Eduardo Sánchez Rugeles 3
La novela de Eduardo Sánchez Rugeles es, principalmente, la historia de un viaje trágico.

La Librería Lugar Común y la Asociación Venezolana de Psicoanálisis (Asovep) organizan sus encuentros literarios los últimos viernes de cada mes con la participación de destacadas figuras de la crítica y del psicoanálisis. Esta iniciativa ha tenido mucho éxito en sus primeras reuniones, en la sede de Altamira del espacio de libros y conversas. Queremos compartir con ustedes el texto de María Dolores Ara sobre la novela Liubliana, del venezolano Eduardo Sánchez Rugeles.

Liubliana es la historia de una degradación, de una demolición, de una depravación. El eje temporal de la historia despliega el hilo que describe a un individuo, a una urbanización, a un país y a un mundo que bajan paso a paso las escaleras hasta el infierno anunciado y prometido, empezando por el peldaño de la infancia hasta llegar a la primera madurez nunca superada. La historia se separa en cuatro partes. Cuatro partes que estallan ante los ojos del lector en añicos que nos dejan tan heridos como la propia ficción (¿?). La arquitectura del texto encabalga las piezas sueltas, caóticas y astilladas de ese hilo cronológico cuyo desorden fragmentario equivale a la convulsión temática que expone. La vida de los personajes, del barrio, del país y hasta del más allá está descompuesta y descompone.

Se podrían trazar cuatro círculos concéntricos para entender desde el centro hasta la periferia el engranaje fatal que acoge al protagonista, Gabriel Guerrero, en el corazón de esta peripecia; abrazado por el círculo de su vecindario, Santa Mónica; que, a su vez, está inserto en una realidad nacional que lo condiciona; y, más allá, un mundo que cubre todo lo demás. Las relaciones entre esas cuatro instancias marcan distancias y proximidades dañinas. Tan letal es la simbiosis entre los chicos del barrio como la extrañeza frente a un código universal incomprensible. Entre la pertenencia indiscriminada y la alienación discriminatoria hay pocas opciones para el optimismo.

La novela de Eduardo Sánchez Rugeles es, principalmente, la historia de un viaje trágico. Nada le sale bien a nadie en la novela. La referencia a Ítaca, el conocido poema de Kavafis, nos da la clave. Cuando se busca a la Ítaca externa sin haberse adentrado en la interior, el fracaso es seguro. A Ítaca no se llega, a Ítaca se la reconoce. Es una novela de la distopía, que se separa del género por cuanto no advierte sobre la llegada de la peor sociedad posible, sino que nos empuja por las malas a entrar en ella y oler su fetidez. Se la ha visto como la pintura de una generación desesperada, por carecer de futuro. Pero cabría preguntarse qué es el futuro para quienes desprecian su pasado, al que olvidan con puntualidad inglesa, y el presente es un producto que se consume de inmediato en la oferta del día, sin mayores análisis. El propio futuro es un peso fastidioso del que hay que desembarazarse a punta de irreflexión. Lo cierto es que somos seres históricos que adquirimos peso específico al pensarnos. Cuando no se cumple con este requisito de humanidad bien entendida, se flota. Nada más. El arraigo no se consolida por arte de magia. El desarraigo se perpetra en el vacío.

Más acá de estas coordenadas, Liubliana acusa rasgos posmodernos que constituyen su mayor poder de convocatoria. La fragmentación de las historias que se citan en el texto, la velocidad de vértigo del discurso anecdótico, el tema urbano trepidante, la banda sonora del pop rock de autor que va señalando las vicisitudes angustiadas de los personajes, el híbrido de géneros que van mudando: de la ficción a la crónica, de ahí al reportaje, al diario íntimo, coquetea con el suspenso, se hunde, por momentos, en la urgente erótica dura y nada sobre las letras de las canciones de una rockola apocalíptica que sirve al melodrama de fondo. El remate trascendente es la búsqueda de identidad como columna vertebral. En singular y en plural, la anécdota persigue ansiosamente al ser perdido que no va a encontrarse. De antemano y sin remedio.

La visión sobre la novela ha recaído en la idea de que se trata de contar la enfermedad del exilio venezolano en su peor faceta. Liubliana muestra el tipo de sociedad que da lugar al exilio negro, al insufrible, al criminal. La descripción de Gabriel y sus amigos en Santa Mónica, en el Inírida y edificios colaterales es la de un conjunto humano pre-moderno que no ha alcanzado estatura civilizatoria y continúa apegado a su raíz tribal. Los vínculos telúricos de la urbanización de clase media están a la orden del día. Entre los niños, que luego serán muchachos y un poquito más allá unos pos adolescentes eternos se establecen lazos sólidos, entrañables, de una familiaridad comprobable. Primitivo, básico, elemental e inmaduro, este ‘clan’ vive orgulloso de su simpleza, de su ausencia de ambiciones, de su falta de planes. Se satisfacen deambulando por circuitos mínimos en una mediocridad ramplona que los deja invertebrados. Sin herramientas para volar a las alturas deseables de una vida intelectual, moral y afectiva que valga la pena. Así los agarra el otro deslave. El que los deposita en playas exigentes, donde los esperan distintos códigos de conducta, estructurados, rígidos y hasta más inmorales que el de origen. Sin brújula, ni diccionario, el mundo anhelado es un laberinto que lastima hasta la locura. Máxime cuando el terruño propio es un museo del horror que exhibe sus trofeos con saña: ruina, mezquindad y muerte.

LiublianaMetidos de lleno en la ‘sociedad líquida’ que describe magistralmente Z. Bauman, los lectores participan, al leer Liubliana, de este tiempo sin certezas, plagado de angustias, obsesionado por la seguridad inalcanzable de las metrópolis del miedo. Nos salta encima la amenaza de la soledad, la ausencia de valoración propia de individuos que deliran ante la pregunta por su identidad. Atrapados en las redes sociales, todo se torna transitorio, volátil, superfluo. El estado de bienestar es una mentira engaña-bobos. El amor es un estallido para lunáticos. Verdugos y víctimas de sí mismos,los personajes se esmeran en el arte de no ser lo que parecen. Nada es lo que parece: Alo, la Nena, Gabriel, Carla, la ONG, los Divinos, Javier y pare usted de contar, son seres en guerra consigo mismos. El país está en guerra contra su propio destino. La humanidad se empeña en auto-liquidarse.

Y llegamos a Liubliana, la geográfica, la que se puede medir y pesar. La capital de Eslovenia. Que está lejos, muy lejos. Como corresponde a todo Paraíso que se precie. Es el sueño cumplido de la fuga. Liubliana no existe: es un producto de la imaginación que diseña una huida redentora. La pareja protagónica, herida por los cuatro costados, decide clavarse una estocada mortal en el paréntesis de lujuria que les permite este escenario exótico, en el que creen que no los atrapará la destrucción. Pero no hay nada que hacer; la llevan por dentro.

A Liubliana irá a morir Gabriel, allí irá a depositar su corazón agotado y su mente amenazada por los perros de la locura. El vacío de su vida combina mejor con la nieve incesante y los dragones agoreros del puente de la ciudad. En medio del paisaje helado y desconocido, Gabo entrega su vida en medio del recuerdo de un partido de fútbol librado en pleno Santa Mónica, en el centro de su ciudad, en el centro de su país, en el centro de un sí mismo que nunca honró. Liubliana es la escenografía artificial que recibe su cuerpo rendido. Santa Mónica, su reducto infantil, es el paisaje que lo despide desde adentro. Recuerdo a Cesare Pavese en Canción de las cosas simples: “Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas…”.

LIBLIANA, de Eduardo Sánchez Rugeles. Ediciones B Venezuela, Caracas, marzo 2012. Música de la novela de Álvaro Paiva Bimbo.

 

 

 

 

About The Author

Deja una respuesta