Sin ambiciones políticas, desligado de la militancia partidista desde que su MAS se  tiñó de rojito, Petkoff se volcó en ‘TalCual’.

Contaba Teodoro Petkoff que a finales del gobierno de Rafael Caldera advirtió con nitidez el triunfo de Hugo Chávez, el fin de AD y Copei –los grandes actores de la democracia ganada en 1958– y la necesidad de un medio de comunicación para la acción política.

No un quincenario, ni tampoco un semanario, fórmulas trilladas y endebles en el campo de la izquierda, donde siempre se ubicó TP con sus agudos cuestionamientos. Un diario. Una forma de estar presente cada día en el desarrollo de los acontecimientos para “defender los espacios democráticos existentes en el país”.

La ola chavista, que ya rugía con fuerza, amenazaba con sepultar aquella democracia agobiada, que se iría quedando sin dolientes.

Petkoff había visitado en Yare a los golpistas del 92 y palpó de primera mano el discurso primitivo contra la corrupción y las cúpulas —que tiene ese poder de calar tan hondo, sin embargo— y salió de allí convencido de que los alzados no tenían ni idea de qué hacer con el país, como diría más tarde en libros, entrevistas y editoriales.

La “travesía del desierto” de Chávez y sus seguidores cambió la vía armada por la electoral, pero poco más. Los peligros seguían siendo evidentes, y muy próximos, al acercarse diciembre de 1998.

TalCual no aparecería hasta abril de 2000, tras el breve paso y aún así alentador de TP por la dirección de El Mundo —una suerte de spring training—, con Chávez en Miraflores y una flamante constitución de bolsillo.

La salida de Petkoff de El Mundo en 1999 fue de los primeros actos contra la independencia de los medios en el que se intuyó la mano del gobierno ‘revolucionario’ en una nunca bien explicada relación con los propietarios.

“Capriles (Miguel Ángel, Michu) me tuvo que pedir la renuncia, estaba muy afectado y no pudo resistir la presión”, le dijo TP a Alonso Moleiro en Sólo los estúpidos no cambian de opinión. Antes había sido descabezada la dirección de la revista Primicia, de El Nacional, al ser sustituido Carlos Blanco: con diferencia de semanas fueron despachadas las dos voces disidentes más fuertes del momento en medios proclives al gobierno. ¿Simple coincidencia o anuncio aún incierto de lo que vendría?

El periódico de Petkoff lanzó un reto al gobierno desde su célebre Hola, Hugo. “Aquí estamos, otra vez. Creyeron que nos iban a callar”, que remite al episodio frustrado de El Mundo y traza la línea de confrontación con el chavismo y la denuncia de sus excesos, improvisaciones y su desempeño desapegado de las formas democráticas.

Era lo que se esperaba de Petkoff y de TalCual. Sin embargo, la defensa de los “espacios democráticos” trascendía al gobierno y ponía el ojo, casi con la misma intensidad, en el amplio, diverso y complejo ámbito opositor.

El golpe del 11 de abril —así lo llamó TP aquella trágica noche—, la toma de la Plaza Altamira, el paro petrolero, el ‘fraude”’ electrónico del revocatorio del 2004 y las posteriores elecciones. Esos episodios que expresaron el compartamiento errático de las disímiles fuerzas contrarias al chavismo durante los primeros siete años de su inacabado mandato, encontraron en Petkoff y TalCual un crítico punzante que le “granjeó el odio de todos los radicales”, como admitió TP, pero que sin dudas contribuyó a devolver la política —“la necesidad de recuperar la sindéresis”, decía él— a la acción opositora.

Sin ambiciones políticas, desligado de la militancia partidista desde que su MAS se  tiñó de rojito, Petkoff se volcó en TalCual. ¿Podía esperarse un comportamiento distinto de un medio dirigido y marcado por el ímpetu de ese hombre que 40 años antes se había rebelado contra los dogmas de la iglesia comunista y su moral de conveniencia?

La hoja de ruta democrática, la sustitución del ‘vete ya’ por un mensaje de mayor aliento e inclusivo, el surgimiento de nuevos liderazgos, un mando político unificado aunque no ajeno a los descarrilamientos, condujo a la oposición a su crecimiento político, a éxitos electorales y  a su mayor reconocimiento internacional.

También TalCual alcanzó una proyección fuera del país de enorme trascendencia: en 2015 Petkoff obtuvo el Premio Ortega y Gasset, que otorga El País de Madrid, “por su extraordinaria evolución personal que le ha llevado desde sus inicios como guerrillero a convertise en un símbolo de la resitencia democrática”.

El galardón lo recibió Felipe González, el histórico líder del PSOE que fue presidente del gobierno español (1982-1996). Sobre Petkoff pesaba una prohibición de salida del país por un artículo publicado en TalCual sobre Diosdado Cabello. Antes, en 2012, Petkoff y TalCual se adjudicaron el más antiguo reconocimiento en periodismo: el Premio María Moors Cabot, administrado por la escuela de periodismo de la Universidad de Columbia.

Más que  testigo o simple intérprete, TalCual pretendió ser un activo participante de un debate político crucial en el que fustigó a unos por peligrosos, autoritarios y dañinos y a otros por desnortados.  No era dueño de la verdad pero sí de su voz propia, tanto para acertar, como para equivocarse. La tarea está lejos aún de terminar.

Publicado originalmente en TalCual.

 

 

 

 

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