Sorprende la claridad con la que el mundo se cuela en ella y apabulla la precisión de cada gesto, de cada palabra, de cada mirada ausente (nunca afectada) de Tilda Swinton.

La voz humana es el cortometraje de 30 minutos que Pedro Almodóvar acaba de estrenar en España, rodado días antes de la cuarentena, con la actriz inglesa Tilda Swinto. Compartimos con ustedes el análisis que ha hecho Luis Martínez, crítico de cine del diario español El Mundo.

Todo en La voz humana resulta contradictorio. Y ahí, en la íntima paradoja de un cortometraje que resume una filmografía entera; en el extraño equilibrio entre un barroquismo desnudo y un clasicismo febril; en el naturalismo crudo de un decorado que es todo él réplica especular de un drama excesivo y auto representación de una pasión por fuerza contenida; en todas y cada una de sus contradicciones, decíamos, descansa el mayor logro de un deslumbrante trabajo que quiere ser a la vez resumen de todo lo anterior y puerta de acceso a todo lo que vendrá después.

La primera pista la ofrece el cuadro Venus y Cupido, de Artemisia Gentileschi, que preside la habitación del decorado y hasta el alma de la propia película. En él, la pintora, siempre perseguida y torturada por la violación y maltrato de su maestro Agostino Tassi, se imagina a sí misma (es autorretrato) tranquila, relajada y hasta feliz en compañía de su hijo. Recostada, desnuda, la mano sobre el costado, los ojos cerrados y la sonrisa clara anuncian un momento a salvo, libre incluso, en el conjunto de una obra martirizada por la ira y el recuerdo.

Ésa, en efecto, es la pauta y sobre ese sentimiento se levanta La voz humana, una obra que es también rito, puesta de largo y ensayo general. A distancia de la parte, ya casi olvidada, más turbulenta y apasionada de su filmografía, Almodóvar entrega ahora, en la que es no por casualidad su primera película rodada en inglés, uno de sus trabajos que mejor le definen y refutan a la vez. El melodrama es literalmente desnudado en un ejercicio de cine tan pleno y riguroso como libre en su meticulosa exactitud. Todo luce y se exhibe infectado de una morbosa y febril perfección.

Como ya es conocido, no es la primera vez que el director acude al texto de Jean Cocteau con el que entre otros se atrevió Roberto Rossellini de la mano de Anna Magnani en El amor (1948). En La ley del deseo, en 1987, Almodóvar levantó su ideario más reconocible, tumultuoso y brillante sobre esta pieza de teatro en la que una mujer despechada, ultrajada y violenta se despide de su amante justo antes de que éste se case con otra. Ella habla, sola, al teléfono y él responde silencioso en la expresión sorprendida y arrasada de ella. Se habla con ira del pasado, se mira al presente como se contempla un abismo infranqueable y, esto es nuevo ahora, todo arde en un fuego purificador que anuncia, como no podía ser de otro, la inminencia de un futuro mejor. Acto seguido, Mujeres al borde de un ataque de nervios volvía a servirse del mismo punto de partida para confeccionar un universo completamente nuevo. En La flor de mi secreto reaparecía Cocteau, pero ahora de la mano de El bello indiferente.

Ahora es Tilda Swinton (de repente, ninguna actriz más almodovariana que ella) la que oficia de rostro y carne; la que se desangra en la paleta encendida de José Luis Alcaine; la que sigue sonámbula el camino rugoso marcado por la partitura cerca del milagro de Alberto Iglesias. La casa que habita la protagonista es decorado, nada más. Escenario sobre escenario, toda la película es tan vocacionalmente verdadera y real como simple trampantojo. Barroca a fuer de naturalista. Como un bolero dodecafonista. Genial, ya se ha dicho, en el rigor de sus contradicciones.

La película, que fue rodada justo antes y justo después del confinamiento, es ella misma consciente de los peligros que la rodean y nos rodean. Y como tal se comporta: a una prudente distancia de seguridad de la posibilidad de cualquier contagio y muy atenta a la fragilidad y el peligro de un simple abrazo. Sorprende la claridad con la que el mundo se cuela en ella y apabulla la precisión de cada gesto, de cada palabra, de cada mirada ausente (nunca afectada) de Tilda Swinton.

La voz humana es en buena medida un homenaje al poder de la ficción y de la palabra para esencialmente la reconstrucción; para la posibilidad y exigencia de crear, desde la más elemental de las catástrofes, una vida nueva. No en balde, la idea es desmontar los artefactos que componen el drama y la realidad para reordenarlos en un espacio casi sagrado. Y mejor. Todo habla de la pandemia. Como en la obra de Artemisia Gentileschi, el tumulto es sólo un síntoma del equilibrio, de la felicidad. La perfección da fiebre.

LA VOZ HUMANA (The Human Voice), España y EEUU, 2020. Dirección: Pedro Almodóvar. Guion: Pedro Almodóvar sobre el monólogo de Jean Cocteau. Fotografía: José Luis Alcaine. Música: Alberto Iglesias. Elenco: Tilda Swinton.

Publicado originalmente en https://www.elmundo.es/

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