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En EEUU tienen otra manera, igualmente eficaz, de salir de los viejos: matarlos de soledad.

Mucho se habla de crímenes mundiales, como el feminicidio o contra el ambiente, pero poco o nada se menciona la guerra silenciosa —o a veces no tanto— contra millones de seres, hacia buena parte de la humanidad: los crímenes contra los viejos. Si algo caracteriza este crimen es que es común a la mayor parte de los países del mundo, desarrollados o no, democracias o dictaduras, grandes o pequeños, es una guerra silenciosa, pero universal.

En muchos países poderosos se habla abiertamente de la necesidad de esta guerra. El vicegobernador de Texas, Dan Patrick, añadiéndole otra bestialidad a ese estado, habla abiertamente de la necesidad de su desaparición. A la presidente del Banco Central Europeo, Cristine Lagarde, le parece conveniente, y el Primer Ministro japonés piensa que habría que agradecerles su desaparición. El criterio es tan simple como aterrador, los viejos son una carga social, cuestan mucho y no producen. Es el argumento espantoso de pensar la vida como un simple hecho económico, la economía por encima del ser humano, las personas como número y cantidad.

Cada país tiene su estilo para deshacerse de la mayor cantidad de viejos posible. La pandemia fue una oportunidad de oro para muchos de ellos. En España se habla de una negligencia deliberada de no evitar la contaminación y de falta de una política sanitaria de protección que conllevó a una gran cantidad de ancianos muertos, sobre todo en hospicios. Efectivamente los ancianos son los más vulnerables y en muchos casos se dio prioridad a la protección de otros sectores de la población.

Otros países tienen una forma más brutal, criminal diría yo: matarlos de hambre y de falta de atención médica oportuna. Cuba y Venezuela son dos ejemplos palpables al respecto. Los jóvenes, necesitados de construirse un futuro inexistente en ambos países, emigran y los viejos se quedan atrás, diluyéndose en un poco a poco, tratando —infructuosamente— de no morir de carencias y de tristeza.

En EEUU tienen otra manera, igualmente eficaz, de salir de los viejos: matarlos de soledad. Existen infinidad de condominios reservados para la tercera edad y, si los visitas, puedes ver a centenares o miles de viejos solos, o a veces, si le es posible, acompañados de un perro. Se van yendo de a poquito, consumiéndose en esa soledad, acompañados del ruido de un televisor o del estrujamiento de los recuerdos. EEUU es un país gigantesco, en tamaño y en economía, donde individualmente hay una lucha permanente, día a día, de sobrevivencia. Y en esa guerra de no perecer, cada quién anda solo. Los estados y algunas organizaciones, crean batallones de voluntarios o funcionarios, para que visiten a esos ancianos solitarios y los ayuden en pequeñas tareas, o simplemente hablándoles, haciéndoles creer, aunque sea unos momentos, que están vivos.

El estilo de vida norteamericano es de un individualismo atroz. Apenas comienzan su adultez los hijos parten para regresar, con suerte, para la festividad del thanksgiving, evento más notable que la misma navidad. Siempre se ha dicho que cada cabeza es un mundo, lo cual es cierto, pero cuando las cabezas se separan tanto, el resultado no es bueno. Cuando los afectos se van apartando, comienza una muerte lenta.

Esa etapa última de los seres humanos que podríamos llamar la jubilación, no debería significar para nada, la desaparición de los afectos, y muchísimo menos, la de ese acto, aparentemente pequeñito, pero necesario, imprescindible diría yo: el abrazo. El apechugamiento en el lecho de muerte, ya no se siente, tiene que ser antes, permanentemente.

En estos momentos, cuando nos llegan múltiples fotografías sobre el horror de la guerra en Ucrania, vemos con terror, cómo una sociedad en peligro ha tenido que diversificar los rumbos. Las mujeres y los niños al exilio, los hombres a la guerra y los viejos a sobrevivir, con la poca comida y la nada seguridad que les ha tocado por culpa de unos enloquecidos invasores. En este caso, la esperanza del triunfo sobre los pretendidos conquistadores los mantiene vivos, esperando que ese éxito los vuelva a reunir como familia.

El único caso no sólo exitoso sino fundamental que conozco ha tenido lugar en Canadá. A alguien, genialmente, se le ocurrió la sublime idea de unir, en un único espacio, un orfelinato y un ancianato, y el resultado ha sido maravilloso, para ambos bandos, dos soledades que al unirse se convierten en una explosión de humanidad. ¡Que idea más maravillosa!

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