La metáfora que consigue Delibes no puede ser más clara y directa: la España más conservadora y falangista, y esa otra relegada durante años al silencio y la muerte ciudadana.

En pleno centenario de su nacimiento, cobra fuerza su novela más conocida. Cuando la escribió, Miguel Delibes tenía 45 años, diez novelas publicadas y tres premios (el Nacional, el Nadal y el de la Crítica). Era el dueño de una voz narrativa cada vez más fuerte y estaba por escribir uno de los libros fundamentales de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX.

“Estoy terminando mi nueva novela, Cinco horas con Mario. Creo que podré mandártela el mes que viene”, escribió a Josep Vergés, su editor, en mayo de 1966. Y aunque estaba prevista su publicación para los días de Navidad, los primeros ejemplares de la obra salieron de la editorial Destino el 3 de enero de 1967, hace ya cincuenta y tres años. Se cumple más de medio siglo desde que Carmen Sotillo ofició el velatorio más significativo que alguien haya hecho jamás.

Todo ocurre en marzo de 1966. Carmen acaba de perder a su marido, Mario. A solas, una vez que los familiares han pasado a dar su pésame, ella se sienta ante el cadáver. Lo vela toda la noche. Recuerda, en voz alta y dirigiéndose a él, episodios de su vida: desde el noviazgo hasta el trasiego del hogar matrimonial. Aprovecha su viuda para hacerle reproches, muchos. El monólogo de Carmen, escrito en una clave de oralidad perfecta (el erre que erre de quien reprocha), le permite a Delibes vaciar la retórica oficial y el discurso de la propaganda franquista, la iglesia y la Falange. Con muy poca instrucción y un nivel cultural bastante pobre, Carmen se hace eco de los temas sobre la religiosidad, el enaltecimiento del orden y la desconfianza de todo aquello que proviene de fuera. Algo en ella resuena con el peso de una alegoría. “Siempre miráis con la boca abierta todo lo que viene de fuera, que sois unos papanatas, y ya sé que en el extranjero trabajan las chicas, pero aquello es una confusión, ni principios ni nada”.

Todavía mucho más duro resulta el desprecio que Carmen siente no sólo por el oficio de su marido, sino por todo su entorno: escritores, intelectuales, profesores. «La Universidad no les prueba a estos chicos, desengáñate, les meten muchas ideas raras allí, por mucho que digáis (…) la mayor parte de los chicos son hoy medio rojos, que yo no sé lo que les pasa, tienen la cabeza loca, llena de ideas estrambóticas sobre la libertad y el diálogo y esas cosas de que hablan ellos». Carmen parece embelesada ante la posibilidad de consumir. Los efectos del desarrollismo permean su discurso de la misma forma que ocurrió en la sociedad española de aquel entonces: “Lo que más me duele, Mario, es que por unos cochinos miles de pesetas me quitaras el mayor gusto de mi vida, que yo no te digo un Mercedes, que de sobra sé que no estamos para eso, con tanto gasto, pero qué menos que un Seiscientos, Mario, si un Seiscientos lo tienen hoy hasta las porteras (…). ¿Es que tanto esfuerzo te hubiera costado ganar para un Seiscientos, di, pedazo de holgazán? Porque yo no digo hace años, pero lo que es ahora, si parece que los regalan (…). Si el talento no sirve para ganar dinero ya no es talento”.

La metáfora que consigue Delibes no puede ser más clara y directa: la España más conservadora y falangista, y esa otra relegada durante años al silencio y la muerte ciudadana.

Cada uno de los 27 capítulos que conforman la novela arranca con una cita de la biblia que Mario tenía junto a su cama y que este subrayó mientras vivía. A medida que avanzan las páginas, el lector percibe cómo esa mujer clasista, que desprecia el conocimiento y pierde la cabeza ante la ostentación, está en el otro extremo de su marido, alguien que, ya silenciado por la muerte, es incapaz de contestarle. La metáfora que consigue Delibes no puede ser más clara y directa: la España más conservadora y falangista, y esa otra relegada durante años al silencio y la muerte ciudadana. «Para que un país marche, disciplina cuartelera (…). Hoy no les hables a estos chicos de la guerra, te llamarían loco, y sí, la guerra será todo lo horrible que tú quieras, pero al fin y al cabo, es oficio de valientes; después de todo, no es para tanto, que yo por mucho que digáis, lo pasé bien bien en la guerra».

Aunque el propio Delibes se tomó la molestia de enviar la novela a los censores, esta no fue secuestrada, ni se le impuso ningún revés extraño, como sí había ocurrido en esos años con muchas otras. Décadas después, su originalidad, capacidad crítica y mordacidad le confieren una vigencia pasmosa. Cinco horas con Mario sigue siendo un extraordinario documento de lo que era la España de los años sesenta del pasado siglo, comparable en este sentido a El Jarama (1955), Tiempo de silencio (1962), Señas de identidad (1966) o Últimas tardes con Teresa (1966), no sólo por sus aportaciones a la narrativa del momento sino por el retrato colectivo que se desprende de ella.

Es justamente esa la razón por la cual la obra ha conocido infinidad de ediciones, se ha traducido a numerosos idiomas y ha sido leída por generaciones sucesivas de estudiantes. Estudiosos y críticos no han dejado de interesarse por el monólogo de Carmen Sotillo y rondan el centenar los trabajos académicos dedicados al texto de Miguel Delibes. En 1979, convertida la novela en obra teatral de éxito y unida para siempre a la figura de Lola Herrera, Cinco horas con Mario estuvo asimismo en el origen de una película —Función de noche, 1981—y, recientemente, se ha transformado en ópera de la mano de Jorge Grundman. Es sin duda una novela total, el sello del mejor Miguel Delibes.

Publicado originalmente en https://www.zendalibros.com/  

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