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Adscrito a la Facultad de Ciencias y Económicas y Sociales (Faces) de la UCV, el Centro de Investigaciones Posdoctorales, Cipost, creció en nombre y en belleza.

Especial para Ideas de Babel. Si por mezquindades, si por problemas burocráticos, de cualquier forma asombra el desenlace; quizá ni lo esperaban sus detractores, que los tuvo. Como también amadores convencidos —en mayoría— que hoy, a pocas horas da una convocatoria que lo invoca, un evento que lo celebra, hablan con deleite —y no sin pesar— del Centro de Investigaciones Posdoctorales, Cipost. Que un espacio tan singular esté o haya sido cerrado, que sea su sede casa tomada, que esté abandonado, que se considere su venta, en tiempos de bienes patrimoniales amenazados, el cierre del Cipost es una herida viva que va más allá de los problemas de presupuesto de la universidad —insigne patrimonio— y que el gobierno tiene en la mira.

Olimpo intelectual donde las élites convocarían la democracia como práctica ordinaria y ejercicio de libre albedrío, referente cimero del pensamiento y del debate más desprejuiciado entre diferentes incluso acérrimos, nido de ideas inéditas y jamás pensadas, el Cipost, ubicado literalmente cual Partenón en los altos de una encumbrada zona caraqueña, Colinas de Bello Monte, fue creado para prolongar el rejuvenecedor hábito de la duda y fue durante 20 años reducto de la república posible y un espacio sui generis donde fluirían tan campantes todas las corrientes del saber.

Templo para celebrar el destello de los pares, seducidos por el gusto de verle el hueso a las utopías y a los dogmas, concurrían a él, imantados, los ungidos, los doctores, los sabios, los profesores, los académicos, los autores, los estudiosos, los aprendices y los artistas, entusiasmados con la convocatoria: todos debían intentar comprender, explicar o defender el sentido de las hipótesis más improbables, sugerentes o novedosas, estremecer lo inalterable a partir de la hibridez, y propiciar puentes; que mientras más turbulentas las aguas más necesarios son. Fue un espacio de luces movido, también, por el afán de vencer las sombras.

Con ganas de entrar en honduras —o mantenerse en ellas— el economista y denso y prolijo autor Enzo Del Bufalo es de los que concibe el Cipost como un ágora que ha de citar a seseras bien amobladas, y es así como se da a la tarea de buscar el sitio que albergaría suculentos debates, reuniones inconcebibles, exposiciones conmovedoras —fueron enmarcados Carlos Zerpa, Felipe Herrera, Pájaro y Nelson Garrido— y eventos culturales para el goce, léase recitales de poesía, imborrable aquel de Rafael Cadenas en el que invoca a Eugenio Montejo y anuncia que todo lo dirá por él. La casa escogida pronto se convierte en campus. Ya con sede, trámites privados mediante, se da inicio al proyecto que no conoce muros.

Autores e investigadores de las ciencias sociales y políticas —y de la filosofía— y todos los enamorados del saber de aquí y allá dictan cátedra, escriben, participan en seminarios, invitan a tertulias, se encierran a deliberar, abren las puertas para deliberar, publican, bautizan libros que parecen bombillos encendidos, trabajan en jornadas infinitas y enjundiosas. Gentes de creencias disímiles y antagónicas, de derechas, de izquierda o de centro, ateos y creyentes, gentes ilustradas pero que no se asumen miembros de una secta, comienzan en 1989 la travesía por la palabra, a desmontar o rearmar discursos y consignas, a indagar en los frutos de las neuronas más recalcitrantes, sólidas o paradigmáticas en aquella sede que se convierte, vaya audacia, en referente latinoamericana del pensamiento libre. ¿Cómo no conmoverse con su historia?

Los privilegiados que fueron parte de aquel espacio ideal —tan cerca de las nubes como de la realidad más frágil, el Cipost se conectó con las escuelas públicas, ensartó la hipótesis con el trabajo de campo, llegó a colegios de zonas populares, a Petare, y a los muchos Fe y Alegría de zonas campesinas del país— coinciden en describirlo como un lugar fuera de serie. “El Cipost no se parece a nada que yo haya conocido aquí y afuera”, dice Alex Fergusson, científico que incorporó el asunto ambiental a la temática de los debates filosóficos, y, desde el Cipost, contribuyó en la redacción de una propuesta de Ley de Educación Superior, patrocinada por Unesco, y —con Cipost— fue a París para la creación del Observatorio de Reformas Universitarias (ORUS). “Mi relación con el Cipost, tan motivante, casi sensual, definió lo que es hoy mi pasión: la ecología humana. Cambió mi vida”.

Con él coincide la filósofa Rayda Guzmán. “Sí, fue una institución única en su tipo, he asistido a seminarios, cursos y debates en Barcelona, Lisboa, Madrid, París, Freiburg y ninguno se asemeja ni remotamente a los sostenidos en el Cipost, espacio al que distinguirá la bonhomía. Toda discusión siempre fue jalonada por los buenos argumentos, y si malos, corregidos entre risas y elegancia por el resto de tus pares”, evoca con fascinación. Todo aquel que pasara el umbral de sus puertas habla del Cipost desde el hechizo. “Mi primer viaje académico a Venezuela, primer viaje a secas a ese país, fue en el año 1995, invitado a dictar el curso anual del Cipost. Pude vivir un clima de discusión a la vez respetuosa y entretenida, frontal pero sin rechazo del otro, y advertir que se estaba a la altura del mejor debate internacional en el tema de posmodernidad (sobre el cual versaba el curso), con sus efectos en lo político, lo cultural y lo social; en ese sitio se formaban intelectuales de fuste”, dice Roberto Follari, prolífico autor, 16 libros y cientos de artículos arbitrados de su puño y letra. “Desconozco en detalle sobre si hay o no algún otro centro comparable en Venezuela, pero sin dudas que éste cumplió una función de debate, difusión y producción intelectual que no es fácil de parangonar, además de quesiempre hubo espacio para todas las voces, una rareza en los centros de investigación latinoamericanos”, concede desde Mendoza en Argentina.

Entonces acota Xiomara Martínez, socióloga y profesora del Doctorado en Ciencias Sociales: “Cipost fue eso y más, redes académicas, publicaciones, eventos, seminarios, la cosecha de los egresados posdoctorales, formación de jóvenes investigadores, y un largo etcétera perfecto y fácilmente constatable, lo que, entre otras cosas comprueba que no es cierto que el Cipost era un centro concentrado en los estudios posmodernos”, explica. “El Cipost fue el espacio donde mejor fue intentar la interlocución crítica, el encuentro efectivo y cotidiano con otras maneras de pensar y conocer, el escenario del ejercicio afectivo, empático y democrático de la enseñanza y sin duda donde tuvo lugar a sus anchas la producción de conocimientos. Esto constituyó, a lo largo de ya tantos años, su ethos”, añade Martínez, también ex directora del Cipost y quien tendría el honor de ser directora del primer Programa de Estudios Post-Doctorales, no sólo del país, sino de toda América Latina.

“El Cipost estableció un estilo que integraba la alta episteme, la investigación, la producción intelectual, los eventos académicos, la diversidad de posturas y el antagonismo teórico, aspectos que estaban amalgamados por un principio ético que consistía en el reconocimiento de la diferencia”, subraya Luis Bracho, filósofo, con maestría en Literatura Latinoamericana, doctorado en Ciencias Sociales y ahora mismo Coordinador de la Red Iberoamericana de Investigaciones de Postgrados: Vida Cotidiana, Ética, Estética, Educación y Política (Redivep). Y lo refrenda Jesús Puerta: “Disfrutábamos discutiendo temas que no se ventilan en ningún otro lado, y eso hace único al Cipost; fue Meca de la amistad y la reflexión inteligente”.

“Sí, un proyecto de alto vuelo, inédito a nivel sudamericano. Que apostara a la posibilidad de concentrar el trabajo doctoral y posdoctoral desde una mirada abierta, libre y transdisciplinaria no sólo me sedujo a mí sino que a un grupo de colegas-académicos de la Universidad Austral de Chile”, alza su voz Rodrigo Browne, doctor en Comunicación, docente e investigador del Instituto de Comunicación Social de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UACh. “Cipost es/era una experiencia vanguardista, progresista y de gran proyección a nivel nacional e internacional”, agrega. “Pionera en los estudios posdoctorales en América Latina y con una capacidad inter y transdisciplinaria pocas veces vista en el mundo de las ciencias tradicionales. Sin duda que retomar el trabajo de este Centro sería un aporte para pensar las diferencias desde unas ciencias-otras que no, necesariamente, tienen que responder a las lógicas epistemológicas propiciadas por los discursos de autoridad atingentes al mundo occidental”, responde desde Valdivia.

Adscrito a la Facultad de Ciencias y Económicas y Sociales (Faces) de la UCV, la casa creció en nombre y en belleza. La albergó y la detentó en la arquitectura que la adecuó al contenido. Los gobiernos caraqueños de Juan Barreto y luego de Antonio Ledezma —¿evidencia de la apertura mental de sus miembros?— consintieron en invertir en modificaciones que convirtieron la sede del Cipost en Edén. En un país donde lo hermoso es idiosincrático e incluso aval, no debió ser vista la belleza como altanería.

“Con esta ambiance, como le gustaba al maestro Rigoberto Lanz intercalar palabras en francés, era normal acumular enemigos: la academia que no digiere bien la generación de nuevo conocimiento y los pseudos políticos que no podían ubicar a qué corriente pertenecerían esos nuevos conocimientos temían, quizá con razón, que fueran excesivamente útiles a la hora de desmontar sus incongruencias”, se lamenta Rayda Guzmán, consternada sin remedio, porque aquel espacio icónico será luego tomado por gentes que desdeñan la meritocracia. O como dice Enzo Del Bufalo, gentes que solo saben de caudillismo y creen, desde la valoración más pueril, que era un espacio ‘de’ Rigoberto Lanz, su coto de caza.

Nido donde se ventiló con audacia y originalidad el tema recurrente del poscolonialismo, como dice el filósofo y profesor universitario vinculado al Cipost, José Colmenares, “el cierre lo decretan los enemigos del pensamiento flexible, los dinosaurios que buscan el pensamiento único”, asesta. “Como se puede entrever en la breve descripción, el vacío ha sido imposible de llenar con ninguna otra propuesta burocrático académica. Fue el del Cipost un modelo de investigación sin servilismos”, suspira Rayda Guzmán, “y ha de ser visto su cierre como una puñalada al corazón de una intelectualidad viva”.

Para que no queda duda sobre el despropósito —“no, nunca sería un peso en ningún sentido para la Universidad, todo lo contrario”, reacciona el filósofo, doctor en Ciencias Sociales, escritor y profesor universitario Jonatan Alzuru— los miembros del Cipost conmueven a la platea argumentando razones contra el inexplicable fin. Sí, la universidad tiene un presupuesto precario, y sí, no es autosustentable pero la venta de la sede ¿resolvería la coyuntura precaria? ¿en tiempos de crisis tiene sentido acabar con un proyecto donde se piensa y se dialoga? ¡Caen las casas, los bienes patrimoniales, cae la cultura!

Visto por sus cofrades como colmena donde se iba a producir maravillosa miel, visto por los celosos y resentidos como panal donde este almíbar de oro se encuentra listo, no hay que sudarlo, el Cipost fue por fin rodeado. Sitiado. Rigoberto Lanz, que defendió el centro a capa y espada —él o muy querido o muy detestado— se enferma fatalmente pero alcanzará a oír el zumbido de las ávidos moscones. “El Cipost es una estación experimental, como las de Agronomía o Veterinaria, pero sin vacas ni semillas. Allí experimentamos nuevos modos de hacer preguntas, buscamos otras claves para comprender el presente, interrogamos lo dado para no quedarse allí”, escribe el 15 de noviembre de 2009, en El Nacional. “Pero no, nunca nos interesó la forma porque los contenidos sobraban. Nadie estaba preocupado por togas y birretes porque la pulsión ético-intelectual no se detiene en tonterías. Oasis de los excesos ha sido siempre este palacio de las ideas que pocos entienden y muchos miran con cochina envidia”, diría sin empacho. Ay.

Alcanzará a terminar su gestión Jonatan Alzuru, “gestión impecable, por cierto”, añade Colmenares, y luego se desconocerán las reglas de juego internas: el sustituto tenía que ser alguien del centro. Sin embargo, tras ser sustituido por Nelson Guzmán,  quien no pertenecía al Centro, recibe el testigo dado por las autoridades de la Facultad, continuó en términos administrativos la teoría de los juegos aplicada a negociación, Julio Corredor. “El Cipost fue lo que fue y ya no es, ahora es otra cosa, queda como una referencia”, dice Enzo Del Bufalo; “que no puede ser tampoco ese espacio reducido a algún aula de Faces donde se dan clases”, acota Alzuru pensando en la desangelada posibilidad. “Pasa a veces así, produces cosas que una vez listas, perfiladas, dejan de pertenecerte”, remata Del Bufalo. Tal vez así sea Cipost, ahora, o por ahora, ese espacio que se mudó a las redes. Asiente con la cabeza.

“Un Centro de Investigaciones se mide por el catálogo de sus publicaciones, pues el del Cipost sobrepasa el centenar; solo como evidencia de la entrega de sus investigadores al trabajo, de lo tanto cabe recordar, que la decana en su informe (2008-2011) coloca que por primera vez se contrató a los jubilados porque trabajaban ad-honorem, porque, efectivamente los fundadores estaban activos para el momento de la fatal intervención, en 2011”, argumenta Jonatan Alzuru.

Por Cipost pasaron pensadores de la talla de Julio Ortega, Javier Roig, Agnes Heller, Eduardo Subirats, Jorge de la Rosa, Roberto Follari, Michel Maffesoli, Edgar Morin, Néstor García Canclini, Rodrigo Browne, Oscar Galindo, Mauricio Mancilla, Martín Hopenhayn, Ernesto Laclau; con la enumeración —esta lista sí es seductora— se suma a la defensa Luis Bracho; también circularon por el centro, en diferentes momentos, con diferentes intensidades, María Sol Pérez Schael, Miguel Ángel Contreras, Daisy D’Amario, Ybelice Briceño. “Los fundadores, Rigoberto Lanz, Agustín Martínez, Miguel Ron Pedrique, Julia Barragán, Magaldy Téllez, Enzo Del Búfalo, Gustavo Martín, produjeron una iniciativa que, sin dudas, ha generado muchos frutos; es innegable los aportes de Rigoberto Lanz a partir de su diálogo con la experiencia americana que le permitió constituir un pensamiento posmoderno crítico; así como las innovaciones de Julia Barragán respecto al diseño de tomas de decisión, o las interpretaciones y novedades de Enzo Del Búfalo en el debate sociológico, económico y político, o la hermenéutica sobre crítica contemporánea de América Latina de Agustín Martínez, o los estudios culturales de Daniel Matos, el análisis político de la obra de Hannah Arendt que realizó Miguel Ron Pedrique, las críticas y propuestas educativas de Magaldy Téllez…”, pincela Bracho una sustanciosa panorámica.

Espacio para el debate sin restricciones de temas epistemológicos y sociológicos al más alto nivel, como apunta el sociólogo, doctor en Ciencias Sociales y profesor titular de la UDO Francisco Rodríguez, “el Cipost exudaba una atmósfera muy peculiar, insisto, en la que confluía lo mejor de la tradición anglosajona del debate, de la francesa de las propuestas originales y de la caribeña de la curiosidad, si a eso le unimos la tradición alemana de los maestros de la sospecha, ya se puede entender lo que sucedía allí”, apostilla Rayda Guzmán.

“Sus diversos programas vinieron a llenar un vacío académico, no solo en la UCV, sino en toda América Latina. Cipost se convirtió así en el centro de mayor producción intelectual de la UCV. La creación del Premio Cipost a la investigación fue también una experiencia única”, añade puntos a favor Alex Fergusson. “Ya quisieran algunas universidades, que ahora aparecen ranqueadas como las mejores del mundo, poseer un centro de estudios de investigación posdoctorales con las competencias y características de lo que fue nuestro Cipost”. Se suma al afinado coro Abraham Gómez: “Quienes habíamos participado, y seguimos siendo estudiosos incurables, en los disímiles proyectos de lo que constituyó el Centro de Investigaciones Postdoctorales de la Universidad Central de Venezuela, dicho así como se lo merece con todas sus letras, recibimos consternados la información de su desaparición como ente educativo; de la probable decisión cenacular para que cada facultad asuma su postgrado, y desarrolle por separado la oferta postdoctoral que conforme le corresponda. Pero el prestigio académico internacional que a pulso se había ganado justifica de modo absoluto cualquier reconsideración de forzosa o sibilina clausura”, alega.

“A partir de los indicadores de desempeño del Cipost en sus veintiún años de prolífica labor, cualquier seria evaluación dará inclusive para reivindicar a nuestra UCV en su razón de ser. Reafirmo, en la sensible condición de tener la deltanidad tejida a mi piel, que desde el Cipost nuestra UCV estuvo intervinculada vívidamente con todo el país”, añade este miembro de la Academia Venezolana de la Lengua, con posdoctorado en epistemología, phd en Ciencias Sociales y que detenta el flamante título de magíster Scientearum en Andragogía, ciencia que rige las estrategias metodológicas y demás procesos de enseñanza-aprendizaje en las personas adultas.

Alejandro Maldonado Fermín ve el Cipost de manera entrañable. “Siempre tenía un aire familiar, por decirlo de alguna manera; y fue caldo de cultivo de muchas conquistas”. Tras hablar del Programa Cultura, Comunicación y Transformaciones Sociales (“seguramente ya sabes que el Cipost se organizaba en Programas Globalcult, que era la forma corta que teníamos de denominar al sitio”), añade que fue con esta bandera intelectual como se hizo el centro acreedor al sitio de la distinción mención especial de la categoría e-Ciencia en la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información de Naciones Unidas (WSIS). “Como te podrás imaginar, el Cipost tenía una marca: era ese gran paraguas institucional que permitía que todos sus miembros se sintiesen resguardados para fomentar espacios fértiles y productivos en el campo académico de las ciencias sociales”, dice ufano.

“Más allá de su heterogeneidad, que era, a su vez, una de sus mayores fortalezas, fue un espacio de encuentros, debates de altura, un polo de producción intelectual que, sin depender del siempre frágil presupuesto universitario, supo conseguir recursos nacionales e internacionales, para sostener su ritmo de actividades”, añade.

El Cipost, que ofreció su sede para que la Fundación Cultural José Ignacio Cabrujas —miembros relevantes de la cultura asistían semanalmente, entre otros Alfredo Chacón, Perán Erminy, Tulio Hernández— no termina, como parece. Luego que se impidiera realizar nuevas elecciones en las universidades —un no que arropa a decanos y rectores— la decana electa cumple su mandato y se retira. Al no haber elecciones, quien asume el decanato, necesariamente, lo debe lograr por un acuerdo entre la mayoría de los distintos factores que hacen vida en la Facultad y que están representados, para ese momento, en el Consejo de Facultad. Ése era el escenario y tal la forma cómo se tenía que resolver el vacío de poder: a través de un acuerdo. En 2011, los factores acordaron fue la intervención del Cipost. “No sabemos cuál era el interés, pero lo cierto es que se designa a un director y a un comité académico violentando todas las normativas. Tampoco creo que estuviesen en los cálculos de todos que se desintegraría”, añade Alzuru (leer el texto de Enzo Del Bufalo en Miradas múltiples)

“Las disputatio más lúcidas tuvieron como escenario ese lugar multiverso que acogió de todo pensar complejo y trandisciplinar. Las semillas no se sembraron bajo la egida de una cabeza rectora de la verdad, sino que se diseminaron al aire y desde entonces, hasta el presente, el Cipost desde su ausencia institucional, no ha dejado de ser el ave fénix del que muchos somos totalidad y partes”,  consigna el profesor eméritus de la Universidad del Zulia, Alvaro Márquez Fernández.

Pero entonces ¿sigue? ¿se da una batalla por el Cipost ahora mismo? La verdad es que la comunidad intelectual siguió produciendo, más allá de la institución que los cobijó. Y este domingo 18 tiene lugar el bautizo de los libros de la Red Iberoamericana de Investigación de Postgrados: Vida Cotidiana, Ética, Estética y Política (Redivep), adscrita a la Unesco, y editados por Bid & Co y Fundecem, una confirmación de que Cipost, devenido Redivep, sigue. El suculento evento se realizará a las 11:00 am, en la Librería Lugar Común del Paseo Las Mercedes. Se trata de una jornada cultural de lujo: bautizos de libros, tertulias, recitales de poesía. Se bautiza La vida en breve. Miguel Márquez, de JonatanAlzuru Aponte, presenta Luis Bracho; Poética de la Interpretación, de Aníbal Rodríguez Silva, presenta José Colmenares; Cuando los pueblos interpretan, de Jesús Puerta, presenta Pausides Reyes, se reedita Cuando todo se derrumba, de Rigoberto Lanz y se presenta Roma: Historias y devenires del individuo de Enzo Del Bufalo, libro biblia que presentará Jonatan Alzuru.

El filósofo jura que este trabajo es un acontecimiento. “Será un clásico para cualquier investigación sobre Oriente y Occidente”, invita a acometerlo. “Es un libro fundamental que cruza transversalmente la filosofía, la historia, la sociología, la política, la economía y la teología. El texto repasa cuáles fueron las prácticas sociales, políticas, militares, religiosas, literarias que hicieron posible el surgimiento de una idea, un deseo, como la de ser un individuo soberano y esa idea del individuo soberano la rastrea en Roma, en el mundo antiguo, en el momento del esplendor del Imperio Romano para llegar a una crucial pregunta: ¿por qué ese individuo se minimizó, por qué fue perdiendo su soberanía? Es un libro monumental, 900 páginas y ahí está todo”.

En medio de los preparativos de la actividad, que incluyen un homenaje a la artista Erika Ordosgoitti en la página web de Redivep, en el espacio personaje que se inaugurará ese domingo, Alzuru cierra el capítulo. Escritor que en su libro convida a ser antiprologado, idea democrática que rechaza las zalemas convenientes y convenidas muy del Cipost, anota los detalles del desenlace: “Termino mi período con la decana Sary Levy y pongo mi cargo a la orden. Efectivamente, nombran a Nelson Guzmán quien no era del centro, por lo que todos protestamos; entonces él despidió a Enzo, a Rigoberto, a mí, entre otros del comité académico y Rigoberto Lanz pasa un correo diciendo que no aceptaremos la intervención”. Luego a Alzuru lo golpean estudiantes de la UCV al regresar de vacaciones en enero de 2012; diferencias electorales que así se dirimen, con violencia abyecta; él termina en el Clínico.

“Hay otras honduras, las de la tristeza y las del dolor personal que causa el maltrato académico y la pérdida de un espacio que fue una apuesta ética y afectiva de vida profesional”, se quiebra Xiomara Martínez pensando en la casa común, la casa de savia, la casa razón. “Pero fíjate”, cavila Alzuru, “la casa, según se dice, está abandonada, es decir ¿el Estado perdió la inversión así nada más?”, deliza. “Pero nuestra apuesta está más allá de la casa, de una institución, más allá de la burocracia. Cipost es un espíritu que se seguirá manifestando en nuestra cultura, espíritu de celebración de las diferencias y el debate riguroso de la ideas”.

Hay que ir el domingo a Lugar Común.

 

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