Hay guerras raras. Raras e inexplicables. O incomprensibles para la mayor parte de los mortales. Cuando hablamos de mortales no sólo me refiero a los difuntos de las guerras, sino a todos los humanos y, por consecuencia, mortales.
Traté de entender la llamada Guerra de los Balcanes y aunque algunos la justificaron como un enfrentamiento de religiones y de nacionalismos, eso no explicó totalmente para mí lo que esa guerra significó. Fue —hasta ahora— la última guerra en Europa de soldados y batallones y tiroteos y represiones.
Aún más complicado resulta para la gran mayoría de los ciudadanos del mundo asimilar la guerra en Venezuela. Normalmente o usualmente, las guerras son enfrentamientos entre dos naciones; o las mal llamadas civiles, la lucha entre dos facciones de un mismo país. Pero lo que se había visto poco era una guerra de un gobierno, de un grupo en el poder, para acabar con un país. Así es la guerra en Venezuela, un sector, no demasiado numeroso, destruyó una nación. El símil más cercano en el tiempo quizás fue Rodesia del Sur, cuando se convirtió en Zimbabue, pero no hay muchos ejemplos parecidos.
Ni siquiera en Siria, otra guerra extraña, donde ha habido tantos participantes que ya parece más un campeonato de matarifes que una guerra en sí. Todos peleando por el trofeo de Al Assad, hay equipos de todo tipo, y no sólo eso, sino que muchos de esos equipos tienen técnicos extranjeros que los dirigen, pero no en el campo de lucha, sino a larga distancia.
Pero la que se gana la medalla de oro en lo que a guerras raras se trata, es indiscutiblemente la autoguerra de Venezuela. Si las guerras en general son por la victoria de lo nacional, cómo se explica una guerra que acaba con todo lo que forma precisamente a ese país. Un comando que destruye todo lo que ese país produce, que elimina toda la infraestructura pre-existente, que manda al exilio a lo más preparado de su población, que pulveriza todo el aparato educativo y sanitario hasta convertirlo en una ruina, que minimiza todos los elementos que permiten la existencia de la vida: comida, agua, luz, transporte, medicinas. Tan pero tan grande es la capacidad de destrucción, que incluso de lo que dependía su poder y por lo cual éramos conocidos en el mundo y además era la base de su sustentación, el petróleo y su extracción, también lo arrasaron. Y ahora, continuando con la única política coherente que han tenido, devastan la tierra saciando su sed de hurto con los minerales que apacentaban dentro de nuestro territorio.
Cómo explica usted —un venezolano medio en el exilio, en América, en Europa, en Australia, o ahora incluso en Islandia, donde un centenar de venezolanos han pedido asilo— lo que sucedió en Venezuela. Cómo tratar de transmitir una lógica de lo sucedido, si incluso nosotros mismos, víctimas en vivo y presente, somos incapaces de entenderlo totalmente. Cómo comprender tanta maldad, tanta desidia, tanta autodestrucción, tanto aniquilamiento. Cómo analiza usted lo incomprensible y lo convierte en razonamiento para tratar de informar a un tercero del tormento que estamos sufriendo. A ese alguien que se le dificulta encontrar a Venezuela en un mapamundi y que hoy sabe de nuestra pseudo existencia por la inmensamente grande tragedia en que nos hemos convertido.
Hace años, un colega cineasta me decía que la dificultad de representar a Venezuela en el mundo era que nadie sabía qué era ni dónde estaba; que los argentinos tenían la ventaja de que sabían de su existencia por Maradona. Que tristeza de naciones que el mundo las conoce por los representantes del mal, la Argentina de Maradona, la Colombia de Escobar, la Venezuela de Chávez.
Sin embargo, y aunque parezca monstruosamente extraño, sí hay una manera de explicar esta terrible guerra contra Venezuela, si somos capaces de entender que la humanidad avanza hacia horizontes nuevos y que la maldad y el horror no son una excepción en este aspecto. Puedo asegurarles que Venezuela hoy en día es el mayor campo de batalla en el mundo de una nueva guerra, de un nuevo tipo de lucha, de unas armas diferentes y superdesarrolladas que la mayor parte de los seres humanos aún no asimilan, pero que están avanzando a pasos agigantados y que Venezuela en particular —y toda la América Latina— es el escenario donde se están desenvolviendo hoy en día los acontecimientos. La Guerra Tibia. En un próximo artículo avanzaré sobre esta idea.