Sigmund Freud descubre y describe los procesos conscientes e inconscientes que rigen nuestro funcionamiento mental. Nos lega además un conocimiento teórico, técnico y clínico que permite acceder a buena parte de nuestra compleja condición humana, contribuyendo de este modo a modificar una de las certezas más establecidas del hombre de su época: pensar que el centro de su motivación estaba en la consciencia. Este hallazgo causa conmoción en la comunidad científica, generando caos e incertidumbre por muchos años. A pesar de los desajustes, la importancia de esta revelación es de tal trascendencia, que le permite a él y a sus seguidores construir una obra sólida que, por la veracidad de sus aportes, se mantiene a través de los años. Los descubrimientos de Freud y las posteriores contribuciones de otros psicoanalistas crean la esperanza de comprender cada vez más al ser humano. Ese acervo de conocimientos constituye una base que permite seguir estudiando e investigando el psicoanálisis, y realizar eventos como el que hoy nos reúne aquí a todos nosotros.

El tema central de las jornadas Caos, incertidumbre y esperanza, nos compromete a abordar de manera simplificada y esquemática, algunos de los aspectos más resaltantes del interjuego dinámico entre las organizaciones mentales de nuestros mundos, interno-individual y externo-social, en los cuales se expresan la pulsión de vida y muerte que coexisten en cada uno de nosotros. La dinámica pulsional nos puede llenar de sentimientos esperanzadores, amorosos, vitales, o por el contrario de sentimientos que repetidamente nos dejan desesperanzados, indiferentes, llenos de temores. Sin vida.

Los conflictos generados por las tensiones existentes entre estos mundos, nos colocan en un estado mental lleno de incertidumbre, particularmente al estar inmersos en el contexto actual en el que vivimos, con su vertiginoso desarrollo científico, tecnológico, sociológico, económico, político, y sus cambios de paradigmas y valores, así como las alteraciones ambientales y ecológicas, que están en creciente avance y nos producen angustia.

Este complejo escenario nos lleva a reflexionar sobre el individuo, no solo como sujeto sino también como actor social, pues su psique es un aspecto del estado mental de su cultura, su comunidad, su nación y del mundo en general.

Por tal motivo, hablar sobre caos, incertidumbre y esperanza es hablar sobre la vida en su constante devenir, ante lo cual respondemos de manera muy personal, basados en nuestras propias experiencias vitales. Estas respuestas nos permiten comprender que estar esperanzados para unos, puede significar vivir en el caos para otros, y viceversa. Sin llegar a plantearnos juicios de valor, toda esta dinámica y sus respuestas explican la vida misma con sus múltiples y contradictorias tensiones, a las cuales se ha visto sometido el ser humano desde que habita el planeta Tierra. De hecho, referirnos a la esperanza implica aludir a la desesperanza, ya que no se comprende, ni se justifica, la una sin la otra. Desde los griegos se sabe que la vida es constante movimiento y cambio, solo la muerte es inmovilidad.

Acercarnos a la incertidumbre supone, por tanto, describir un estado mental, así como también un espacio mental de transición, que conjuga dudas, confusiones, temores y fantasías, que dan peso y justificación tanto a la esperanza como a la desesperanza. El conocimiento que tengamos de nosotros mismos, y la claridad con la que percibamos, signifiquemos y resignifiquemos la realidad externa, determinará la calidad de la respuesta.
Indistintamente de la dirección que se tome, será en la incertidumbre donde se gestará el empuje que eventualmente encontrará la salida que consideremos adecuada.

Al inicio de cada ciclo vital hay experiencias nuevas, que sacuden la organización y estabilidad alcanzada. Estos cambios traen consigo una ansiedad producida por la pérdida de los referentes conocidos, llamada ansiedad de separación Esta exige al individuo, adaptaciones que le permitan tolerar la incertidumbre que generan los estados de confusión o caos, que aparecen mientras se logra una nueva organización, que, de dar paso a la esperanza, nos llevará a la aceptación de lo perdido, para encontrar nuevos recursos que brinden la posibilidad de disfrutar las transformaciones deseadas en la vida. De no ser así, el individuo puede quedarse fijado en la desesperanza, porque representa el último lazo con el objeto perdido. Renunciar a este significaría perderlo de manera definitiva (estaríamos frente a un duelo patológico o melancolía)

Una recapitulación del transito natural de la psique, con énfasis en la estructuración del sí mismo (semilla de la identidad del ser que va a evolucionar) desde el mundo interno al mundo externo, puede ubicarnos en los modos de relación de los cuales dispone el individuo para adaptarse y avanzar hacia nuevas experiencias.

A partir de la perspectiva psicoanalítica diremos que desde la vida prenatal, el ser humano está habilitado para transitar por estados mentales asociados al caos, la incertidumbre y la esperanza. Consideramos que si todo va bien, los cimientos de la esperanza comienzan antes del nacimiento, en la psique de los padres que han gestado a su hijo con amor y confianza en lo que pueden ofrecerle. En el útero se darán las condiciones necesarias para el gradual desarrollo del feto dentro de un continuo, tanto físico como mental. Esta continuidad se interrumpe por la primera crisis existencial, producida al agotarse el funcionamiento fisiológico del útero. El equilibrio se acaba. Nada es permanente. Se impone la movilidad de la vida.

El nacimiento, considerado un trauma, es definido así porque el bebé, en su incipiente psique, sólo registra sensaciones fragmentarias de ese evento, experimentado como un caos o pérdida de referentes, y, por ello, no comprende las modificaciones cruciales que se operan en él y en su entorno. Sin embargo, esto lo impulsa a buscar otros modos para enfrentar los cambios. Los límites que antes contenían su actividad corporal se pierden. El aire toma el lugar del líquido amniótico. El bebé llora, respira. . El ambiente que le rodea es diverso, inconstante, desconocido, indefinido. Internamente se activan sistemas y procesos que corresponden a la nueva dimensión de la vida postnatal. Este período de transición está signado por la incertidumbre, debido a que entra en juego la supervivencia del recién nacido. Guiado por preconcepciones innatas, buscará y se asirá afanosamente al pecho de la madre. Este encuentro con la preconcepción iluminará la esperanza, al recuperar con ella la sensación de continuidad, contención, refugio del equilibrio perdido Ahora en brazos de su madre, quien fungirá de útero psicológico, continuará el crecimiento y desarrollo de su incipiente organización mental.

La ansiedad de separación evocada por el nacimiento, es también conocida como angustia de muerte, por la intensidad de las experiencias difusas y fragmentadas que se activan en este estado de indefensión del ser humano. Estas ansiedades pueden manifestarse en la clínica como ataques de pánico en los cuales el analizando reporta sensaciones de asfixia, pérdida de límites, sensación de disolución. Esto se debe a que los registros inconscientes, significativos en el proceso mental del feto y del recién nacido, se mantienen en el inconsciente, conservando su autonomía de las estructuras mentales, que se establecen gradualmente en la formación de la psique del adulto, y se reactivan en situaciones de crisis o de cambio que el individuo teme no poder tolerar.

El inicio del período postnatal se define como de fusión o simbiosis. La madre y su bebé se funden en una ilusión de unidad Cuando ella responde con inmediatez y adecuación a las necesidades de su hijo, hay una experiencia de reciprocidad, satisfacción, resonancia y reconocimiento mutuo. Todo esto brinda un sentimiento de seguridad y confianza en ambos. La madre con su sensibilidad y empatía intuitiva es el continente de las ansiedades primitivas que su hijo proyecta en ella. Las metaboliza para otorgarles una sensación de encuentro y sentido. Este es un código indispensable para el intercambio vital de información durante los primeros momentos de la existencia.

La interrupción prematura de esta ilusión de unidad, trae consecuencias muy perjudiciales al bebé, que interfieren en su posibilidad de ser y existir Entonces la experiencia de caos o pérdida de referentes se transforma en una catástrofe psicológica, al colapsar el incipiente sistema que lo cohesiona. Así se fundan los orígenes del funcionamiento patológico (autista y psicótico). Se crean maniobras defensivas para poder sobrevivir a estas ansiedades terroríficas, con el consecuente costo para el psiquismo. La identidad del sí-mismo quedara seriamente comprometida.
Si la evolución continúa -el desarrollo psíquico del bebé, fortalecido por las múltiples introyecciones de la función materna, y estimulado por la curiosidad del mundo que lo rodea- superará el estado de fusión con la madre. Este cambio es el inicio de la segunda crisis existencial. Se agota una estructura y se avanza hacia otra nueva. Se pasa de ser uno fusionado a ser dos separados. Es un proceso gradual que conlleva dosis de frustración y experiencias de separación impuestas por la realidad. Esta nueva etapa permite que puedan comprenderse y tolerarse las ausencias, con la esperanza del reencuentro. Para que esto ocurra es necesario que exista un ambiente donde la presencia de los padres sea constante, y las rutinas secuenciales de cuidados y atenciones marquen el curso de la vida postnatal.

La evolución mental tiende progresivamente hacia un grado de organización e integración del sí mismo, con la consecuente capacidad de apego y confianza básica. Los estados de no-integración antes descritos —básicamente sensoriales— van a ir organizándose, en el vínculo con la madre, en experiencias placenteras y displacenteras. Las vivencias desagradables se perciben como algo muy persecutorio que se desea expulsar, mientras las agradables como una fuente de placer que se quiere conservar. En este modo de relacionarse se establece una disociación de la realidad, entre lo bueno (placentero) que es mío y lo malo (frustrante, doloroso) que no es mío En estos primeros estadios, la condición del sí-mismo que interpreta la realidad es muy reducida. Se siente zarandeado por sentimientos, sensaciones fragmentadas, sufrimientos, como si se tratara de cosas o fuerzas que simplemente ocurren y lo bombardean, pues se mueve en estos extremos de placer-displacer. Estos modos de relación persisten en el adulto. Así, encontramos una tendencia a colocar fuera de nosotros lo que sentimos amenazante a nuestro equilibrio psíquico. El otro, sea una persona, grupo o idea, se torna recipiente de nuestra proyecciones paranoides. Se instalan disociaciones, como bueno-malo, Dios-Diablo, ganador-perdedor, fiel-infiel, amigo-enemigo.

En el crecimiento mental las experiencias malas y buenas, progresivamente, van a integrarse en el sí-mismo. La misma madre que da placer y estimula sentimientos amorosos, es la que frustra, y produce malestar y rabia Aparece la ambivalencia. Sí lo que el bebé ha recibido de sus padres y del ambiente que lo rodea es predominantemente bueno, entonces ya existe el potencial para apreciar y disfrutar la vida, y para continuar el camino de la evolución mental, que le permitirá a él, identificar y diferenciar las percepciones que tiene de sí mismo y del otro que lo rodea. Comienzan a procesarse los matices temporales y la intensidad emocional necesaria para aceptar el gran descubrimiento: no ser el centro del mundo.

Se reconoce a la madre en su totalidad, y descubre que ella tiene una vida propia diferente, en la cual se mueve y se relaciona de manera significativa con otros, tanto como lo podría hacer con él. Comienza a vivenciar el sentimiento de exclusión de una manera natural, que se extenderá a otras relaciones de su vida afectiva En este camino evolutivo va a poder aceptar y compartir a sus seres queridos Este avance hacia la triangularidad relacional, inaugura la tercera crisis existencial, donde el individuo se ve impelido a buscar nuevas adaptaciones a su nuevo mundo. El sí-mismo se integra al mismo tiempo que la realidad. De este modo logra una visión más total y completa de su entorno.

Progresivamente va surgiendo en su psique el sentido de responsabilidad acerca de sus sentimientos, pensamientos y actos. Aparece la culpa al tomar conciencia de haber odiado o atacado, en la fantasía o en la realidad, a quien también ama. Esta toma de conciencia fortalece al sí-mismo y lo lleva a sentir gratitud y a querer reparar las relaciones lastimadas. Esto promueve un estado mental esperanzador, al reconocer que estas fuerzas contradictorias están dentro de sí, y las tensiones que ocasionan pueden ser moduladas por él mismo.

En todo este proceso van creándose los cimientos del lugar donde se vive, se siente y se piensa, que podría llamarse el refugio interno, el cual, con las modificaciones propias del crecimiento mental, formará parte de nosotros toda la vida. Gran parte de él se ha constituido con base en las identificaciones del bebé con sus padres y otras personas significativas para él. Por ejemplo, la capacidad de pensar que él desarrolla se crea a partir de la actividad pensante de su madre, quien ya la ha desplegado durante sus cuidados

Las oscilaciones de estas maneras de relacionarse consigo mismo y con el mundo, acompañan al hombre toda su vida. Son posiciones que pueden llevar al individuo a situaciones extremas, caóticas o desintegradas, de acuerdo con una dinámica que se establece, entre las relaciones de sus mundos, interno y externo; o pueden oscilar de una manera sosegada de acuerdo con la madurez del individuo para responder a la circunstancia que le toque vivir.

El proceso mental está en continuo movimiento evolutivo. Progresiones que buscan nuevos vértices, y regresiones que repiten antiguos y conocidos caminos, para poder así transformar las experiencias con nuevas integraciones cada vez mayores que van otorgándole una nueva dimensión a la vida

Cuando un evento impacta al individuo, se produce un estado de alarma y sensación de caos, que tiende a romper el equilibrio interno establecido. En esas situaciones, inconscientemente, lo primero que sucede es una regresión defensiva a organizaciones muy primitivas de disociación mientras se encuentra un nuevo orden. Este se inicia proyectando hacia afuera todo lo persecutorio. Sin embargo, para no quedarse en esta disociación es necesario alcanzar una madurez psíquica que permita tomar conciencia de nuestra dinámica interna y externa, en un espacio mental de transición donde se tolere la incertidumbre y se integren todo tipo de experiencias, pensadas y metabolizadas en el mundo interno. Si lo amoroso y lo vital es lo que predomina, esto permitirá al individuo encontrar nuevos recursos para lograr una salida constructiva y esperanzadora.

Después de este resumen acerca de la evolución psíquica, llegamos al momento oportuno para considerar algunos de los cambios a los cuales nos enfrenta nuestra realidad actual, y su incidencia en el individuo y la sociedad.

Hay una tendencia muy marcada a idealizar la tecnología y la máquina. Si bien es cierto que los avances en esta área son numerosos y valiosos, su impacto en la sociedad y en la mente del individuo representa un tema a reflexionar, cuando se privilegia el automatismo en detrimento del hombre. La tecnología crea la ilusión de que todo está a nuestro alcance, originándose una atmósfera de fascinación casi mágica. Con solo presionar un botón ya están nuestros deseos realizados. La tecnología puede ser usada tanto para generar vínculos como para evitarlos o entorpecerlos. La cibernética ha marcado un hito en el acceso al conocimiento, así como en los avances en la comunicación. La gran variedad de recursos que nos provee son indudables e invalorables.

El mundo pierde sus límites. La permanencia parece ser sustituida por la velocidad y la aceleración del tiempo. Pero lo que nunca puede ocurrir es que el Hombre pierda los límites de su sí-mismo. Este es su centro, el asidero que lo articula, organiza, cohesiona e imaginativamente le da salida al caos, el cual representa cambio, movimiento, confusión, pérdida de parámetros y la antesala de lo que está por ordenarse.

La cultura en la que nos desenvolvemos ha venido transformando nuestra realidad psíquica sin que tengamos conciencia del alcance que puedan tener estos cambios. Al. privilegiar la inmediatez, la capacidad para la espera y la tolerancia a la frustración, indispensables en el desarrollo mental, quedan relegadas. Una vida virtual permite hacer contacto con otro sin entrar verdaderamente en contacto. Una relación así puede propiciar una regresión a la fantasía de fusión narcisista, en la que se da el delirio tú y yo somos uno. Si este nexo es breve puede resultar divertido, pero si se mantiene durante un tiempo prolongado, eliminando el principio de realidad, entramos al terreno de las patologías de aislamiento severo. La esperanza debe estar conectada con la realidad y con la capacidad para esperar, pues es de este modo como podemos materializar los proyectos vitales que permiten desarrollar todo nuestro potencial.

La cultura actual tiende a negar la espera que implica la crianza de un ser humano. La gestación de la psique, como ya he descrito, exige tiempo y compromiso emocional. Pretender disminuir o anular la ansiedad de separación, afecta la puesta en marcha del pensamiento que surge ante la ausencia del objeto necesitado. Igualmente, interfiere en la capacidad de tolerar la incertidumbre, pues se tiende a buscar certezas inmediatas, llevados por la impulsividad. Esto, lejos de ayudar a modificar la realidad, lo que hace es evadirla. Se trastoca así el sentido de la esperanza real y se propicia, entonces, una esperanza mágica inclinada a estar basada en fantasías de omnipotencia infantil, de control, posesión y desprecio al otro, con el fin de negar los límites, la vulnerabilidad y la dependencia del hombre. Esto conduce, entre otras cosas, a irrespetar la naturaleza, lo cual acarrea tantos desastres ecológicos.

La esperanza real se fundamenta en la presencia de experiencias de bienestar y satisfacción en la vida, presume paciencia para esperar, con la confianza y la fe de que se cuenta con los recursos para luchar por lo que se desea, y con la capacidad para modificar los aspectos de la realidad que se consideren convenientes. Esta es una lucha que se encuentra asociada a la necesidad de vencer obstáculos internos, como son los estados mentales cargados de resentimiento, envidia, depresión y exceso de culpas. También se vincula con circunstancias externas adversas y dolorosas, inevitables en la vida de todo ser humano.

La ciencia y la tecnología deben estar al servicio de la vida y del bienestar del hombre, no solo en la búsqueda de satisfacciones inmediatas, que llevan a estados mentales de dominio y grandiosidad sobre los otros, donde el desequilibrio de las pulsiones de vida y muerte operan a favor de esta última.

La experiencia de caos reciente que vivimos la mayoría de los venezolanos al quedarnos sin electricidad por varias horas, me inspiró una reflexión que quiero compartir con ustedes. Al desaparecer todos los recursos extraordinarios que la tecnología pone a nuestro alcance, cobramos conciencia de que la única comunicación que no puede ser interferida es la que nosotros hemos logrado con nosotros mismos en ese lugar interno donde se vive, se siente y se piensa. En ese espacio íntimo que es nuestro refugio, donde la luz no debe apagarse.

La tecnología modifica las formas de comunicación, pero no su contenido. Este dependerá del nivel de evolución psíquica que hayamos alcanzado.
Las reflexiones que hemos hecho a lo largo de este trabajo, nos permiten también aproximarnos a la realidad venezolana. Nuestro país ha vivido, un largo período de caos, incertidumbre y desesperanza, especialmente para un sector importante de la población. De esta fase difícil e, incluso, traumática, no saldremos si apelamos a soluciones mágicas o recurrimos a salidas impacientes movidas por la angustia y la impulsividad. Tolerar la incertidumbre como un espacio de transición es fundamental para poder pensar, y encontrar las alternativas que nos convienen como nación. Así como en los individuos la impaciencia refleja inmadurez, en las sociedades ocurre lo mismo. De igual modo que las personas deben contar con recursos internos para encontrar y construir la esperanza en medio del caos, las naciones tienen el mismo compromiso. Solo en la lucha por la búsqueda de lo que nos une como nación, integrando nuestras diferencias, es que podremos salir fortalecidos y como lograremos el crecimiento y la transformación que deseamos. Solo siendo capaces de aceptar la incertidumbre, conseguiremos descubrir la esperanza en medio de la desesperanza dominante.

Mientras más conoce el hombre de sí mismo, y del mundo que le rodea, más esperanzas tendrá de una vida mejor

Muchas gracias.

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