Bolívar y Chávez
Esta es la dimensión trascendental a que apela el bolivarianismo actual al gestar una continuidad Bolívar-Marx.

En Venezuela el Estado no había derivado de la sociedad civil, sino la sociedad civil del Estado. Luego de un devastador siglo XIX, que destruyó las promesas del siglo anterior, la sociedad quedó desarticulada y se incorporó casi indefensa al siglo XX.

El petróleo le otorgó al universo político una clientela rentista, que heredaba y unificaba el poder omnímodo de los caudillos en una identidad nacional. Alrededor de estas creencias se gestó una vasta mitología, que precede el imaginario chavista mucho más que las ideologías de la modernidad. Cuando Max Weber estudió el carisma, había señalado, antes que Freud, la ‘proletarización espiritual’ de la masa por el caudillo, el trastorno identificatorio que infligía este ‘padre simbólico’ sobre la vida social. El populismo era su modelo clásico, y el liderazgo carismático su forma privilegiada.

En nuestra perspectiva, que aquí sigue a Freud y Weber, se despliega el discurso populista no en el ámbito factico y desnudo del poder sino en el histórico del dominio (que para Weber implica voluntad de obediencia), no en el nivel fonemático del significante, sino de la semántica, de la narración, y ocurre en un tiempo histórico particular. Laclau procura temporalizar la estructura fija que heredó del estructuralismo, pero eso no es posible sin historia y narración. En Laclau ese ‘vacío’ se organiza en una confluencia de significantes flotantes, pero es preciso tomar en cuenta las características discursivas, semánticas y no simbólicas, de tal ‘vacío’.

Nuestra aproximación al mismo tema fue expresada en el trabajo “El llamado del padre: 26 millones en busca de autor”[1]. Allí señalamos, desde la perspectiva psicoanalítica freudiana, los rasgos particulares que preceden el ‘nicho’ del caudillo, aquello que anidaba la instalación hegemónica de un discurso en Venezuela. Implicó reconocer una acumulación histórica específica y múltiples interacciones particulares que están presentes en el fenómeno. Interesó del análisis histórico los rasgos que perduraban y tenían su desenlace en expresiones actuales, fósiles activos no contemplados por la cultura formal. Eran lesiones colectivas, restos traumáticos que seguían golpeando la conciencia, no por deducción de una continuidad histórica, sino por práctica viva de la subjetividad social. El populismo y la polarización, siempre interdependientes, son extensiones fantasmales de aquel flujo.

Espectros precursores del desastre

El modelo teológico de la política no arranca en Venezuela en las ideologías fascistas, formas europeas cristalizadas después de la primera guerra por la fusión del nacionalismo y las demandas de socialismo y anarquismo (que influenciaron en Perón a través del falangismo). Procede de la configuración mítica de Simón Bolívar, al que se le rendían homenajes y suscitaba apelaciones místicas desde poco después de su muerte. Desde el siglo XIX se registran procesiones con sus imágenes ligadas al sincretismo religioso de la región, como verificaron muchos historiadores. Este vínculo nunca había cesado, y aunque no se manifestaba en políticas públicas explícitas, atravesaba la interacción social. Se registra una fusión patriótica religiosa que articuló esas creencias, y desde la segunda mitad del siglo XIX su imagen fue aprovechada por todos los gobiernos. Hubo desde el gobierno de Guzmán Blanco, a mediados del siglo XIX, movimientos anticlericalistas, pero nunca afectaron las creencias religiosas y el sincretismo concomitante en el pensamiento social. Esta es la dimensión trascendental a que apela el bolivarianismo actual al gestar una continuidad Bolívar-Marx. Por supuesto que ese trascendentalismo chavista es una falsificación de todos los datos históricos (Marx, que apoyó a EEUU en su guerra contra México, despreciaba explícitamente a Bolívar), y configura una presunción infantil sobre el ímpetu revolucionario y antimperialista que precede al actual régimen. La dimensión trascendental real es algo no develado totalmente, pero señala carencias y demandas (como la paternidad), y a veces emerge en costumbres y valores dentro y fuera de la política.

La dimensión abstracta de Bolívar —característica que el historiador German Carrera Damas deriva de la retórica del siglo XVIII— es apropiada para la configuración de ideales lejanos e imágenes paternales. Por otro lado, la idea de un mandato moral: parábola del sacrificio del prócer —»él murió por nosotros”—, la culpa histórica, la deuda y su redención, volvieron a retomar desde el siglo XIX el mismo vigor del mito bíblico cristiano. El mandato crístico bolivariano alcanzó una escala nacional mucho antes del chavismo. Esta configuración fue favorecida por la desaparición de la autoridad monárquica con la independencia, la caída de la autoridad eclesiástica, y el desvanecimiento del mundo paternal por el desgarramiento anárquico que padeció la sociedad y sus estructuras familiares.

La devastadora guerra de independencia y la federal posterior desestructuraron las familias, disolvieron las jerarquías sociales, especialmente la función paterna, hasta muy entrado el siglo XX, lo que favoreció también la instalación de una demanda imaginaria del ‘patriarca salvador’. La diferencia entre la familia escrituraria y jurídica y la real de la sociedad venezolana, es más importante de lo que se cree. Su reconocido carácter matrilineal, suscitaba un ‘vacío’ que casi todas las políticas públicas trataban de suturar, y determinó el peso del lugar ‘simbólico’ paternal; además del discurso de orden civil que rodea el mismo. Un repaso de manuales de pedagogía familiar estilo Carreño hasta la poesía moralista, comprueba que la apelación pública configuraba esta demanda en el siglo XIX y parte del XX.

La diferencia entre la cultura letrada y la experiencia social le otorgó a la sociedad venezolana una distancia entre la realidad práctica y los ideales que se advierte en casi todos los discursos. En el chavismo, la impostura letrada vino de la izquierda, pero la tradición solemne, de ampulosidad retórica y conceptualidad hueca, es añosa. Solían importarse las ideas, como ocurrió con las vestimentas (es revelador el ensayo sobre la función ideológica del vestido en Venezuela en tiempos de Guzmán Blanco, de la investigadora Cecilia Rodríguez), y ese modelo de positivismo progresista se trasladó a todos los ámbitos, también a los protestatarios. Las codificaciones férreamente ‘nacionales’ del chavismo delatan un fatigado archivo europeo, sonsacado por ‘pensadores’ que dan su texto a los voceros de turno. Así como en el siglo XIX los pensadores de la Europa industrializada viajaban al Mediterráneo para alimentar en la pobreza elemental de Italia o España las pasiones románticas que tonificaban el norte, los ideólogos de una izquierda caviar internacional cambiaban sus agotados abalorios teóricos con los políticos chavistas. Los nombres —socialismo del siglo XXI— eran hallazgos de talante periodístico o televisivo, pero suscitaban un saber teórico de cartón pintado, o eran recalentados desde otras historias más reflexivas (el ‘socialismo venezolano’, por ejemplo, fue inaugurado por el partido MAS, como crítica al socialismo ‘real’ de los soviéticos, cuarenta años antes que lo reinventasen los chavistas), la denominación de ‘afroamericanos’ fue tomada del liberalismo estadounidense, también la equitativa formula ‘otros y otras’, así como muchos términos ‘correctos’ de prestigio en la tribuna. Este nominalismo artificioso contribuía al clima de farsa del chavismo, la subvención de una narcotizante epifanía revolucionaria, nube que les impedía pronosticar que, aunque viajaban en primera clase espiritual, estaban viajando en el Titanic.

La estructura económica enfatizaba subjetivamente el consumo, el poder, la filiación y no la productividad. Esa disposición sedentaria movilizaba utopías arcaicas sobre dones y riquezas privilegiadas, que para algunos antropólogos ya heredaban las leyendas de Américo Vespucio y Colón sobre Venezuela como un lugar del paraíso.

El énfasis sobre el consumo, la distribución, el comercio, en el manejo ideológico y político de la administración social, se explica básicamente porque la productividad está localizada en el petróleo. El poder clientelar de la renta hereda el patronazgo de los caudillos, que a su vez ya habían heredado fragmentado el poder monárquico roto por la independencia. Considerando la economía que propicia esa renta, no podrían ser obreros y campesinos el eje de un movimiento social en Venezuela (excepto en la retórica folclórica de la ideología) sino buhoneros, empleados estatales y lumpen. Los sindicatos fueron un sostén privilegiado de Perón, de allí la expansión complementaria de la industria liviana argentina, mientras que los mismos fueron ferozmente atacados por el control estatal venezolano. Esto explica el sesgo fascista de este régimen populista, definido ingeniosamente como un fascio-comunismo por el economista Humberto García Larralde.

El significante vacío es bordeado entonces por una multitud de intersecciones, cadenas significantes, pero también de espectros semánticos, que se hacen presentes y tejen mucho más que ‘un capitón’ en la tela, tejen un dominio y bordan el gran tapiz político económico del poder y su burocracia. No vienen como ecos de la historia porque su presencia es actual, subsiste en la trama narrativa que ‘hizo’ la historia.

En aquel estudio observábamos “La diferencia entre un ordenamiento familiar de tipo civil o abstracto y una realidad parental de otro carácter, es quizás expresión de la represión escrituraria de la sociedad y la idealización jurídica correspondiente (…) La emergencia de un discurso de paternidad primaria no fue un salto al siglo XIX, sino a los ámbitos vivos pero desconocidos del XXI. No fue un camino hacia atrás sino a lo ancho. El suceso no sucedió en el tiempo sino en el espacio, integrando sectores que parecían ‘dormidos’. Los desarrollos institucionales estaban acostados sobre una falla esencial que se agrietó con celeridad. Esa integración narrativa es diferente a un significante flotante, se trata de un vasto relato. Existe una narración previa informal que circula en los mismos vasos que la ideología y la política. Puede advertirse en la retorica chavista, y con particular precisión en el extravagante juramento presidencial que cristalizó el estado de excepción, fuente de la pérdida normativa que hasta hoy acompaña una dictadura de saqueadores»[2].


[1] La identidad suspendida. Fernando Yurman. Editorial Alfa. Caracas, 2008

[2] Analizado en detalle en el articulo “La locura y el Poder” . Fernando Yurman. Viceversa.com, Magazine.

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