Hospital Psiquiátrico El Peñón.

En uno de los infinitos chats que vuelan por los llamados teléfonos, recibí una imagen que representaba un edificio en ruinas, abandonado, penetrado por el matorral. La primera idea que se me ocurrió fue preguntarme por qué asomaba esa foto que me parecía conocida, que trajo a mi memoria una de las tantas de lo que fue la ciudad de Chernóbil en Ucrania, después de la tragedia de su planta nuclear, deshabitada e invadida por la naturaleza.

Pero no, era de mi país, de mi ciudad, de mi cotidianidad. Era un sitio que recorría casi todos los días cuando llevaba o traía a mis hijas de su colegio, en El Peñón, en Prados del Este de la sufrida Caracas. Era un hospital público, para más señas psiquiátrico, donde se hospedaban y curaban pacientes con trastornos de conducta.  Veo que es una ruina más, precisamente ahora que es cuando más se necesitaría, con una ciudad, un país, inmerso en la locura, en la destrucción emocional de sus habitantes.

Chernóbil está deshabitado, aún sigue siendo peligroso para los humanos, aunque algunos animales han comenzado a retomar ese territorio. La naturaleza privando sobre la barbarie. Varias décadas de desolación y abandono, hacen de esas imágenes una prueba fehaciente de la estupidez humana. La serie que narra esos acontecimientos es muy buena y explicita el horror que condujo a esto.

Parecido al nuestro, el horror me refiero. Ambos tienen un origen similar, un comunismo primario, asesino. No sólo destructor de los hombres, sino de todo lo que ellos construyeron. En Chernóbil muchos murieron, otros huyeron, la mayoría con las secuelas físicas y psicológicas de esa gran tragedia. En Chernobenezuela igual, la destrucción humana, física y anímica es gigantesca. Haber salido de ambos sitios, es cargar con ese dolor a cuestas.

Lamentablemente esa imagen del edificio en ruinas no es la única, proliferan en demasía. El CIED, Centro de Investigación y Estudios del Desarrollo de Pdvsa, quedaba cerca de allí, al lado de la autopista que conduce de La Trinidad a El Hatillo. Fue en su momento uno de los sitios mejor dotados para el estudio y la investigación, en material humano y tecnológico. Hoy sus imágenes son también de destrucción total. En alguna oportunidad lo usaron como hospedaje para las manadas de cubanos que ayudaron a su ruina. Bastante similitud con los rusos en Chernóbil. Lo que queda de esa terrible invasión son escombros y desolación. No hablemos de las dolorosas fotos de todas las universidades públicas, con grandes sectores destruidos: la UDO, la ULA, la USB, la LUZ, la UC, la UCV. No se salva ninguna.

¿En qué se ha convertido Venezuela, Caracas, sus ciudades?  Ya no es un país, es un territorio regido por lo que me atrevería a calificar como Feudalismo Malhechor.

Si nos atenemos a la idea de que ‘el feudalismo se fundaba en el vasallaje y la fidelidad a cambio de protección’ y si le añadimos que ‘durante el feudalismo se produjo una debilidad general de los reyes que tuvieron que compartir su poder’, la definición está clarita. Sólo falta explicitarla en una ley que establezca y legalice las comunas. Y en eso están.

La actual Chernobenezuela es un territorio que se divide en pequeños feudos parciales comandados por un grupo de malandros que gracias al poder de las armas controlan sus parcelas y a los ciudadanos que se encuentren bajo su jurisdicción.  Llámense ELN en el feudo Bolívar y Amazonas, Farc en Apure y Barinas, Bernal en los Andes, Prieto y compañía en el Zulia, el Coqui y su banda en la Cota 905 incluyendo el Club de la policía, Wilexis en Petare, los enchufados en Las Mercedes, Hezbolá en Margarita, los pranes y la fosforito en las diferentes cárceles-resort, y así por toda la ex nación. ¡Ah! Y un rey gordo y mofletudo que se erige falsamente como el máximo exponente del poder y que se limita a recibir los aportes correspondientes de los diferentes feudos.

Entre las propuestas que se adelantan, en realidad debería decirse que se atrasan, con aquello de las comunas y otras estupideces, podrían cambiarle de nuevo el nombre, sincerándose, y llamarla la República Bolivariana Feudal de Alí Babá y sus cuarenta ladrones. La Asamblea Nacional debería adoptarla como una expresión más acorde con la realidad, y autodenominarse La corte de los Malandros. En plena Edad Media, así estamos.

 

 

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