En solo dos décadas, el castrochavismo desarticuló toda una historia institucional y convirtió a una Venezuela, que se iba levantando con sus errores y aciertos, en esta caricatura de Estado.

Mi generación ha vivido una existencia excitante. Los que nacimos después de la Segunda Guerra Mundial escuchamos los cuentos de nuestros abuelos sobre esos hombres a caballo que se alzaban en múltiples revoluciones, época épica que suponíamos perdida en las mazmorras de la historia.

Luego, de nuestros padres, aprendimos la tesitura de una bucólica vida rural e interiorana avasallada no por esas montoneras, sino por el crecimiento estrepitoso de las nuevas urbes que se alzaban por doquier. El regalo de nuestros ancestros fue darnos una Venezuela unida, una Nación con control sobre un territorio, una sociedad, un gobierno y una cultura propia. No puedo dejar de pensar que la mitad del siglo pasado fue una maravilla, un país en pleno desarrollo, creciendo en todo sentido. El orgullo de ser venezolano y la maravilla de vivir en esta patria era un regalo de Dios. Un país en que todos éramos venezolanos sin importar el origen nacional o internacional y la inmensa mayoría crecía con el país.

Pero eso ha cambiado y ha cambiado mucho.

En cuanto a la nacionalidad, con el chavismo, de pronto apareció la doble nacionalidad y muchos, los que pudieron, buscaron sus pasaportes europeos o de otras nacionalidades para volver a los países de sus padres o abuelos. Países a los cuales nunca esos ascendentes pensaron en volver. Venezuela era una maravilla aún en sus momentos malos. Claro, los venezolanos somos exagerados en todo e inconformes al máximo. Muchos creyeron que no había nada peor que AD y Copei y montaron a un militar golpista en el poder. Y fuimos de vuelta; pa’tras como el cangrejo.

Ahora Venezuela es un damero, en el cual en cada cuadro o grupo de ellos manda un señor semifeudal o mejor dicho el capo de una mafia o un clan, o un pran.

A fines del siglo pasado, la guerrilla colombiana comenzaba a tomar control del suroeste del país. Ahora lo tiene con la anuencia del gobierno central, eso sí compartido con paramilitares, bandas criminales y carteles de narcotráfico. Pero si antes eran algunos municipios cercanos a la frontera común, ahora se han metido hasta el centro del país y se han desplazado hacia el oriente donde controlan los espacios del oro, los diamantes y otros metales apreciados internacionalmente que, hoy por hoy, son la base financiera del pranato madurista.

El pranato sigue mandando, pues posee un poder de fuego superior a esos muchos grupos, a los que deja funcionar y les da abrigo a cambio de su soporte político y económico –o mejor dicho financiero.

En muchas partes de la geografía, las bandas criminales controlan grandes extensiones rurales, como en el caso del infame Tren de Aragua. Y así se van esparciendo por el país; tal es el caso de los carteles de trasiego de drogas, como el que recientemente se hizo notorio en Paraguaná, tras la captura de varios cargamentos de múltiples toneladas de estupefacientes por la operación antinarcóticos ampliada que impulsa EEUU. Los carteles de la droga van desde el de la Guajira hasta los del oriente del país; estos últimos responsables de desplazarla por el Caribe insular. La soberanía del Estado venezolano en sus varios niveles está compartida con estos grupos criminales, guerrilleros e incluso terroristas, por decir lo menos.

El caso más elocuente es el manejo del Arco Minero donde toda esta pléyade de malandrines actúa con el Ejército venezolano como ente supervisor.

En las ciudades sabemos que el propio régimen entregó espacios urbanos a los malandros, a las bandas criminales, con el fin de controlar a la población. Así como lo hicieron con los famosos colectivos y con otras bandas armadas que actúan como paramilitares del régimen. Su único compromiso ha sido serles fiel al chavismo.

En el caso de los malandros, se establecieron oficialmente las llamadas Zonas de Paz, delimitadas por el gobierno nacional donde el propio Estado cede soberanía bajo la promesa de no realizar operativos policiales a cambio de que los delincuentes de la zona no cometan crímenes —en esa zona, claro está. Esto favoreció la creación de las megabandas.

Y fue justamente esto lo que sucedió en Petare, donde el famoso Wilexis Acevedo, asentado allí por el alcalde chavista Rangel Ávalos se había convertido en una especie de Robin Hood, querido y temido, con su propio sistema de reparto de alimentos y favores. El Wilexis entró en confrontación con la banda de El Gusano, quien había sido recientemente liberado de prisión por la ministra de cárceles.

Al centro de esa confrontación destaca que Maduro acusa a Wilexis de pactar con la oposición. Entonces se lanza en una violenta intervención policial a la conquista de esa barriada con casi medio millón de habitantes, dejando un reguero de muertos, catalogados por las ONG como ejecuciones extrajudiciales. Pero Wilexis ha resistido por varias semanas.

Por otro lado, así como la patria se ha vuelto una colcha de retazos de espacios soberanos y semisoberanos con diferentes grados de independencia, ahora tenemos un gobierno de facto que despacha desde Miraflores y otro interino que despacha desde donde puede o lo dejan. Este último gobierno es reconocido por cerca de 60 países y ha creado sus propias instituciones, en especial en el exterior. Esto es un hecho novedoso frente a los tradicionales gobiernos en el exilio que nunca tuvieron importantes y masivos reconocimientos internacionales, ni participación en, por ejemplo, organismos multilaterales y menos una masiva coalición de naciones en respaldo activo.

Así está la patria, hecha añicos por todas partes. Venezuela está balcanizada, o parafraseando a Ortega y Gasset: ‘invertebrada’. En solo dos décadas, el castrochavismo desarticuló toda una historia institucional y convirtió a una Venezuela, que se iba levantando con sus errores y aciertos, en esta caricatura de Estado.

Las definiciones o apelativos sobran: Estado fallido, mafioso, desarticulado, pranato, narcoestado y pare usted de contar. De seguir así, de la ‘balcanización’ pasaremos a la ‘somalización’. Como están las cosas, lo único que nos salvaría en ese terrible escenario es que la región no permita tal situación en las Américas.

About The Author

Deja una respuesta