y se lo puse entre las nalgas. Tenía un culo bueno, sabroso. Ahí es cuando uno se da cuenta de que le está gustando la vaina, porque prensan el culo…

Actor 1:

Lo que ella decía era “¡Déjame, tío!”, “¡No, tío!” y cosas así, pero susurrando, bajito, como para que nadie la oyera. De haber gritado, los niños la habrían oído.

Actor 2:

“¡No se te ocurra gritar, puta, coño de tu madre”! Eso fue lo que le dije.

“¡No me vayas a matar, por tu madrecita santa!” Eso fue lo que ella dijo.

“¡Si no te voy a hacer nada, mi amor, nada más un cariñito!”, le contesté, mientras empezaba a manosearla.

Actor 1:

¡Juro por mi madre que no yo no tenía la intención de llegar a mayores!, pero al tenerla ahí, abrazada, perdí la cabeza. ¡Dios mío! ¿¡Cómo pudo ser!? Pero es que uno es hombre… Usted entiende… Póngase en mi lugar… ¿Usted me entiende?

Actor 2:

Cuando vi que estaba mansita y lo único que hacía era gemir, me agaché y traté de quitarle las pantaletas, pero, ¡coño!, no bajaban; no sé, estaban muy apretadas, entonces de las corté con la navaja. Cuando sintió el frío de la navaja, gritó, a lo mejor creyó que se la iba a zampar en la barriga. ¡Eso me gustó bastante! ¡Tenía unos muslotes! Era piernona, como dicen en ese rap que canta Búho…

Actor 1:

Caímos al suelo, en la alfombra. Le metí la mano bajo la camiseta y le acaricié los pechos: la carajita no llevaba sostén. Ella no protestó, más bien pareció gustarle porque gimió suavecito. “¡Ay, ay!” y ese “no” mumuradito, que es un “sí”…

Actor 2:

¡Yo no sé! Mira, marico, a las mujeres les gusta. Gritan y piden que no se lo hagan, pero con la acción gozan. ¿Tú no ves que se menean? ¡Si una hembra se menea y acaba, es que está gozando!

Actor 1:

Tendidos en la alfombra, sí, yo encima de ella. La besé con voracidad en esos labios suyos, naturalmente abultaditos; ¡una boca frutal, provocativa! Ella respondió a mis besos ¡con la lengua y todo! Traté de sacarle el pantaloncito… Claro, en ese momento sí hubo algo de forcejeo, porque ella no quería… Más bien debería decir “simulaba que no quería”… pero al fin se dejó… Bueno, la verdad es que no sé si se dejó, o fue que yo pude hacerlo a la fuerza, en cualquier caso, en ese momento en que yo estaba empeñado en despojarla de los pantalones, ella pudo levantarse y salir corriendo, gritar, ¡qué sé yo!, pero no hizo nada de eso.

Actor 2:

Lo de la navaja fue para romperle las pantaletas. Yo no quería matarla ni nada, fue para asustarla y que no gritara. ¡Ese papo gordo y peludo, pana! Bueno, si se la clavé un poquito, por aquí… pero no fue culpa mía, fue culpa de ella que en ese momento se agitó, ¿sabe? ¡Los cojones se me pusieron que se me reventaban al tocarle el papo. ¡Se me pusieron “así!”

Actor 1:

¿Ha de creer que la impúdica zorrita tampoco llevaba pantaleta? Cuando la tuve desnuda de la cintura para abajo y la camisita arremangada, perdí el poco de control que me quedaba. Sí, era virgen; me di cuenta al meterle la mano entre los muslos y hurgar ahí con los dedos. Ella exhaló un gemidito de dolor. ¡Coño!, en ese momento he debido detenerme, era lo que imponía la razón, el buen sentido, pero en cambio el descubrimiento me excitó más.

Actor 2:

¿La primera?, cuando tenía como 16 años, y era un virguito. ¡No, la segunda que me tiré era virgo, la primera, no! ¿Pero cómo se va a acordar uno de todos los detalles! Yo llevo como nueve, no me acuerdo bien.

 

Actor 1:

Todas las sensaciones, ¡todas!, las sentí a la vez en ese instante. La sensación táctil en la tersura de su piel; la consistencia blanda de sus senos aplastados en mi pecho, dura en su musculatura ventral y más abajo otra vez blanda en ese esponjoso abultamiento del pubis, donde encajé de una solo golpe mi virilidad… Fue una cosa de instinto… La temperatura de su cuerpo, de ese animal joven lleno de vida. La impresión del olor de su piel, de su aliento, de su pelo. El gusto de su saliva y de su sudor        que impregnaba su tez y su cuello; la densidad compacta de sus caderas, no demasiado anchas, más bien como las de un muchacho. La elasticidad flexible de su carne moldeable a las presiones de mis dedos. El agitarse de su pecho, su respiración entrecortada, sus gemidos; el grito: un único grito, cuando la penetré; la tensión de su cuerpo arqueado bajo el mío en ese instante; el movimiento nervioso de sus muslos que rozaban los míos. Sus jadeos y murmullos, aquellos “¡No, no!” que contradecían sus reacciones

 

Actor 2:

¡No, qué va! En el suelo, no. La recosté en la esquina, le hice montar una pierna en un cajón que estaba ahí, y la resolví. La clavé de un solo golpe, pana; estaba caliente y húmeda. ¿Ves? ¡Mojada! Si una mujer se moja, es porque le está gustando. ¡Qué rico! Fue bien sabroso porque la tipa era golda, y cuando le daba sentía la carne allá abajo, como una esponja. Acabé rápido. ¡Fue un polvo de gallo… ¿Estás loco?…  ¿Tú crees que yo soy güebón?… Le acabé afuera, pana. Y después de acabar me fui rápido. Lo último que le dije fue “¡Si me denuncias, cuenta con que te mato, a ti y a tus tres carajitos de mierda!” Pero fíjate,  la geba no tuvo miedo, y me sapeó. ¡Es la única que me ha sapeado!

 

Actor 1

¡Esta denuncia es una raya que jamás podré quitarme! Pero, a decir verdad, la denuncia perjudica tanto a esa muchacha y a su familia tanto como a mí, ¡usted sabe cómo son estas cosas!, desde el punto de vista social, digo… Al principio dijeron que iban a dejar el asunto sí, pero cambiaron de idea… Yo creo que lo más sensato es dejar este asunto así… Yo estoy dispuesto a dar una compensación… Al fin y al cabo, el que va a salir peor de este asunto, soy yo. ¿Usted es casado?… Seguramente es casado, y ya imaginará cómo va ser la cosa con la mujer de uno. ¡Y eso apenas es un punto! Está el trabajo, los amigos…

Actor 2:

Como a los tres días me  agarraron los tombos. Me encanaron, pero tuvieron que soltarme. Sí, ella me reconoció, pero no había pruebas. Era mi palabra contra la de ella, y como no había pruebas… ¡Tú  sabes cómo es la cosa con el Código Penal¡ Me tuvieron que soltar porque no había flagracia… ¡No, que va, qué la voy a matar! Ella me sapeó, eso es efectivo, pero no le voy a hacer nada, menos a los chamos: ¡Si a mí me gustan los carajitos y los perros! Esa mujer se quedó bien cogida y yo ando por aquí, echándome fresco ¿sabe?, ¡porque no encontraron flagracia! ¡Qué arrecho es ese Código Penal! ¡Es de pinga!

 

Actor 1:

¡Qué enorme lío en el que estoy! ¡Esto es lo peor que me ha pasado! ¿Qué voy a hacer ahora con mi vida? ¿Cómo voy a arreglar esto con mi familia? Yo no puedo hacer ninguna reparación del daño que me hecho a mí mismo, a mi familia… Porque, ¡vamos a ser sinceros! Vivimos en una época en la que una muchacha virgen a los dieciséis años es una rareza. Ella va a seguir su vida sin problemas, ¡el jodido soy yo! (Solloza.) Yo soy un hombre casado, tengo mi mujer, mis hijos; tengo un buen empleo… Bueno, tenía, porque seguro me van a botar en cuando estalle esto. Soy un hombre respetado…  ¡Se me cae la cara de vergüenza con mi mujer y mis hijos!… ¿Qué puedo hacer? ¡Ayúdeme, comisario!

               

Oscuro breve / Pausa

Voz en off:

Es controversial. Perturbador el delincuente, un violador primitivo; deplorable honestidad de su nivel de inconsciencia, de su apego a lo instintivo, al ser primario. Y difícil de digerir bajo mirada femenina, la argumentación del hombre, característico tipo de una clase media profesional; ese pensar que “no se resistió“… lleva a reflexionar que es probable que el hombre tenga estereotipadas las reacciones de miedo de una mujer; por eso, en ausencia de una enérgica y explícita negativa, considera existe una tácita aceptación, una admisión velada y hasta seductora de la mujer… y el pavor… el pavor puede manifestarse también sin reacción; en forma de un pasmoso abandono al todo y la nada. Algo biológico, instintivo frente a un acto violento, se activa, y hace sentir a la hembra a merced de un macho que manifiesta su lado dominante y cuya forma de someterla pasa por poseerla. A fin de cuenta, ¿qué diferencia hay entre un acto sexual consentido y un acto de violación para un hombre? En ambos el denominador común es penetración y desahogo. Es la intención lo que marca la diferencia, porque lo único cierto es que la mujer por diseño está expuesta a recibir un cuerpo ajeno que la invade.

 

OSCURO FINAL

 

 

 

 

 

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