Otra Cuba
De no salir humo blanco de Oslo se presentan teóricamente dos opciones: la intervención internacional y que la comunidad regional acepte y se acostumbre a vivir con otra Cuba en el continente.

El problema Venezuela ha pasado de ser un asunto endógeno, a uno regional, y de allí, a uno de geopolítica global. Ya el problema no es de cómo los venezolanos resolvemos nuestro asunto, sino cómo los principales actores internacionales lo logran. Y lamentablemente un escenario posible es otra Cuba, pero ahora en tierra firme.

La implantación de la llamada 5ª República comenzó con el desmantelamiento progresivo de todo lo que se había constituido en términos institucionales, tales como las bases de sustentación económica y social que habíamos conocido por 40 años. También desde el comienzo, uno de los objetivos de los golpistas redimidos por unas elecciones que los llevó al poder ha sido mantenerse en él a como de lugar. Y como contrapartida estaban los demócratas, los  que hemos tratado de evitarlo, muchos incluso antes de que el chavismo llegara al poder.

Una primera etapa de la lucha fue convencer a los venezolanos, que disfrutaban de las prebendas de los altos precios del petróleo, que íbamos por muy mal camino y había que enderezarlo.  Se recuerdan de “no, vale, esto no es Cuba”. Unos con Cadivi, otros con sus bonos, otros con sus becas y misiones y, por supuesto, aquellos, los que siempre han jugado a “alguien tiene que hacerlo” y “mejor yo que los chavistas que no saben nada de eso”. Y los peores, los ‘exchavistas’ depredadores del Tesoro público, que tienen miles de millones de dólares en bancos extranjeros.

Poco a poco, elección tras elección, con sus alzas y bajas, fuimos avanzando. Incluso en 2010 el partido de Chávez perdió en votos la Asamblea Nacional. Pero allí seguimos, con nuestras diferencias y en medio de una lucha de egos les ganamos en 2015.

En esta primera y larga etapa, el mundo internacional intervino muy poco. Y aunque hubo pequeñas acciones internacionales, Venezuela era un tema marginal. Apenas visibilizado cuando golpearon a los diputados opositores en la AN (2013) y se comenzó una gira regional que tuvo cierta repercusión.

Una segunda etapa de la lucha se da con la conquista de la Asamblea Nacional en 2015. Claro, esto tuvo prolegómenos en 2014 con las luchas callejeras y la intervención de Unasur y el Vaticano en un fallido diálogo. Todo esto acompañado, por primera vez, con vibrantes denuncias de violaciones de derechos humanos en las Naciones Unidas, ya que en la OEA esto ya se venía dando.

En 2016 comienza un trabajo internacional importante, nuestros diputados viajan a la OEA y junto al nuevo Secretario General, Luis Almagro —quien ya conocía el problema como canciller uruguayo que asistió en los diálogos de Unasur— comienza una lucha en la OEA orientada a denunciar y sancionar al régimen de Maduro.

En 2017 cuando el TSJ confisca las atribuciones de la AN, apenas se logra que la OEA califique al régimen de dictadura, pero no se toma acción alguna. Frustrados, la mayoría de los gobiernos latinoamericanos, que progresivamente dejaban de ser aliados de la Venezuela chavista, fundan el Grupo de Lima para actuar en pos de la vuelta a la democracia y la defensa de los derechos humanos, en especial por la crisis humanitaria que se estaba desarrollando. Este grupo, más la nueva administración Trump, comienzan a poner presión diplomática sobre el régimen. EEUU va más allá con sanciones personales y económico financieras. En este contexto el tema de la estampida migratoria también toma cuerpo y la comunidad internacional se involucra mucho más; no solo más allá del continente sino más allá de la OEA y Naciones Unidas a través del Acnur y otras agencias que  comienzan a actuar.

Una tercera etapa, cuyo punto de inflexión se da con el desconocimiento del régimen de Maduro, se caracteriza  porque se sobrepasa al tema de regional, orientado a la democracia, a los derechos humanos y a la migración, y se ubica en uno de geopolítica global. Sobre todo lo anterior, toma preeminencia la confrontación de las potencias —¿una nueva guerra fría? Por un lado EEUU, que reclama su hegemonía sobre el continente americano y, por el otro,  los rusos y chinos y sus aliados regionales (Cuba, Nicaragua) e internacionales (Irán, Turquía), unidos por un antinorteamericanismo —el que a veces obnubila a Europa, como argumenta  J.F. Revel.

En esta última etapa los venezolanos tenemos menos voz y menos voto, frente a los actores internacionales. Ellos han optado por resolver esto por la vía de las negociaciones —al menos por ahora. Se está negociando en Oslo con los venezolanos, pero hay otras instancias, algunas donde incluso nosotros no participamos.

De no salir humo blanco de Oslo se presentan teóricamente dos opciones: la intervención internacional —que hasta ahora es rechazada por la región— y el apaciguamiento del régimen, es decir, que la comunidad regional acepte y se acostumbre a vivir con otra Cuba en el continente y apacigüe al régimen e incluso lo ayude a mejorar su desempeño económico para que disminuya la estampida migratoria. A esta última juega el pranato en el poder.

Hay que rogar para que las negociaciones den resultados y pedir a los irredentos que entiendan que en toda negociación hay que ceder y que lo que se consigue no es lo que queremos sino un status quo en el que ambas partes sientan que no han perdido todo lo que querían mantener. Y a los gobiernos democráticos que no sesguen y apuren el paso y la presión para evitar una Cuba en el continente, lo que sería una pésima opción para ellos y nosotros; caso contrario que se dispongan a intervenir en Venezuela.

Y nosotros, como se dice en bolas criollas, tenemos que ‘seguir arrimando para el mingo’, sin bochar las de nuestro equipo.

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