Hoy en día, ante los últimos acontecimientos, pareciera que se ha promulgado universalmente que, debido a la aparición del virus de la tristeza, decretamos la Ley Universal del Encierro, condenando a los viejos a la más terrible de las muertes: la soledad.

Pocos se han metido en el pellejo de los viejos, unos porque lo ven lejos, otros quizás porque por ahora no han pensado en tan remotas edades, y de que van a llegar, van a llegar, sobre todo con los avances y la ampliación de la expectativa de vida.

No sé, no sabría decir, si los viejos están en el tapete, por ser las víctimas principales o sencillamente, como todo lo antiguo, por ser desechables.

Para el vicegobernador de Texas hay que sacrificarlos, para la pelo blanco Lagarde, principal de cuanto organismo económico internacional se crea, son una carga económica. Para otros, si disminuye el número de viejos mejoraran los fondos de jubilaciones porque habrá menos beneficiarios e, incluso, para los defensores de los animales, hay que vacunar a los perros, pero a los abuelos para qué.

Como guinda de la torta, el ministro de la Defensa israelí, ha dicho que la solución, a futuro, es no acercarse, no abrazar a los abuelos, separarlos de los jóvenes. Algo que hace décadas se ha venido haciendo en EEUU. Es costumbre en este país mandar a los hijos a una guardería o a la universidad,  a los padres a un asilo y después comprarse un perro porque se sienten solos.

¿Será que los estadounidenses eran unos adelantados, unos visionarios y cuando mandaban a los padres al Estado de Florida a pasar sus últimos años, tenían razón?  Por algo en buena parte de EEUU a Florida la llaman la antesala de Dios. Era la escala normal antes de ir a saludar al Señor.

Hoy en día, ante los últimos acontecimientos, pareciera que se ha promulgado universalmente que, debido a la aparición del virus de la tristeza, decretamos la Ley Universal del Encierro, condenando a los viejos a la más terrible de las muertes: la soledad.

Los abuelos, puestos a morir, siempre preferirían ser ellos que sus nietos. Un abuelo siempre estaría dispuesto a sacrificarse, a colocarse en medio de un disparo para salvar a un hijo, a un nieto. Pero en este momento ¿no somos nosotros los que los estamos empujando al carretón de la parca?

Las noticias —escalofriantes a pesar de lo normal hoy en día— de las cifras de muertos en clínicas, hospedajes y asilos de ancianos en España, Canadá, Italia, nos abruman. En Francia, hasta hoy, de 24.000 muertes, 9.000 de ellas han ocurrido en esos centros, más de la tercera parte.

Puesto a pensar en todo esto, y ya que vivo —para más vaina— en el estado de Florida y además en un condominio de la tercera edad, recuerdo con nostalgia una noticia leída hace algunos años acerca de un acontecimiento en una residencia de ancianos en Bélgica. Un grupo de sexagenarios y septuagenarios decidieron hacer una orgía colectiva, producto de la cual, siete de ellos fallecieron, me imagino que con una sonrisa. Puede ser una tremenda solución hoy en día, déjenme ver si convenzo a mis vecinos.

 

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