Ciudadanos venezolanos
Y, ¿cómo puede ser el nuevo contrato social? Muy sencillo: otro cuyo poder resida en el individuo, convertido en ciudadano, propietario de sus bienes, su vida y su libertad, sin ambigüedades.

El pacto de 1958 devino en un sistema que cercenó las libertades individuales en nombre de un Estado más paternalista que nunca. De ahí que proponga un nuevo contrato social basado en la libertad del individuo.

Venezuela, paradójicamente, enfrenta una de las mejores oportunidades de su historia: forjar un nuevo contrato social que libere a los venezolanos de la pesada e insufrible carga de existir bajo el aplastante predominio de un Estado dueño de todo, patrimonialista, como es su nombre propio.

Durante el trienio 1945-1948 y como respuesta a antiguos gobiernos opresores, el liderazgo político decidió que la única fuerza capaz de modernizar a Venezuela y sacarla del atraso secular que la sumía en la pobreza, era a través de la imposición de un Estado muy poderoso dueño de todas las riquezas materiales, de nuestras vidas y de nuestra libertad. La consigna que se asumió en ese tiempo era muy clara: «Ni una concesión más a particulares». Años después nos preguntamos si las concesiones petroleras no iban a los particulares. Seguramente, y fue lo que sucedió: todas fueron a manos del Estado. Allí surge la partida de nacimiento del Estado patrimonialista, gran propietario, el mismo que hoy forcejea sin piedad, con el vil propósito de convertirse en el nuevo monstruo rojo de la historia.

Ese designio, construir un Estado modernizador alimentado por el petróleo, en un principio cargado de buenas intenciones, vivió una época dorada hasta finales de los años setenta, pero al final produjo, como era de esperar, la plataforma política que en estos últimos tres lustros ha servido de base para forzar la imposición del comunismo en Venezuela. Ha arrasado y despojado de legitimidad las instituciones, destruido la economía y la libertad de las personas. Cualquier disidencia puede significar perder el empleo, el contrato con el poderoso Estado. Opinar es un delito cuyo costo más seguro es la cárcel, terminar en un encierro como la tumba, sucedáneo de los antiguos calabozos de la Seguridad Nacional perezjimenista.

Disiento, por tanto, de las propuestas de restablecer el contrato social nacido en 1958, que aun rige nuestra existencia como sociedad. En realidad lo que tenemos enfrente es la oportunidad de oro, tomar conciencia del origen de nuestra condición rentista, reflexionar: ¿por qué a pesar de un precio del petróleo que sube mucho más allá de los 100 dólares, en la bajadita seguimos tan pobres o más que antes?

En la apelación a restaurar el contrato social, Gustavo Roosen hace un importante señalamiento: “¿Puede hablarse de la vigencia del contrato social en un panorama en el que el sujeto de ese contrato, el ciudadano es, cuando menos, olvidado, si no relegado y hasta sacrificado por el Estado? Solo pensando en lo económico, no hay análisis que no concluya en un cuadro dramático para la población. Igual sucede en el terreno político y en el del ejercicio de los derechos. Solo el enorme aparato de propaganda, intimidación y clientelismo montado por el gobierno es capaz de negar una situación así y de desfigurarla”.

La verdad es que si algo estaba olvidado en el contrato social vigente desde 1958 era el ciudadano, y esto por una razón que hoy podemos ver con mucha claridad. Si todo el poder estaba en manos del Estado, si esa institución era la dueña de todo, si la renta que generaba el petróleo la distribuía discrecionalmente según sus preferencias, entonces, cuál es el ciudadano que queremos restablecer o se trata más bien de un individuo que sobrevive en una sociedad donde los derechos civiles estaban prácticamente anulados, donde no existen libertades económicas, con una Constitución que reservaba la propiedad de los sectores generadores de riqueza al Estado. ¿De cuál ciudadano estamos hablando?

Un país de propietarios

Por supuesto que antes de 1999 vivíamos mejor que en estos tiempos azarosos, donde no sabemos si mañana estaremos vivos, pero también significa que podemos de una vez por todas intentar ir hacia el fondo y dejar de culpar al petróleo, al rentismo, al Tío Conejo, de nuestras dificultades.

La posibilidad es poder vernos tal como somos. Pararnos frente a un espejo y preguntarnos ¿qué ha pasado con toda la riqueza que ha corrido por nuestras tierras fruto de la explotación petrolera? ¿Acaso se ha creado una sociedad armoniosa donde la posibilidad de quedarse atrás no es una condena al nacer para vastos sectores de la sociedad? ¿Cuánto valoramos la educación como base para nuestro crecimiento personal y colectivo? ¿Estamos realmente preocupados por los pobres al punto de empeñarnos en proveer las posibilidades de educarse, de aprender un oficio que los saque de la pobreza, o solo confiamos en los subsidios que otorgados clientelarmente para que el gobierno de turno los saque de las maltrechas viviendas informales y del trabajo también informal, porque no han tenido la oportunidad de aprender otra cosa?

De ninguna manera se trata de restablecer el viejo contrato social porque entonces podríamos decir que de nada valió este pasaje por el horror que han significado estos 17 años de socialismo depredador y sanguinario.

Y, ¿cómo puede ser el nuevo contrato social? Muy sencillo: otro cuyo poder resida en el individuo, convertido en ciudadano, propietario de sus bienes, su vida y su libertad, sin ambigüedades. Un Estado que esté a su servicio, que le rinda cuentas. Contar con instituciones con el poder político y la autonomía suficiente para incentivar, vigilar que estemos creciendo económicamente y que este crecimiento sea el camino para acabar con la pobreza. Una sociedad donde el Estado de Derecho no pueda ser escamoteado por ninguna mafia que gane elecciones, y que nuestro voto sea un instrumento para cambiar hacia una mejor representación. Gobiernos honorables, que crean en la democracia política, en la seguridad jurídica, en la libertad económica, en el respeto y la confianza en los ciudadanos.

Por todo ello es imprescindible que entendamos que no se trata de restablecer el viejo contrato que nos trajo hasta aquí, tan débil en favor del ciudadano que permitió acometer su liquidación a manos de forajidos políticos llamados socialistas del siglo XXI. Repito, la oportunidad es de oro, a luchar por un país de propietarios, ciudadanos libres y éticamente responsables

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