El montaje de Héctor Manrique dimensiona la vigencia de «Acto cultural» de José Ignacio Cabrujas.

Guardo en mi memoria la figura, las palabras, la mirada y los gestos de un magnífico Fausto Verdial —acompañado por un elenco de primera: María Cristina Lozada, Rafael Briceño, Tania Sarabia, Waalter Berutti y Perla Vonascek— representando a un personaje patético que a su vez se aferraba a una figura histórica y universal para tratar de entender el sentido de su vida en un remoto pueblo venezolano. Era la primera puesta en escena de Acto cultural, de José Ignacio Cabrujas, por allá en 1976, en la pequeña sala Juana Sujo de Las Palmas. Recuerdo las risas nerviosas del público ante el drama de un puñado de personajes que recurrían a una realidad paralela —la de la obra teatral Colón, Cristóbal, el genovés alucinado— para descubrir sus propias realidades, sus vivencias más íntimas, sus insatisfacciones inocultables. Evoco también que aquellos años veinte recreados en la obra cabrujiana tendían vínculos muy expresivos con lo que vivíamos durante los setenta en una mítica Gran Venezuela marcada por los altos precios petroleros. Y ahora, treinta y cinco años después de su estreno, Acto cultural navega nuestra realidad actual, con aquellos mismos personajes dolorosos, devenidos en perennes fracasados, gracias al montaje que Héctor Manrique presenta con el Grupo Actoral 80 en el Espacio Plural del Trasnocho Cultural. Una vieja deuda saldada de la mejor manera.

Tanto en el texto original como en la actual puesta en escena se instala el dispositivo del teatro dentro del teatro, como herramienta para el desmontaje de situaciones humanas llevadas al extremo. La observación de la conmovedora existencia de seis personajes que habitan San Rafael de Ejido, en un período marcado por la dictadura de Juan Vicente Gómez, permite aprehender las limitaciones, las esperanzas y las frustraciones de quienes viven una representación de la realidad como norma de vida, como una imaginaria función sobre unas tablas también imaginarias. Si mi memoria no me falla, creo percibir en la dirección de Manrique una fidelidad muy cercana al trabajo textual y a la puesta del propio Cabrujas, bajo la producción de Eva Ivanyi. Una fidelidad que habla de respeto mas no de sumisión frente al montaje previo. Manrique devuelve a la escena el impacto que produjo en aquel momento.

Los miembros de la junta directiva de “la Sociedad Luis Pasteur, antes Sociedad Heredia, para el fomento de las artes, las ciencias y las industrias de San Rafael de Ejido”, intentan escenificar un homenaje al navegante que llegó a las costas de este continente cinco siglos atrás, pero se encuentran con el desconcierto de sus ideas y experiencias. De forma involuntaria, se van despojando de sus mentiras durante la representación —con el temor constante de que ya no queden espectadores en la sala— para desnudar poco a poco la fragilidad de sus vidas, para poner de relieve sus miserias, en abierto contraste con la grandeza del “genovés alucinado”.  Un recurso textual no sólo válido sino necesario en la pieza de Cabrujas. Entre las vidas de Cosme Paraima, Herminia Briceño, Antonieta Parissí, Purificación Chocano, Amadeo Mier y Francisco Xavier de Dios se teje un entramado dramático lindante con la desesperación y la tristeza.

A la dirección de Manrique hay que sumarle el trabajo interpretativo de Samantha Castillo, Melissa Wolf, Angélica Arteaga, Juvel Vielma, Daniel Rodríguez y Juan Vicente Pérez, muy sincronizados en sus personajes. Constituyen un elenco joven, distinto, a conocer. Expresan profesionalismo en la comprensión de estos seres angustiados que han comprendido la ruindad de sus vidas y la fatuidad de las normas de conducta. Estos actores jóvenes han tenido la oportunidad de trabajar en un clásico del teatro venezolano.

La dirección de arte y el vestuario concebidos por Eva Ivanyi se despliega en dos dimensiones teatrales: la que vemos nosotros como espectadores y las que ven los personajes como intérpretes de una obra teatral. Telas y texturas determinan las diferencias y algunas veces las semejanzas entre realidad y su representación. Define claramente los dos «espacios» de Acto cultural. Aquiles Báez, por su parte, estructura su columna musical como expresión de las angustias e inseguridades de los seis persoanjes. La iluminación de  José Jiménez, la utilería de Oscar Salomón y el diseño gráfico de Manuel González Ruiz crean las atmósferas esenciales de esa representación teatral dentro de otra sala teatral.

Acto cultural vuelve para encontrarse con nuevos espectadores que viven en una Venezuela particularmente distinta. Aunque parezca mentira, los más jóvenes no pueden poseer un recuerdo de Cabrujas, ni en el teatro ni la televisión, ni en el cine ni en sus textos periodísticos. Tal vez por eso se ha operado en los últimos años el rescate de su obra, a través de la labor de varios compiladores. Pero no sólo han cambiado los espectadores, también nuestra realidad. No estamos en el país dominado por Gómez ni el gobernado por Carlos Andrés Pérez. Ahora tenemos un país que chapotea en el neoautoritarismo en busca del totalitarismo. Es para ponernos a pensar.

La obra tan sólo se exhibe los sábados y domingos a las 4 de la tarde, un horario un tanto peculiar, pero cómodo para muchas personas. Espero que luego se mude a la sala grande del Trasnocho.

ACTO CULTURAL, de José Ignacio Cabrujas. Producción del Grupo Actoral 80. Dirección: Héctor Manrique. Música original: Aquiles Báez. Dirección de arte y vestuario: Eva Ivanyi. Realización de utilería: Oscar Salomón. Diseño gráfico: Manuel González. En el espacio Plural del Trasnocho Cultural. Sábados y domingos a las 4:00 p.m.




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