«Un personalidad es una máscara ,,, que le convierte en síntesis de sí mismo y de otro», decía Eugenio D’Ors.

El espejo no es aconsejable para montar un personaje, pero sí es útil para reconocerse, identificar la presencia posible en las cualidades físicas propias.

Manuel Mujica Lainez, narrador argentino, escribió y se describió:

“Nadie tan desconocido físicamente, para un hombre —fuera, por supuesto, del que es un Narciso total— como él mismo. A los demás los está viendo, examinando, analizando, en todo momento,mientras que a su propia estructura sólo la tiene delante cuando se afeita: el resto del día se le escapa. De ahí procede su sorpresa, su espanto (mi sorpresa, mi espanto), cuando de súbito se enfrenta consigo, por ejemplo, en la cárcel de un ascensor. Tarda un segundo en adaptar, en adecuar esa imagen —tan distinta— a la que él mismo se ha elaborado… mucho menos desagradable. Luego, no bien huye de la prisión del espejo, su sentido de la conservación recupera, espontáneamente, la auto-imagen perdida y, aliviado, prosigue su andanza con los descartados rasgos que Dios le dio, hasta la próxima trampa de espejos. Por lo menos, es lo que a mí me sucede.»

Mujica Lainez, ciertamente, no era actor. El actor, sin ser un Narciso, debe  conocerse físicamente. Debe analizar, ver con todo detalle a los demás, pero el espejo del ascensor no le significa cárcel sino pequeña prueba de su presencia y gesto hasta la próxima trampa de espejos, que le permitan examinar las posibles máscaras de sí mismo a partir del conocimiento de sus cualidades y condiciones: expresiones faciales, mejores y peores ángulos, pelo, peinado,torso, brazos, manos, piernas, espalda, nalgas, pies…

El espejo —especialmente el íntimo espejo del baño— acepta juegos, extravagancias y revisiones de actitudes, posturas, jugueteo, etc… (piercing y tatuajes son enemigos del actor. Le restan posibilidades de enmascaramiento futuro, por estar tan a flor de piel como lunares difíciles de maquillar).

Complementamos  la revisión del espejo con la palabra máscara —que en tiempos antiguos significaba persona— para acentuar el proceso de encarnar un personaje escénico,  mediante los enmascaramientos que el actor, con el conocimiento de su físico frente al espejo, ha venido desarrollando naturalmente. Se trata de dotar a su físico de un arsenal de posibilidades interpretativas ya examinadas en solitario. Cosa muy distinta a comenzar a buscar máscaras en el espejo para llegar a un personaje concreto; eso es parodiar (acaso método útil para cierto tipo de comedia) y la parodia casi nunca sea la mejor máscara de un buen actor: «una personalidad es una MÁSCARA; algo de ‘desindividuar’ al individuo; que le convierte en síntesis de sí mismo y de otro”, decía el crítico y filósofo Eugenio D’Ors.

“Dadle a un hombre una máscara y os dirá la verdad”, decía el dramaturgo Oscar Wilde
(y mayor verdad dirá cuanto mejor actor sea, nos atrevemos a complementar).

Publicado originalmente en https://pasionpais.net/home/escuela-de-ideas/teatro/

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