Christian Zerpa
El magistrado Zerpa afirma que tomó la decisión de dejar el país para no avalar la usurpación que trama Nicolás Maduro, anunciada para el jueves 10 de enero.

Nuevamente un magistrado del Tribunal Supremo de Justicia se escabulle a los Estados Unidos. La situación política venezolana luce hoy tan terminalmente descompuesta que se hace necesario precisar que hablamos del supremo tribunal bolivariano y no del fantasmal Tribunal Supremo en el exilio.

En el caso de este último, es tal el desconcierto imperante en la oposición venezolana que, por una especie de maligna mitosis, la corte exiliada ya se ha dividido.

Ya hay entre los magistrados exiliados quien se define a sí mismo como magistrado del exilio auténtico, frente a los que señala como arrepentidos vergonzantes y colaboracionistas. Miserias colaterales, me digo, a la discordia que para nuestro mal discapacita a la oposición venezolana desde mucho antes de 2016. El magistrado del cuento de hoy es de pura cepa chavista.

Y es nadie menos que el juez a quien, temprano aquel año, Nicolás Maduro ordenó despojar a la Asamblea Nacional de todas sus atribuciones constitucionales. Este hombre, de gesto apagado y palabra compungida, es el cacaseno a quien los venezolanos debemos el barrido de toda ficción constitucional y la entronización de Maduro como dictador.

Cabía esperar que la oposición viese en esta nueva fuga de un alto funcionario chavista hacia el sur de la Florida un indicio de que el fin de la dictadura está cerca. Hago contorsiones para no despeñarme hacia el símil de las ratas y el naufragio.

La periodista venezolana Carla Angola brindó al magistrado desertor, Christian Zerpa, ocasión de explicarse entrevistándolo, en exclusiva, para un canal de TV floridano. La contención demostrada por Angola ante el cinismo del exjuez es digna de encomio: alguien menos templado, puesto en su lugar, podría haber atacado a Zerpa empuñando el micrófono. Siempre interesará, creo yo, el lenguaje al que acuden los antiguos verdugos del chavismo cuando el temor de ser alcanzados por el ‘fuego amigo’ los obliga a huir del país.

El español hablado de estos sujetos es invariablemente una desalmada mezcla de tecniquería legal y barbarismos lexicales, proferidos con algo que no es solo el desparpajo y la sangre fría del criminal confeso sino, también, la autocomplacencia moral de quien espera ser percibido como una víctima, cuando no como un desencantado, alguien sorprendido en su buena fe por el carisma palabrero de Chávez, alguien que venía obrando desde adentro, en solitario, en procura de la democracia y la libertad.

Después de ver la entrevista que Carla Angola hizo a Zerpa, navegué en la red hacia el pasado, antologizando el lenguaje de otras deserciones registradas en el curso de los últimos diez años: por ejemplo, la del magistrado que gerenciaba una banda de fiscales extorsionistas a las órdenes, según él, de la actual sedicente fiscal general en el exilio; la del magistrado que estaba en la nómina mayor de un cartel de militares narcotraficantes; la del que, por órdenes expresas de Chávez, sentenció a treinta años de prisión al jefe de la seguridad ciudadana de la Alcaldía Mayor de Caracas, Iván Simonovis. Cada caso remite a otro anterior o concurrente, y así la antología de los infames se arboriza indefinidamente.

La norma es la misma en el caso, ya no de magistrados y fiscales, sino de peces muy gordos del Ejecutivo que tenían a su cargo, por ejemplo, la Tesorería Nacional o el Fondo Único de Desarrollo Social o Petróleos de Venezuela. Invariablemente el desertor adhiere al noble ideario de Chávez que Maduro traiciona. Invariablemente, vio en peligro su integridad y respira mejor en los Estados Unidos de América. El antiimperialista socialismo del siglo XXI cría estos monstruos de amoralidad.

El magistrado Zerpa afirma que tomó la decisión de dejar el país para no avalar la usurpación que trama Nicolás Maduro, anunciada para el jueves 10 de enero. Sabe que se expone al aborrecimiento universal y que lo espera una vida de arrepentimiento y estigma, pero, ¡vamos!, entendamos que más vale tarde que nunca, que al fin lo hace todo por Venezuela, que el bienestar de la familia está primero.

Mirando a este despojo moral tartajeando insostenibles excusas ante las cámaras, me nace consolarlo con un añejo refrán castellano: «La vergüenza pasa, hermano; la manteca queda en casa».

@ibsenmartinez

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