Leonardo Padura 7
¿Por qué Leonardo Padura se embarcó en esta memorable aventura que produce pavor? Su novela es fabulosa, sí, pero le falta el último capítulo.

La realidad abruma —cuando sus límites nos desbordan— con desventura o brutalidad. Lo sorpresivo no siempre trae consigo lo favorable. Entonces, prospera el desconcierto y la misma impotencia pareciera una puerta imposible de abrir. Hay días en que comenzamos a caer en picada como un pájaro herido. La respiración se extravía y la mente es insuficiente para comprender. Quizá porque aquellos momentos felices no han vuelto a repetirse. La eternidad es una condena; lo repetitivo adquiere formas de desazón. La costumbre obstina, porque esa “primera vez” se ha vuelto demasiado cotidiana.

Sin embargo, existe un recurso que nos puede preservar del descenso circular, del laberinto del fauno: la imaginación. Esa que desplaza a los niños a otros universos fantásticos. Imaginación que también socorre a moribundos y prisioneros, liberándolos por siempre de su infortunada épica. Aunque esta cualidad o poder (que algunos cultivan con delectación y otros ignoran con frenesí), puede convertirse en feroz instrumento del egoísmo; o perversión que se junta con el padecimiento existencial, para estrechar y ensañarse mucho más, con esa víctima a la que pretenden arrancarle el preciado ahora, y que en medio del padecimiento o delirio, intenta fraguar ensueños de plenitud y libertad. Revelación o certeza de que la imaginación no sólo es virtud para el bien; igual abona para el mal. Dos extremos donde pareciera que un ángel o demonio talla con esmero nuestro certero destino. Así algunos piensen que el mal o el bien, es invención caprichosa de nuestro cerebro, y  nada más.

La imaginación ha sofisticado sus planes, sus estrategias para alcanzar objetivos, tanto en la realidad como en la ficción, o en la llamada realidad paralela. Su mejor representación la expresan acabadas y sofisticadas estructuras, que deslumbran y cautivan. El arte y la ciencia se han sumado a esta aventura con inteligencia matemática. La política también es una cantera de imaginación. Cada quien talla su obra en su mejor escenario. En todo caso, la inventiva está presente en cualquier mente, con mesura o desmesura. El resultado de toda obra se revela a través de la manipulación y del uso que se hace de los contenidos que la sustentan, o del destino que a éstos se le asignan o imponen después. Ocurre con artistas o científicos que se alían al Poder para potenciar la trascendencia de su obra, a pesar de que la ética pueda espiarlos hasta en el cuidadoso orden de la discreción.

En la construcción de una novela literaria pueden llegar a privar estos argumentos o sospechas donde el lector se detiene con asombro; en las fuentes de información del novelista y del uso que éste hizo de ellas, para construir su obra. No tanto en la novela de ficción pura pero sí en la novela realista. Si algo aprendimos de las mejores novelas del siglo XIX es que son océanos donde uno desciende para emerger luego de sus profundidades de la mano del novelista, sin escamotear la realidad a beneficio de un poder de Estado. Sin embargo, el siglo XIX quedó atrás y el siglo XX nos deparó una visión más compleja de la novela, en su composición y arquitectura. Por igual, más auténtica en los hallazgos que no hicieron ninguna concesión con los asfixiantes totalitarismos presentes. Joyce, Proust, Kafka, Orwell, Faulkner, Vargas Llosa siguen incontaminados.

El hombre que amaba a los perros, novela de corte realista y policial, de Leonardo Padura, recientemente merecedor del Princesa de Asturias, ha producido en este lector, fascinación y desconcierto. Fascinación por lo bien escrita que está la novela, al pretender recrear el asesinato de León Trotski en 1940, por ese fruto horroroso de la Guerra Civil Española, Ramón Mercader. Desconcierto, porque la novela pretende desmontar el derrumbe de una utopía que le prometió a la humanidad su redención, aunque la novela termina por ocultar la razón sustantiva del último bastión de esa utopía: Cuba, que le dio refugio al asesino después de salir de la cárcel de México, para que cumpliera una función asesora de alta inteligencia al gobierno cubano, contrastando con la lacónica imagen de pasear a sus perros por la orilla de la playa, como aparece en la novela  mientras esperaba la muerte. ¿Ramón Mercader enseñó a los agentes cubanos a matar con otros nombres hasta borrar la identidad propia?

La madre de Mercader comenzó a trabajar en la embajada de Cuba en París, cuando la Revolución Cubana triunfó a manos de su adalid, Fidel Castro. Hecho capital que es desechado en la novela. Si consideramos que la madre de Ramón Mercader fue organizadora, junto con un agente soviético, de cómo había que abrirle la cabeza a León Trotski con un piolet de alpinista. Es decir, Fidel Castro se hizo corresponsal posterior del crimen de León Trotski, desde el mismo momento en que leyó la carta que Mercader le dirigió a él, solicitándole sus buenos oficios, para luego embarcarse en ese destino funesto a cambio de que su revolución, entre múltiples convenios hasta ahora inconfesables, fuese financiada para su sobrevivencia, por la Unión Soviética, que había convertido a Ramón Mercader en héroe revolucionario, por haber asesinado al otrora comandante del Ejército Rojo. No es de extrañar, entonces, que los trotskistas fueran perseguidos y eliminados también en la Cuba revolucionaria. Fidel Castro había comenzado a encarnar el legado de Joseph Stalin. El asesino intelectual de Trotski.

El hombre que amaba a los perros¿Por qué Leonardo Padura opaca esta verdad hacia el final de la novela? Más aún, sorprende el arsenal informativo del cual hace uso el escritor, que por si solo no hubiese podido recabar, sin ayuda o financiamiento privado o público interesado, o del mismo Estado socialista donde se afinca el escritor. Los viejos archivos de la NKVD soviética (luego, KGB) y del G2 cubano no se desclasifican sin interés alguno. Los escritores en Cuba ni siquiera tienen derecho a la internet. Leer novelistas prohibidos no es usual ni lo ha sido, a menos que se lean clandestinamente, como se leyó La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera. Viajar con libertad a otros países, por donde habrán de transitar personajes en una menudencia existencial impropia, no es fácilmente permitido ni financiable a un escritor cubano. Los límites lo establece el poder totalitario del Estado cubano, no el interés de profundización histórica de un escritor o novelista. Además, la sombra del realismo socialista persiste en la isla de la felicidad. Bajo ese precepto, a la imaginación no le es permitido descubrir y recrear los secretos del poder que domina y controla a la sociedad y a sus intelectuales. Este no puede ir más allá sino se lo autorizan. Pero el gobierno cubano necesita un premio nobel que no pudo conquistar Alejo Carpentier. Y Leonardo Padura es perfecto para ello.

¿Por qué Leonardo Padura se embarcó en esta memorable aventura que produce pavor? Su novela es fabulosa, sí, pero le falta el último capítulo. ¿Le permitirán escribirlo?

EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS. Leonardo Padura, Tusquets Editores, Colección Ardanzas, Barcelona, 2009.

 edilio2@yahoo.com

@edilio_p

About The Author

Deja una respuesta