Punto de quiebre 1
Por mucho que la adrenalina fluya, no hay densidad en ninguno de los personajes.

En su búsqueda permanente de vetas doradas y lucrativas, los estudios de cine reparan ya no sólo en los anaqueles literarios, del comic, de la pequeña pantalla o de la propia gracia del cine mismo, que transforma en sagas y series cinematográficas éxitos inesperados que van de la secuela a la precuela y así. Entre todo ello, el ‘remake’ –versión de una película previa-, ofrece otra oportunidad en la mina de ensueños.

Cada año trae consigo un catálogo de posibilidades en ese sentido. Cada año, esa tendencia subraya que artísticamente es la mar de las veces, el camino errado. Estrenada en diciembre de 2015, Punto de quiebre es deudora de aquélla pieza homónima firmada por Kathryn Bigelow que con el tiempo ha ganado a su favor. Aunque en principio pareciera exclusivamente un empaque para el lucimiento de sus dos protagonistas: Keanu Reeves y Patrick Swayze catapultados a la fama más allá de los terrenos del ‘indie’ y la serie B, el film se convirtió en una referencia para el cine de acción contemporáneo, redefiniendo el prototipo del héroe de ese género que brilló en los ochenta (a decir: Scharzenegger, Stallone, Willis).

Los protagonistas de esta segunda vuelta no lo han tenido tan a favor. El film no ha conseguido ir más lejos. O tal vez sí, pero en dirección contraria. El de Ericson Core (Invencible, 2006) es un viaje más ligero, con menos apetencia por el cinismo con el que Bigelow encaraba el tiempo de entonces.

La ganadora del Óscar a la Mejor dirección por The Hurt Locker (2008) pasaba revista a la era Reagan y avanzaba el declive por venir, en una suerte de revancha con efecto boomerang sobre los dos personajes y, claro, el espectador.

La elaboración de un ‘remake’ conlleva la necesidad de actualizar para las nuevas audiencias la historia antes contada. Y por actualizar, además de la elección del elenco, se entiende el aterrizaje en el contexto correspondiente.

En ello parecen haber acertado Core y su equipo de escritores (Kurt Wimmer, Rick King ), sólo que sin ánimo de espíritu crítico. El de Core termina siendo un retrato de la banalidad bien estructurado aunque sin pozo profundo. Lo suyo, para tomar como punto de partida el contexto de alto riesgo, ha sido surfear en aguas pantanosas. Así, su película es fiel a la era Kardashian y a la estelaridad digital y viral de las redes sociales. Desde allí, Punto de quiebre renuncia a la esencia de aquello por lo que apostaba su predecesora. El sentido del riesgo se pierde, aun más si va aderezado por el esbozo de un sentimiento new age que queda pulverizado ante las acciones de los personajes.

Aunque más altruistas que las anteriores, las motivaciones de los personajes se desmoronan ante el tratamiento asumido. Apenas una excusa que funciona como eslabón entre una secuencia trepidante y otra, para envidia del sauvage cinèma de bajo presupuesto. Como sea, tales secuencia subrayan la necesidad del realizador de mirar el bosque, pero no el árbol. Y de allí, de la trascendencia que los personajes buscan, el relato abraza toda la intrascendencia posible.

La vida al límite que persiguen los personajes no es tal. Por mucho que la adrenalina fluya, no hay densidad en ninguno de los personajes. Al menos no entre el nuevo Utah (Luke Bracey) y el nuevo Bodhi (Edgar Ramírez), cuya química tampoco parece fluir demasiado, mucho menos la tensión física que respiraba la relación entre los personajes  del original. Es de agradecer, eso sí, la presencia de Ray Winstone, como ese agente que respira al menos una mirada menos complaciente sobre ese mundo de jóvenes presas de sus egos.

*Publicado originalmente en Cinemathon.

Sin alma

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