Es una película excepcional hecha a lo largo de siete largos años con unos telescopios y unos microscopios que te van metiendo en una lógica extraña, aunque conocida.

ESPECIAL PARA IDEAS DE BABEL. Titular una película con esa vieja clave para comenzar los cuentos ya convoca nuestra atención frente a la historia que viene. Nos prepara apelando a esas palabras mágicas propias de los cuentos maravillosos con los que nos mecieron la cuna y nos hicieron crecer en los primeros años de nuestras infancias. De no ser por la promoción por gotera de premios que ha recibido la película, podríamos pensar que se trata de alguno de esos cuentos maravillosos ocurrido en el país amado.

Pero la historia se hace más local después del punto y seguido para ubicarnos en el mapa, cerca de la tierra del sol amada a la que alguna vez le escribió don Rafael María Baralt en Adiós a la patria… Creo que muy pocos teníamos noticia sobre ese nombre de ese pueblo que mira; sobre ese ojo ancestral por donde guiña potente y ad aeternum la eléctrica, la enigmática mano furtiva del relámpago del Catatumbo; sobre ese nombre de origen africano en aguas del Zulia. Iba a decir, sobre esas tierras del Zulia, pero, no. Allí lo que hay es el agua y los palafitos de la pequeña Venecia que vieron los ojos de aquel navegante italiano por quien América recibió su nombre. Es decir, esta historia nos toca desde antes que naciéramos, esta historia es un cordón espiritual con la patria. Volvemos. Nunca nos hemos ido de esta ensoñación, de este paraíso, un paraíso desvaído como una vieja acuarela.

Probablemente sean estas algunas de las emociones y las razones por la que conectamos apenas se desarrollan los primeros compases de esta película dirigida por Anabel Rodríguez, apoyada por el sous-chef Sepp Brudermann. Una hechura artesanal exquisita. Una película hecha al calor de los sancochos públicos con la colaboración de toda una Brigade de Cuisine y al calor del sur del lago del Zulia ¡qué molleja! Una película hecha por valientes, una suerte de documental de guerra que hasta me hizo recordar algunos pasajes de Apocalypsis Now… Una historia que discurre entre las aguas desoladas por el napalm invisible de unos canallas… Sí, es la historia apocalíptica de un pueblo —protagonista de la película— que cuenta sus últimos estertores desde el dolor del moribundo. Una historia local en la que se condensa la tragedia nacional y regional de un continente lacerado que pugna por sobrevivir. No. Por seguir viviendo. Por seguir viviendo dignamente como merecen los seres humanos y la naturaleza toda.

Tuve que verla por partes porque, aunque la historia fluye por entre las aguas turbias, se te van aguando los ojos a medida que vas percibiendo nuevamente el dolor que se te retuerce en el pecho del alma. Es una película en la que la mirada sobre las niñas, los niños y sobre el viejo abrazando su barco Venezuela, perdido en la selva, te saca algún mohín de ternura, pero, aun así el ahogo que te produce te deja sin aliento.

No es una película común y corriente. Es una película excepcional hecha a lo largo de siete largos años con unos telescopios y unos microscopios que te van metiendo en una lógica extraña, aunque conocida. La lógica agria y virulenta de una desalmada y desangelada, ignorante y perversa gente enferma de excesos burocráticos y demagógicos, por una parte y, por la otra, una lógica propia de quien mantiene la cabeza fuera del agua para seguir respirando. Todo dentro de una lógica más grande, cercana a Macondo o a Comala.

Ya ha sido vista y aplaudida por mucha gente ¡Y las que faltan! Ha recibido varios premios y ahora se aproxima al Oscar. Se agradece los que han sido recibidos y si vienen más reconocimientos, pues, merecidos estarán. Pero esta película no se hizo para ser premiada. Como una amazona guiando la libertad, remando a contracorriente, esta película se hizo para registrar y denunciar la tragedia del memorial de agravios sufridos por las venezolanas, los venezolanos, la Pequeña Venecia toda ¡Y la tarea que se asignaron sus creadoras y creadores ha superado sus propias expectativas! Aquí queda consignado un testimonio de mucha reciedumbre, de mucha energía anímica, de muchas emociones. Testimonio doloroso, agudo, punzante… Espina de cardón clavada y enconada en quienes han perpetrado el asalto, en quienes han traicionado al país amado y también en quienes lo hemos recorrido, lo hemos vivido y lo vivimos en carne propia, en quienes lo ven, en quienes viven la tragedia del Congo Mirador como protagonistas de una historia muy bien contada que comienza diciendo: Érase una vez en Venezuela.

 

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