Pero no podía despojarme de mi educación como cochino, de modo que resultaba un tipo raro, algo así como un humanoide, o un mutante al revés.

¿Les había comentado que yo fui criado por cerdos? En efecto, siendo un bebé, mis padres me abandonaron en una granja remota; me dejaron cerca del corral de cerdos, o sea, del chiquero, quizá con la intención de que fuera devorado por ellos; pero los animales no lo hicieron y muy en sentido contrario me aceptaron como uno de los suyos, criándome según sus hábitos y enseñándome su lenguaje.

El granjero quedó muy sorprendido al descubrirme en la piara: me comportaba como un cerdo, no obstante, mi apariencia era humana; por cuanto su intelecto no le daba luces para mayor análisis, decidió dejar el asunto así y admitirme como puerco; al fin y al cabo, un cochino significa beneficios, en tanto que un humano sólo traería problemas.

Con el correr del tiempo observé que ocasionalmente algunos puercos, fuesen lechoncitos o animales adultos y gordos, desaparecían del chiquero; intrigado, le pregunté a la cerda que me había asumido como hijo:

«Mamá, ¿ghrum, grha; oink, oink, splung groin ahh?»

Y la cochina me dijo que eran puercos seleccionados como mascotas por los humanos, en razón de lo cual los llevaban a sus casas, los alimentaban con golosinas y los mimaban en diferentes formas.

Tomé sus palabras bajo sombra de duda, por cuanto ya sabía que los porcinos son mentirosos: es parte de su naturaleza; de esa característica de su carácter viene el proverbio «Miente como un cerdo». Sería maravilloso de ser verdad, pero si no lo era, ¿qué significaba la desaparición de los cerdos?

Un acontecimiento casual fue revelador. Encontré un libro perdido por alguien (falso: lo robé), objeto que despertó mi mayor interés; entendí que estaba escrito en el idioma de los humanos y me empeñé en descifrar esos símbolos; a partir de muchos esfuerzos logré comprender el título, el cual era: «Al hombre le gusta el cerdo»; evidentemente, mamá, por excepción, me había dicho la verdad; no obstante, al avanzar en la comprensión del idioma entendí, no sin horror, que el libro en cuestión era un recetario de cocina. Mi puerca madre putativa me había engañado.

Razoné entonces: «¿Qué es mejor, comer o ser comido?» Obviamente, lo primero es preferible; y aunque en el chiquero disponía de refugio y abundante alimento, así como de cerdas muy bellas, vale decir, de la satisfacción de las tres necesidades básicas de la existencia, decidí asumir mi condición de humano, comenzando a comportarme como tal.Pero no podía despojarme de mi educación como cochino, de modo que resultaba un tipo raro, algo así como un humanoide, o un mutante al revés.

Por suerte, esos acontecimientos ocurrieron en un lugar que se había vuelto un erial habitado por un gentío hambriento, acosado y desesperado, que alguna vez fue conocido como República de Venezuela; de modo que cuando los que se habían apropiado de la granja se dieron cuenta de que yo era capaz de revolcarme en la mierda, de mentir a diestra y siniestra y de decir «Oink, oink» ¡me nombraron ministro!

 

 

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