La política internacional que desarrolle el gobierno de Estados Unidos a partir de 2021 será clave para el desenlace de la tragedia venezolana.

No me gustaría estar en los zapatos de mis compatriotas venezolanos o de los nicaragüenses o cubanos, que pueden votar en EEUU.

La escogencia es muy difícil. A algunos les parece fácil, pues cuando uno está inmerso en una polarización política ver las bondades del otro es harto difícil. La única cosa que tengo claro, después del primer debate entre los candidatos, es que carecemos de líderes de altura en el mundo, a excepción quizás de Merkel.

La polarización

Los votantes tienen que sopesar el rumbo que puede tomar Washington en un futuro cercano y el efecto que ese rumbo tendrá sobre Venezuela, Nicaragua y Cuba. En lo doméstico, mis compatriotas de un bando ven el asalto del populismo y la destrucción de la democracia, mientras que los del otro bando ven el asalto del socialismo y la destrucción de la democracia. Nada que no conozcamos en Venezuela. Por eso el horror y la virulencia, en muchos casos, de las posiciones encontradas.

Nada recuerda las elecciones venezolanas de la segunda mitad del siglo pasado, cuando decidirse entre los tradicionales partidos AD y Copei no era algo traumático. En el fondo había más puntos de coincidencia en sus políticas y tendían a practicar la búsqueda del consenso y no la aplanadora de la mayoría. Eso también sucedía en EEUU entre demócratas y republicanos. Varios estudios muestran cómo la polarización por líneas partidistas se ha venido acrecentando en el norte desde finales del siglo pasado.

Lo internacional

Hablando solo de lo internacional, es importante tener en cuenta algunas diferencias entre Biden y Trump. En especial en cuanto al papel que la gran potencia va a jugar en lo global y en especial frente a Venezuela.

Sin duda, Biden, a juzgar por lo que ha dicho él y sus más cercanos asesores, estaría al igual que Obama más en la línea del softpower, lo que contrasta con la línea de Trump –en últimas cooperación vs. coerción. Ella es más una política cosmopolita, en los términos de Huntington, de buscar arreglos y utilizar los mecanismos multilaterales, que la de un aislamiento imperialista que desarrolla Trump. En este sentido, con Biden no encontraríamos las displicencias —por decir lo menos— del actual presidente frente a sus principales aliados europeos y se apoyaría más en lo multilateral.

En cuanto a Venezuela, ya Biden ha dejado claro que no cambiaría su política de sanciones personales. Poco ha hablado de las sanciones sobre la economía del régimen madurista. Sin embargo, algunos de sus asesores han señalado lo letal de esas sanciones económicas sobre el pueblo venezolano, por lo que podrían si no suspenderse al menos no aumentar. Otro elemento que cambiará serían las políticas hacia los países que apoyan al régimen de Maduro. La tesis de la ‘troica de la tiranía’ que orienta la política actual al menos mermaría. Ya Biden anunció que retomaría la política de Obama sobre Cuba e incluso la de Irán. Sobre China, aunque Trump ha sido muy recio, parece haber cierta concordancia bipartidista en el sentido que de una manera u otra hay que enfrentar su expansión mundial. Biden podría ser más fuerte que Trump sobre Rusia.

¿Transición o cohabitación?

Donde la política podría cambiar más radicalmente es en cuanto al denominado ‘gobierno de transición’ que promueve EEUU junto al gobierno de Guaidó y otros. Para la administración Trump este gobierno no incluiría a Maduro y en últimas el chavismo estaría en minoría. Para una administración de Biden, si sigue como parece ser las políticas internacionales de Obama, ese gobierno de transición se daría, como propuso para Cuba —según ha explicado el opositor cubano ‘Coco’ Fariñas y otros— en términos de la Solución Birmana.

La Solución Birmana trata de incluir, como factor determinante, al régimen en ese gobierno de transición. En Birmania, la Junta Militar aceptó originalmente a la opositora y premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, como cabeza del gobierno, aunque nunca le dejaron realmente ejercer su cargo. Pero a cambio, la Junta obtuvo de entrada el control de la Asamblea Nacional y varios ministerios claves. Aún sigue allí. Como apuntan varios autores, este no ha sido un gobierno de transición sino de cohabitación. Si —como se sabe— Biden retomaría la política de Obama sobre Cuba, no sería de extrañar que la Solución Birmana también se aplique a Venezuela.

Por el otro lado, ya conocemos la política de Trump en la que algunos tenían y tienen muchas expectativas por aquello de la intervención militar —y esa es la única amenaza creíble que tiene Maduro. Lo cierto es que aunque EEUU ha logrado movilizar una alianza internacional favorable a las luchas democráticas en Venezuela aún no se ha producido una presión suficiente como para quebrar la alianza que mantiene el poder en Caracas. Con Trump, seguramente la presión aumentaría en todos los ámbitos; con Biden la política se acercaría más a la de la Unión Europea donde el tema de la negociación tomaría prioridad.

En todo caso, la política internacional que desarrolle el gobierno de Estados Unidos a partir de 2021 será clave para el desenlace de la tragedia venezolana. Pero la política internacional no es el único factor que se debe tomar en cuenta para votar por un presidente y un Congreso, después de todo hablamos del votante norteamericano de origen venezolano, y la política doméstica es de vital importancia para ellos y sus descendientes. Difícil trance en un ambiente polarizado.

 

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