La esposa, la amante, la madre, la musa, la colaboradora, la oportunidad y hasta el primer recuerdo femenino están en la mente de Guido Contini.

 Algo pasa con Nine que resulta difícil identificar a primera vista. El nuevo trabajo de Rob Marshall —realizador de la oscarizada Chicago y de la mediocre Memorias de una geisha— posee un guión firmado por Michael Tolkin —colaborador de Robert Altman— y por el ya fallecido guionista y director Anthony Minghella —El paciente inglés y El talentoso señor Ripley— que es bastante fiel al libreto de Arthur Kopit para el musical de Broadway del mismo título. Éste a su vez se fundamenta en 8 y ½ (1963), legendaria obra de Federico Fellini que lo consagró mundialmente al ganar el Oscar como film no hablado en inglés y considerada una pieza maestra. Marshall contó con la magnifica fotografía de Dion Beebe y con el eficaz montaje de Claire Simpson y Wyatt Smith. Él mismo se encargó de una coreografía muy bien estructurada. Además, se dio el lujo de reunir a un grupo de seis intérpretes ganadores del Oscar como los ingleses Daniel Day-Lewis y Judi Dench, la francesa Marion Cotillard, la española Penélope Cruz, la australiana Nicole Kidman y la italiana Sofia Loren. Sin embargo, la película funciona a medias y no termina de convencer. ¿En qué falla Nine? En la falta de un cineasta que imponga su propio sello creativo. 

La sombra de Fellini —el verdadero creador de esta fábula— es demasiado grande y minimiza el trabajo de Marshall. Especialmente porque 8 y ½ es una de las películas que más ha influido en varias generaciones de cineastas de todo el mundo. Realizadores como Brian De Palma, Francis Ford Coppola y Martin Scorsese han confesado públicamente su admiración por la historia de Guido Anselmi, notable director de cine italiano, aplaudido por la crítica y el público, devenido en la estrella de los papparazzi, que a principios de los años sesenta se apresta a dirigir su novena película pero cae en una crisis personal que le impide concluirla y se queda con ocho filmes y medio. Una crisis que tiene una parte creativa —no se le ocurre una buena idea, trabaja sin guión, no sabe qué quiere comunicar— y otra parte afectiva —es el centro de la atracción de su esposa y su amante y también de su musa, su vestuarista y una periodista, al tiempo que vive obsesionado por la memoria de su madre y el recuerdo de una prostituta en su infancia— que lo conduce a la inmovilidad emocional. Palabra más, palabra menos, esa es la anécdota de la obra maestra del cineasta italiano que marcó la ruptura con el neorrealismo de Rossellini, Visconti y De Sica y, en definitiva, del creador que innovó el cine mundial.

Aunque formalmente Nine se inspira en el musical del mismo nombre y no en el film de Fellini, no puede evitar la referencia a la crisis personal de Guido —esta vez Contini— que se manifiesta en la presencia abrumadora de sus mujeres. No en balde la película abre musicalmente con la presentación de todas ellas. Su esposa Luisa, su amante Carla, su actriz fetiche Claudia, su vestuarista Lilli, su añorada mamma y su recordada prostituta Saraghina. Desde el punto de vista guionístico la historia está definida desde el principio. La otra secuencia que determina la trama es la de la conferencia de prensa donde su productor anuncia el rodaje de la muy ambiciosa Italia —que se filma con todos los hierros pero sin guión— en medio de las murmuraciones sobre su decadencia creadora. A partir de ambas secuencias se reconstruye la historia de 8 y ½ casi sin variaciones en el storyline. Guido se precipita a su propio abismo, hiere a sus mujeres, decepciona a sus admiradores, se retira del cine y planea su retorno en un plano diferente. Roma, Cinecittá, Anzio, Milán y otros espacios conforman los escenarios de la historia de un hombre que quiere huir de su vida, vale decir, de sus responsabilidades como esposo, amante, hijo, creador y figura pública. El inmenso talento de Daniel Day-Lewis le permite librarse de la sombra de Marcello Mastroianni a la hora de transmitir la angustia de Guido. Por su parte Cotillard, Cruz, Kidman, Dench, Hudson, Loren y Fergie cumplen con sus roles, sin más.

El director y coreógrafo norteamericano no logra comunicar su visión personal —como autor de un film que rinde homenaje a otro film y a un maestro universal— de este personaje y su crisis. Es más bien un organizador de imágenes, movimientos, sonidos, diálogos, bailes, canciones que se articulan técnicamente muy bien pero que no constituyen un aporte más íntimo, con huella de autor. Por eso la película llega a ser, a ratos, muy fría, distante, sin alma e, incluso, con la visión tradicional y estereotipada que muchos norteamericanos tienen de Italia y los italianos.

Marshall no hizo lo que el también cineasta y coreógrafo Bob Fosse logró al adaptar exitosamente 8 y ½ como All that jazz, al trasladar la esencia de la historia del cine a su propio ámbito de vida y creación: la danza y el espectáculo en Nueva York. Algo similar había hecho anteriormente con Sweet Charity, personal adaptación de Las noches de Cabiria de Fellini. En ambas Fosse puso mucho de su propia visión, no se limitó a reproducir al maestro. Tomó lo que debía tomar y propuso su propia creación.

Nine es un espectáculo atractivo pero logrado muy parcialmente. Carece de ambición creadora. Es como volver a ver una película legendaria pero sin el encanto de la original.

NINE, UNA VIDA DE PASIÓN (“Nine”), EEUU e Italia, 2009. Dirección: Rob Marshall. Guión: Michael Tolkin y Anthony Minghella; basado en el libreto de Arthur Kopit para el musical “Nine”. Producción: Marc Platt, Harvey Weinstein, John DeLuca y Rob Marshall. Fotografía: Dion Beebe. Montaje: Claire Simpson y Wyatt Smith. Coreografía: Rob Marshall. Música: Andrea Guerra. Elenco: Daniel Day-Lewis, Penélope Cruz, Marion Cotillard, Nicole Kidman, Kate Hudson, Sophia Loren, Judi Dench, Fergie, Ricky Tognazzi y Giuseppe Cederna. Distribución: Cinematográfica Blancica. 

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