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Basta decir que nuestros maestros se ubican en los estratos de mayor pobreza, lo cual delata cuán pobres somos como sociedad.

Para nuestros maestros

Aprender es un poder magnifico al cual nos libramos de infinitas formas. Adivinar la imagen de lo que puede ser un juez leyendo la Pasión de Sacco y Vanzetti o también acercarse a la visión de lo que significa ser un maestro como enseña Fernando Fernán Gómez en el inolvidable film La lengua de las mariposas. Cómo se puede enseñar y aprender sin violencia solo acudiendo a las fibras más profundas de un ser humano cualquiera, enseñar a respetar al otro solo por aceptar que es un ser sensible, o también mostrar el poder del silencio con el silencio, sin órdenes, mostrando el infinito mundo de posibilidades que se despliegan en el silencio.

Hoy sabemos que uno de los sectores más vulnerados, más débiles de nuestra sociedad son precisamente los maestros, aquellos seres cuya misión sagrada es conducirnos desde el inicio en la búsqueda, en el descubrimiento, en ese poder sagrado como es inventar, crear otra realidad a partir de una idea o una visión.

La pregunta que me formulo incesantemente es ¿cómo puede ser una sociedad sin maestros, o donde los maestros arrastran su vida en la miseria, en escuelas abandonadas, con infantes débiles, mal alimentados, con familias en diáspora y pocas esperanzas? Maestros que sólo son defendidos por sindicatos y no por las familias que constituyen su mundo natural. Un docente venezolano en la categoría de 40 horas percibe desde Bs. 264,69 hasta Bs. 307,61 en el nivel de mayor especialización docente. Al comparar con el costo de una canasta básica de alimentos, ubicada en 455 dólares, podemos entender por qué se abandona la profesión docente y miles de maestros forman parte de la diáspora venezolana enfrentada a infinitas dificultades, alejados de su profesión y vocación

Una sociedad puede ser fuerte militarmente, guerrera, sin rivales, pero si sus maestros están relegados u oprimidos, no tienen voz o son maltratados, nunca llegará a ser parte del maravilloso mundo de creatividad, cultura, ciencia y paz.

Esta amarga realidad la hemos aprendido del ejemplo histórico de sociedades que han pretendido implantar dogmas a la fuerza, basados en conceptos que rechazan el orden espontaneo que conduce a los seres humanos a producir, intercambiar e inventar con libertad.

Pisando tierra podemos afirmar que nuestros maestros están entre los peores pagados del mundo, sus salarios son de hambre, su posibilidad de superación es casi nula, no se premia en este sistema socialista la iniciativa y el esfuerzo sino la obediencia y la resignación. Mientras algunos países en el mundo se ufanan de considerar a sus maestros como seres de primera línea, respetados, apreciados sus méritos, nuestros maestros constituyen trabajadores no considerados, sin aprecio ni respeto del Estado y muy poco de la sociedad.

Aquellos países que muestran los máximos indicadores del buen vivir tienen en primera línea a sus maestros. En Finlandia y otros países nórdicos, donde la democracia es la manera natural de vivir, sus maestros son vanguardia privilegiada, reciben a las nuevas generaciones y contribuyen a formarlos con sus mejores herramientas y posibilidades.

A la vez que debemos dignificar aquellas personas que eligen el oficio de juez y deciden enseñar que una sociedad con libertad se rige bajo el imperio de una ley que ha sido construida por las mismas personas que anhelan vivir en paz, debemos inclinarnos con respecto ante los que deciden que su gran tarea en el mundo es enseñar, es su vocación y se dedican en cuerpo y alma a cumplir esa aspiración.

Los maestros venezolanos forman parte del batallón de trabajadores más miserables de América latina, su salario no alcanza para cumplir sus más perentorias necesidades y por supuesto para avanzar en la exploración del conocimiento de nuevas y distintas formas de aprender como el mejor legado que puede hacerse a cualquier generación. Basta decir que nuestros maestros se ubican en los estratos de mayor pobreza, lo cual delata cuán pobres somos como sociedad.

Dignificar al maestro por su noble oficio es otra de las grandes tareas que debemos cumplir en un proyecto de sociedad distinto. El liderazgo tiene la obligación de ubicar la dignificación del maestro como una de sus grandes tareas, no solo les corresponde a sus sindicatos protegerlos, es una obligación de nuestro liderazgo político, aquel que aspira conducir el país por nuevos rumbos, luchar con todas sus fuerzas y sin descanso por lograr que nuestros maestros puedan comunicarse con la lengua de las mariposas que les permite alcanzar el néctar del reservorio espiritual que lleva por dentro cada joven venezolano.

Que nuestros maestros sean las personas respetadas, preparadas y remuneradas como les corresponde, por ser vanguardia cultural y ética de primera línea del país.

 

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