Es la primera vez que una guerra mundial tiene su desgraciada sede en nuestro continente.

Debo reconocer que ahora, hasta cierto punto, es más fácil ser corresponsal de guerra. Sobre todo porque la información corre. Cada vez hay más y peor información. Hay que saberla descifrar. Cuando una guerra es tan amplia como la que estamos viviendo en toda América, es complicado cubrirla, no se puede estar físicamente en todas partes. Pero eso ya no es necesario porque como decía en artículos anteriores, ahora la guerra no es entre soldados, batallones y campos de batalla. Se desarrolla de otra forma y en muchos niveles. Tantos que estar realmente al día es una proeza por no decir que imposible.

Pretenderé analizar algunos aspectos de esta guerra que la hacen diferente y la ubican en América. Es la primera vez que una guerra mundial tiene su desgraciada sede en nuestro continente. ¿Por qué tienen lugar las guerras decíamos? Por el poder y la economía fundamentalmente. Hubo guerras —y las sigue habiendo— por el control del petróleo, por las rutas del tránsito de productos, por la explotación de las riquezas o. como sucedió en la última llamada mundial, por la lucha de las democracias contra regímenes enfermizamente autoritarios.

Nuestra actual Guerra Tibia tiene parte de los últimos dos ingredientes, aunque como intentaremos analizar a continuación, terminan mezclándose.

La guerra que estamos sufriendo tiene un sostén importante en la ignorancia. Muchos se preguntarán y por qué no en África donde la ignorancia también está expandida y sí en América. Y ahí voy al quid del asunto: porque en América hay coca y su terrible consecuencia: la cocaína.

Bolivia es el centro neurálgico de su producción. Tanto que se habla que durante los años de gobierno de Morales, se incrementaron (ilegalmente) hasta 75.000 hectáreas de cultivo e incluso en el área de mayor producción se construyó un superaeropuerto internacional, poco usado en el tráfico de pasajeros. Pregúntense ustedes mismos para qué entonces. Bolivia y Colombia han sido por siempre los ejes fundamentales de la producción de coca y cocaína.

Hay organismos internacionales que se dedican al análisis y cálculo de la importancia económica de ciertos productos y su comercialización. Sabemos por ellos cuánto petróleo se produce en el mundo y a qué precio se cotiza y cuánto le corresponde a cada país. Hace 10 años o más, conversaba yo con un alto funcionario de la CAF (antes Corporación Andina de Fomento, ahora Banco de Desarrollo de América Latina) que me contó —no sé cuán oficial era el asunto— que ellos habían pedido un análisis para ese momento de cuál era el valor de las FARC, considerándola no como un grupo guerrillero, sino como una empresa. Cuál sería el valor de mercado. Me asombró la cifra, para ese momento la consideraban en US $30.000.000.000, treinta mil millones de dólares. Una bicoca, diríamos.

No es descabellado pensar que esa cifra, de aquel entonces a hoy, se ha multiplicado. Así como otras ‘empresas’ que se dedican a la comercialización de tan auténtico producto americano, pero eso sí, de consumo mundial y en franco y permanente crecimiento. Si tuviéramos la capacidad de medir el peso en la economía mundial del comercio de cocaína, creo que nos sorprenderíamos. Es gigantesco. Gigantesco pero clandestino, o semi. Los CEO de las empresas cocaíferas han aprendido mucho de los CEO de las otras empresas, en cómo hacer navegar los dineros sin dejar ninguna o pocas huellas.

Pues ese dinero es real, y grande. Tanto que de alguna forma ha apuntalado la economía de Colombia, de Bolivia. Y ahora a partir de hace algunas décadas, de Cuba, Venezuela y el resto de la dolida América Latina. El dinero que mueve el tráfico de la droga es tanto, en todas partes, que no es posible guardarlo debajo de los colchones. ¿Y las grandes cantidades de dinero, a dónde van? Desde luego, a los bancos, a la compra de acciones o de otras compañías.

A raíz del ‘romanticismo guerrillero’ que surgió en toda América Latina tras la revolución cubana, algunos miembros de esas células se dedicaban al asalto de bancos para tener los fondos necesarios para financiar la lucha. Toda lucha necesita fondos, pero hoy en día no se asaltan bancos, se compran, o se asocian con empresas poderosas, llámense Odebrecht o algo por el estilo.

Adonde quiero llegar es que hace algunas décadas, algunos políticos entendieron que el financiamiento no tendría que provenir de las miserables cuotas de sus militantes sino que había que pensar en grande, y zuás, que mejor negocio que aliarse con el narcotráico. Los militantes de muchas organizaciones políticas habían trajinado en la clandestinidad y ¿eso no es lo que hace también el narcotráfico?  Tenemos la experiencia y del otro lado el dinero, si nos unimos seremos invencibles. Y en eso están.

¿Ustedes no se han fijado que así como en su momento, el mundo tuvo una admiración por los románticos guerrilleros latinoamericanos, y la universal imagen del che es una prueba de ello, hoy en día, y gracias a los medios de comunicación, los románticos Pablo Escobar y compañía se han convertido también en figuras universales?

Además, cuando vemos a esos narcos en acción, qué es lo que nos producen: ‘miedo’, y ese es el otro ingrediente necesario para una guerra. Cocaína, miedo e ignorancia, el coctel perfecto para alimentar la Guerra Tibia.

Seguiremos informando doquiera que surjan los acontecimientos.

 

 

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