Centro comercial
Los grandes centros comerciales, un poco como los dinosaurios prehistóricos, están condenados, si no a la extinción, sí a una mortandad tremenda.

Hace unos meses cumplía años nuestro hijo menor y se nos ocurrió regalarle un Three Wheeler. Es una divertida plataforma rastrera que le permite al niño, contorsionándose, avanzar en una superficie plana. Son aparatos más o menos comunes, aunque tampoco se ven en todas partes.

Pregunté, me sugirieron tres o cuatro establecimientos grandes donde de seguro lo encontraría —voy a callar los nombres, por razones evidentes— y un día de la semana salí a buscarlo. En el primer sitio pregunté y la chica no sabía qué era un Three Wheeler. Le expliqué, discutimos un poco y resultó que se había agotado. Fui al segundo sitio y lo mismo. En el tercero como que alguien lo había visto, pero no lo tenían. En total, gasté cuatro horas yendo a tres centros comerciales en el norte de Bogotá y nada. Entonces llegué a mi casa, escarbé en internet, lo encontré a un precio razonable, lo compré y dos días después nos llegaba el paquete.

Quiero aquí hablar de la moraleja implícita en el título. Los grandes centros comerciales, un poco como los dinosaurios prehistóricos, están condenados, si no a la extinción, sí a una mortandad tremenda.

Debo decir que a mí el tal shopping (así se dice in English) nunca me gustó. De acuerdo, al llegar de regreso con unas camisas bonitas, unos zapatos cómodos, incluso al haberme gastando un billete (cuando lo tenía, pero esa es otra historia) en una chaqueta fina, me alegraba de lo que había comprado. Pero el proceso de ir a las tiendas, medirme las prendas, dudar y demás, siempre me pareció un fastidio. Tal vez Edipo me recuerde que nuestra madre nos arrastraba por los grandes almacenes durante horas.

Surge un factor económico clave. Dados los costos fijos, el arriendo, los sueldos, los servicios, además de las expectativas de cualquier inversionista, un espacio comercial debe tener un margen de 50 % o más. En contraste, una bodega en las afueras de la ciudad, desde donde se despachan los pedidos por internet, puede funcionar con 10 %, más el costo de envío, que no suele ser alto, sobre todo ahora cuando cualquier cosa vale de 100.000 pesos para arriba. Ergo, los espacios comerciales no compiten, no ya con Amazon, sino con páginas más pequeñas. Piénsese también en el aspecto ecológico. Un vehículo de entregas, gestionado por un ejecutivo que responde por el costo del combustible, bota a la atmósfera muchísimo menos CO2 por ítem vendido del que yo boté esa mañana dando vueltas inútiles por la ciudad.

El modelo de negocios de los centros comerciales sigue creyendo que les espera una valorización espectacular, como la que se dio en Bogotá en Unicentro o en el Centro Andino. Por eso está de moda arrendar y no vender los espacios. Sospecho que les tocará esperar sentados, pues a medida que escaseen los arrendatarios, las rentabilidades van a sufrir mucho. Me dice un alto ejecutivo al que conozco que todo esto demora en llegar a Colombia. Cierto y falso a la vez. Claro, todavía mucha gente sale de shopping porque no tiene nada mejor que hacer, y a algunos veteranos les asusta comprar online. Dicho esto, los efectos económicos del fenómeno, que ya son dramáticos en Estados Unidos, se acercan. Así que olvídese, amigo, de multiplicar su dinero en poco tiempo con inversiones en finca raíz comercial. Puede que no pierda… todavía.

Por una vez, no me entristece que estos dinosaurios fenezcan. Hay muchas cosas mejores que hacer con el tiempo libre que salir de shopping.

andreshoyos@elmalpensante.com

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