E-lecciones en ciberpolítica
Mucho de lo nuevo de la ciberpolítica comenzó en este lado del mundo, varios años antes de que las preocupaciones llegaran a las grandes democracias occidentales.

Hace unos pocos años todo era optimismo respecto a la ciberpolítica: estaba llamada a ser una palanca que llenaría de vigor a la democracia, ampliando las bases de la participación ciudadana y contagiando de entusiasmo a las nuevas generaciones por la política y sus posibilidades de incidencia real en los cambios necesarios.

Muchos de los análisis de las contiendas 2016 en EEUU y RU activaron las alarmas. El pesimismo llegó tras la autopsia a la campaña presidencial los Estados Unidos y la campaña del brexit en Reino Unido. Mientras que el foco de las dos últimas campañas norteamericana se había puesto en el potencial de nuevas herramientas y las positivas innovaciones de las campañas de Obama, la historia de 2016 se basó en la implosión de las comunicaciones: desde el hackeo de cuentas relevantes del comando de campaña demócrata hasta la desinformación generada por la proliferación de fakenews, pasando por la existencia de numerosos robots automatizados de redes sociales, ciborgs en granjas de trolls, y el manejo de técnicas de propaganda en ciberpublicidad pautada desde dentro y fuera de los Estados Unidos.

Pero en 2013, cuando todavía estábamos en una época de profundo optimismo respecto a las posibilidades de la ciberpolítica, ya en Latinoamérica existían cyborgs y las granjas de trolls que no empezaron a preocupar a Occidente hasta el año pasado. Ya se había asomado claramente el astroturfing, esa tendencia a diseñar campañas en redes sociales que, planificadas, centralizadas y pagadas, pretenden dar una impresión de espontaneidad. Las elecciones presidenciales de México y Brasil en 2018, los dos mayores países de la subregión, cada uno un universo en sí mismo, pueden dejar algunas lecciones del estado del arte de la ciberpolítica global.

México y el astroturfing como lección aprendida

La singular elección presidencial mexicana de 2018 mostró en vivo y directo la implosión del sistema político. AMLO permanentemente fue el frontrunner de la contienda. No solo en las búsquedas en Google, también en la cobertura mediática y en la intención de voto que se expresaba en las encuestas.

Sin embargo, en el marco de esta campaña tan predecible, hubo una lección interesante: el escaso astroturfing. La anterior elección presidencial, de 2012, enseñó a la sociedad cómo combatir a los bots. Ese año, México le elevó los riesgos a los bots de campaña y los hizo inefectivos a los ojos del elector entrenado. En la campaña se había identificado claramente al astroturfing como fenómeno electoral. El forjamiento de afectos en redes sociales, a través de perfiles falsos, se había convertido en un sonoro incidente de campaña durante las elecciones en las que resultó victorioso el presidente Peña Nieto. Al menos 350 cuentas con identidades falsas publicaban mensajes idénticos, cientos de veces por día a favor del candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional. Muchas de estas cuentas quedaron en silencio una vez que el esquema fue revelado. El tema tuvo cierto impacto durante la campaña por una iniciativa lúdica ciudadana denominada Caza un Bot, que puso en ridículo los esfuerzos de ciberactivismo autómata del comando de campaña de Peña Nieto, al develarlos. Fue un juego exitoso y que alcanzó viralidad y que, probablemente, funcionó como vacuna a similares fenómenos en la campaña 2018.

Brasil y los laboratorios bumerán

El guión de la campaña electoral 2018 del gigante brasileño surfeaba sobre una trama de corrupción con conexiones que afectaban prácticamente a todos los poderes del Estado.

Pocos partidos políticos latinoamericanos, y quizás del mundo, pueden atribuirse las destrezas en ciberpolítica del Partido de los Trabajadores del Brasil (PT). Ello incluye las buenas y las malas artes. No sólo en términos de su capacidad de articular el ciberactivismo e incidir en la discusión pública, sino en cuanto a la creación de laboratorios de bots y cyberbots que orquestan participación para aparentar apoyo a políticas públicas, y dirigir hábilmente el astroturfing. También se crearon laboratorios de generación de noticias falsas para atacar a adversarios, desde blogs y páginas web de falsos activistas, con perfiles de ficción creados fingiendo ser auténticos. Existe abundante evidencia al respecto. Un estudio de Oxford (Bradshaw y Howard) sobre trolls y botsencontró testimonios de la manipulación del ciberactivismo, no sólo en el PT sino también en el Partido Socialdemócrata. La BBC realizó una completa investigación sobre cómo el PT durante la campaña que hizo ganar la reelección a Dilma tenía como parte de sus tácticas corrientes la creación de perfiles falsos, falsos influencers, la creación de rumores y la generación de contenidos falsos [2]. No solo eso: desde la gestión de gobierno, la campaña de Dilma Rousseff en 2014 también empleó la tecnopolítica al utilizar las bases de datos de los programas oficiales de ayudas sociales, y específicamente el de Bolsa Familia, el programa estrella, con bases de datos de hasta 50 millones de beneficiarios.

Con tan vasta experiencia en el tema de la posverdad que en el Brasil el PT contribuyó a crear, resultó llamativo el énfasis que en los días finales de la campaña por la primera vuelta Lula y Haddad le pusieron a las fakenews. Situados completamente a la defensiva, prácticamente cerraron la campaña manifestándose escandalizados por el auge de las falsas nuevas y crearon un sitio web para desmentirlas. La experticia del PT se devolvía como un poderoso bumerán. Lo cierto es que esas noticias falsas, que con seguridad existieron, corrían raudas por las cadenas de WhatsApp pero con una discreción tal que hacía muy difícil detenerlas. Al menos, no sin importante rezago. Un asesino silencioso…

Algunas lecciones

Lo que vimos en 2018 apunta a la debilidad institucional de los partidos políticos, a la implosión de sistemas democráticos que parecían sólidos y a una tendencia creciente hacia la polarización. Las redes sociales podrían estar conduciendo tanto a la desinformación como a la polarización pero pareciera pronto aún para concluirlo con contundencia.

Mucho de lo nuevo de la ciberpolítica comenzó en este lado del mundo, varios años antes de que las preocupaciones llegaran a las grandes democracias occidentales. Conviene por ello poner atención a lo que estamos viendo en los procesos actuales. La irrupción de WhatsApp en las campañas como nueva plataforma utilizada para la información política parece particularmente relevante. Si creíamos que el fenómeno de las fakenews era complicado de controlar con las plataformas de FaceBook, Twitter y Google, no habíamos visto nada en comparación con los nuevos retos que tocan la puerta.

Notas

[1] Este artículo aborda de manera resumida algunos puntos del artículo más desarrollado, contenido en el libro Nuevas campañas electorales en América Latina, editado por la KAS en diciembre de 2018.

[2] Serie de reportajes de la BBC publicados en diciembre de 2017 y marzo de 2018.

Publicado originalmente en https://dialogopolitico.org

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