Pero estas redes juzgan y condena a modo fast track, de la misma forma en que los tribunales revolucionarios no pierden el tiempo.

No fui amigo de Willy McKey. Honestamente no había escuchado hablar de él hasta el día que lo vi en un espectáculo y, al final, con unas cervezas en la zona T de Bogotá.

Posteriormente lo encontré en una ocasión en la que él fue el moderador de un evento donde yo fui parte del panel. Sus preguntas y comentarios en esa ocasión me resultaron inteligentes y agudas. Eso es para sentar la base de mi poco conocimiento de Willy o su trayectoria. Pero en realidad no es precisamente de él que voy a hablar, sino más bien de su juicio.

Debo dejar sentado también que no uso mucho las redes sociales y que tengo particular aversión por Twitter. Realmente pienso que darle voz a tanto pendejo no es un acto de democracia sino más bien de estupidez colectiva.

En todo caso, lo que pasó con Willy y su trágico desenlace me hace pensar en que hemos entrado en una época oscura de la justicia, en una clase de temps de terreur de la revolución francesa, cuando el Tribunal Revolucionario dominado por Robespierre, condenaba a muerte inmediata a cuantos ellos consideraran enemigos de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Estos juicios populares han estado siempre presentes en la historia. Basta con recordar que antes de condenar a Cristo, le preguntan a los allí reunidos quién debería morir: ¿Barrabas o Jesús de Nazaret?

Las muchedumbres han sido siempre utilizadas para reforzar la condena a los ‘culpables”’. Es una práctica normal de las revueltas o revoluciones. Un tipo de linchamiento al cual revisten de elementos de pseudo justicia.

Las redes sociales —e insisto en que Twitter es quizás la más relevante en este sentido— se me parecen mucho a este tipo de juicios y me recuerdan las escenas de la biografía de Stefan Zweig sobre Fouché: Le mitrailleur de Lyon.

Más allá de la culpabilidad o no de Willy McKey —y sin minimizar la gravedad del asunto— lo que quiero remarcar es la forma en que se juzga. A McKey lo condenó una turba digital que, sin compasión y sin respeto, lo acribillaron desde su propia ética. Es la barbarie de la emocionalidad colectiva actuando como juez y verdugo. Una manera antiquísima —pero ahora digital— de juzgar e implementar la justicia.

Cualquier persona merece un juicio justo, con un procedimiento establecido donde se respeten sus derechos. El acusado puede decidir declararse culpable, pero merece un juicio formal como principio de derecho humano fundamental, donde exista un jurado que decida y un juez que imponga la sentencia.

El juicio también requiere un tiempo para precisamente permitir que las aguas se calmen y la emocionalidad no sea quien condena. Ese tiempo es parte del proceso y tiene que ser respetado.

Pero estas redes juzgan y condena a modo fast track, de la misma forma en que los tribunales revolucionarios no pierden el tiempo. Las redes se han convertido en la manera moderna de juzgar. Sin procedimientos, sin alegatos, sin jurado, sin atenuantes.

Una forma salvaje, primitiva y no civilizada de aplicar la justicia se está convirtiendo cada día más en práctica común. Se aplica a casos sonoros como el de Willy McKey, pero también a casos mucho más cotidianos como los de cualquier niño o joven en el colegio o el liceo. Se aplica a artistas famosos, pero también a cualquiera que se atreva a opinar algo que a otros tantos no les parece correcto.

Les dejo estas dos frases de Robespierre que seguramente recordó camino a la guillotina:

“Cuando la tiranía se derrumba procuremos no darle tiempo para que se levante.”

“¿Hasta cuándo el furor de los déspotas será llamado justicia y la justicia del pueblo, barbarie o rebelión?”

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