Enrique Krauze 3
«Nuestra fortuna mayor es la lealtad de los lectores, que no solo se limita a México y España (nuestras sedes) sino a todo el orbe de habla hispana».

Hace veinte años nació Letras Libres. Era, literalmente, otro siglo, otro milenio, otro mundo. Pocos tránsitos en la historia han parecido más felices.

Luego de la experiencia atroz del siglo XX, la humanidad parecía haber aprendido la lección fundamental de adoptar y preservar la democracia, no solo porque todos los demás sistemas han probado ser peores sino por las dos precisas razones que apuntó, famosamente, E. M. Forster: “Dos brindis por la democracia, uno porque admite la variedad, otro porque propicia la crítica.” Pluralidad y crítica fueron también las razones de ser de Letras Libres y lo han seguido siendo a lo largo de estos veinte años. Nuestros modelos han sido Plural y Vuelta, las legendarias revistas que dirigió Octavio Paz entre 1971 y 1998, pero siempre dijimos que en la vida editorial no hay herencias, que la herencia se conquista. En ese sentido, solo la historia de la literatura, en la lejana posteridad, juzgará nuestro trabajo. Pero no hay duda de nuestro compromiso con las dos palabras inseparables que integran nuestro nombre. Hemos procurado servir a la literatura y a la libertad.

En 1999, no solo los totalitarismos y autoritarismos de cualquier siglo parecían superados. También los fanatismos de la identidad. No faltaban voces (sensatas, algunas) que advertían los peligros inherentes a la globalización y las reacciones telúricas que podrían sobrevenir. El nacionalismo seguía incendiando las pasiones en ciertas zonas del mundo, como los Balcanes, pero aun en el conflicto árabe-israelí había motivos para la esperanza. En México la rebelión neozapatista (con sus justas demandas y sus visiones milenaristas) era un punto de tensión, pero confiábamos en que la recién conquistada democracia encontraría cauces civilizados para resolverla.

El nuevo siglo abría, en suma, bajo los mejores auspicios. En octubre de 2001 apareció el primer número de nuestra
edición española: lo titulamos Fanatismos de la identidad. El atentado contra las torres gemelas cerró el siglo XX y dio comienzo al XXI. Nada sería igual desde entonces. Si habíamos creído que la lucha por la libertad se había ganado y que ahora tocaba el turno a un ejercicio más sereno y lúdico de la literatura, estábamos errados. Los enemigos de la sociedad abierta estaban de vuelta. Nunca, en realidad, habían desertado. No está en su naturaleza porque los mueve el odio. El odio justiciero. El odio resentido. El odio vengativo. El odio ideológico. El odio enamorado de su autoproclamada virtud. Y el odio es una gran pasión, poderosa, incendiaria, inextinguible.

“El odio que es completamente vencido por el amor, se trueca en amor; y ese amor es por ello más grande que si el odio no lo hubiera precedido”, dice Spinoza (Ética, Proposición XLIV). Ocurre a veces en las relaciones humanas pero rara vez en la política cuya naturaleza cruel también advirtió fielmente Spinoza. ¿Qué puede hacer contra el odio una pequeña revista y el sitio de Internet que desde el inicio acompaña, enriquece y proyecta a un público masivo, en México y el mundo, nuestros esfuerzos? Puede hacer poco, pero ese poco es significativo. A lo largo de 240 números hemos publicado a centenares de autores de nuestra lengua y de diversas lenguas. En la redacción de Letras Libres han trabajado varios escritores que dejaron una contribución valiosa y emprendieron su propio vuelo en las letras y la libertad, llegando en muchos casos a alturas tan sorprendentes como merecidas. Nuestro consejo editorial es un elenco plural. La diversidad de géneros literarios que hemos acogido en nuestras páginas –ensayo literario y político, cuento, entrevista, reportaje y en especial el lugar que le brindamos a la poesía– nos llena de orgullo. Un silencioso y eficaz contingente ha llevado sobre sus hombros la marcha administrativa. Hemos sido muy afortunados en contar con un sólido apoyo de anunciantes y patronos. En proporción menor, y basados en un trato respetuoso y transparente, hemos publicado anuncios de los sucesivos gobiernos federales y estatales. Pero sobre todas las cosas, nuestra fortuna mayor es la lealtad de los lectores, que no solo se limita a México y España (nuestras sedes) sino a todo el orbe de habla hispana que, en estos tiempos, comprende todo el orbe, porque casi no hay sitio en el mundo donde no se hable el español. La presencia física del papel se está desvaneciendo, pero la lectura en línea crece de manera geométrica. Hay que darles calidad, sustancia, sentido a esos lectores. Herramientas para entender el mundo endemoniadamente complejo que nos ha tocado vivir. Ideas, si se puede, interpretaciones o ángulos nuevos, o atisbos al menos, para navegar en estas aguas sin cartografía. Esa es la misión actual de Letras Libres. Un apunte final sobre el populismo. Siempre hemos creído que su caracterización más precisa no es ideológica sino sociológica. Atañe a la aparición de un líder carismático que toma el poder por la vía de la democracia para acabar con sus instituciones, sus leyes, sus equilibrios y libertades. Traicionaríamos nuestras raíces si no empeñáramos nuestros mayores esfuerzos en criticarlo. Al morir Daniel Cosío Villegas en 1976, Octavio Paz escribió en Plural su obituario. Venía precedido de un epígrafe de W. B. Yeats, dedicado a Swift: “Imitate him if you dare, World-besotted traveller; he served human liberty.” En Letras Libres, autores y lectores nos atrevemos a esa emulación. Somos esos viajeros. Servimos a la humana libertad.

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