Mairee Plata San Luis Chile
Casi un centenar de chicas de esa nación caribe, tan alegre y tan sufrida, animan partidas futboleras desde Estados Unidos hasta Uruguay, en el sur, en el centro mismo y en el norte de España, en Austria, en el Chile mineral. A todas ellas, fútbolella las hace suyas y las cuenta.

Se aprende geografía siguiendo a las venezolanas que juegan fútbol por el mundo.

Quillota, por ejemplo, en el centro de Chile. Hasta donde llegó la familia Plata, padre, madre, tres hijos. Una es Mairee, la que le da a la pelota.

Noventa mil habitantes esparcidos sobre el fértil valle del río Aconcagua donde se cultivan chirimoyas y paltas (aguacates). Hacia donde se mire, salvo un delgado espacio al sur, hay montañas, los pies de los Andes.

Los Plata proceden del barrio Lourdes de San Cristóbal, en el otro confín de la misma cordillera, montañas que se repiten.

En tiempos remotos estas tierras de Quillota eran parte del imperio incaico, hasta hallaron restos de una veintena de cuerpos y de más de un centenar de objetos: vasijas, discos, huesos de camélidos (una suerte de primos muy lejanos de los camellos), puntas de flechas, que datan del 1400 antes de Cristo.

Antes también de que llegaran los Plata y el tal Colón. Geografía. También arqueología e historia en la ruta del fútbol.

Quillota está a 35 kilómetros de Viña del Mar, la del festival, la del Everton de fútbol, réplica del inglés, y a 128 kilómetros de Santiago.

  • Hay muchos venezolanos, es muy tranquilo, aquí no roban ni es tan caro como en la capital, dice Mairee, 16 años, medio de contención, estudiante de bachillerato con pretensiones de hacer un curso de técnico medio en preparación física.

Puyo, otro ejemplo, en la amazonía ecuatoriana.

Nuestra Señora del Rosario de Pompeya de Puyo, un nombre excesivo para una población que anda sobre los treintaipico mil almas. Entre ellas, Anelkis, Yilvi y Kathleen, que aún no deben entrar en las cuentas porque tramitan la visa.

Tres Vinotinto en la Amazonía ecuatoriana: Anelkis, Kathleen y Yilvi (Cortesía CALL)

Puyo es el río que pasa por allí y Puyo la ciudad y puyar en Venezuela es pinchar, también acelerar y, más aún, hacer que alguien quiera hacer algo, como lo recoge la Rae.

Estas chicas —una de Barinas, otra de Mérida y la tercera de La Victoria— querían jugar fútbol y futsal al mismo tiempo. Y ese algo que querían hacer, alguien se los impedía en su país pornoséque reglas. Cosas del Siglo XXI.

LLegaron al equipo Cumanda Agua Lluvia, de sonido poético aunque de significado más prosaico: la unión del nombre de la novela fundacional de estos pagos con el apellido de un resort todo incluido. Y en eso de unir y fundir cosas, en Cumanda se juega al fútbol de 5 y al de 11.

  • Una familia de aquí nos dio trabajo a las tres, dice Yilvi Conde, la victoriana. Y en el resort comen y duermen y oyen caer la lluvia. Puyo está mojado todo el año

En la emigración del balón sobran los ejemplos.

De la pequeñísima Sulz, en Austria, a La Coruña, en el norte Atlántico español, y a Lorca, con playa sobre el Mediterráneo. Y de vuelta en América, desde Oklahoma hasta Montevideo, pasando por un montón de ciudades colombianas: Santa Marta, Bogotá, Neiva –neivayork, la mientan-, Barranquilla y Bucaramanga, urbe amena que comienza a extrañar la inquieta Leury Basanta.

  • Las chicas, las plazas y parques, ese fútbol tan competitivo, recuerda esta chama (muchacha) de 25 años, criada entre Ciudad Bolívar y Santa Elena de Uairén, que ahora mismo, cuando hablamos, va en un bús alquilado por su equipo Estudiantes de Guárico, en los llanos venezolanos para un juego o quizás un entrenamiento. A la espera de otra llamada para volver salir del país.
Leury Basanta con el Atlético Bucaramanga, donde jugó durante el primer semestre de 2018. (Cortesía LB)

¿Cuántas son?, la cuenta es larga e imprecisa, no menos de 80 y no más de un centenar. ¿Por qué se van?, es preferible no entrar en política que es campo minado. Las avala la calidad. Y han dejado, están dejando, su huella.

Oriana Altuve, nombre mayúsculo en el fútbol de mujeres venezolano, fue figura en el supercampeón uruguayo, Colón, y en el Independiente Santa Fe de Bogotá, que se llevó el primer título de la liga profesional colombiana y aterrizó en Madrid en septiembre pasado para jugar en el Rayo Vallecano de la muy apetecida y sonora Liga Iberdrola de España.

Lourdes kika Moreno luce el 10 del Deportivo La Coruña y una  cinta de capitana. Yosneidy Zambrano, goleadora insaciable en el Club Ñañas de Ecuador, reciente campeón del país meridional… Y Deyna Castellanos, que estudia y juega y declara y acumula centenares de miles de seguidores en twitter. Y Joemar Guarecuco, y Paola Villamizar, apodada El rifle por la dinamita de sus piernas, y Yusmery Ascanio, enrolada en el cacique Colo Colo chileno, al que llegarían luego otras cuatro compatriotas: la portera Alexa Castro, la defensa Nubliuz Rangel, la goleadora Karla Torres y  también Anabel Guzmán.

Éxodo FC se ocupa de las titulares y las del banquillo. También de las promesas como Mairee, que viajó en buses durante un semana con su mamá, Jeniffer Ortiz, y su hermano Diego de 5 años. Dos puestos para tres porque a los Plata les faltaba eso,  plata. Meses antes habían partido, Jesús, el padre, y Kevin, el hijo mayor de 19 años. Cada uno por su lado.

Fatal, dice Mairee sobre el extenso trayecto de 6730 kilómetros y unos cuantos metos. Pero pronto se adaptó. Con el balón como pasaporte entró en el equipo San Luis, la referencia de la ciudad. Con las mismas rayas verticales amarillas y negras de su Deportivo Táchira. “Es un buen equipo, hay que pulir detalles”, y no parece que tuviera tan solo 16 años cuando habla de fútbol.

A miles de kilómetros, Nairelis Nazareth Gutiérrez se prepara para el frío. No tiene ni idea de lo que le viene, criada como fue en esas llanuras humeantes de Calobozo .  “De hecho ahora está lloviendo”, me dice.

Juega para el FFC Vorderland, equipo de la primera división austríaca instalado en Sulz, una localidad de poquito más de 2.500 personas. Otra venezolana Ysaura Viso, refuerzo del Atlético Huila para la Copa Libertadores de este 2018, el campeón colombiano, abrió esas puertas años atrás.

Ritmo y color caribe en Austria: Nairelis Guitérrez en el FFC Vorderland. (Cortesía NG)

Nairelis viajó de Caracas a Madrid, luego a Zurich donde el equipo las fue a recoger a ella y a Cinthia Zarabia. “Me vieron en la Copa América de Chile (que se disputó en abril de 2018) porque andaban en busca de jugadoras”, dice Nairelis. Lateral derecha o volante, de 23 años, es una fija en la Selección Vinotinto.

Y como nunca está demás una recomendación, la caraqueña Yaribeth Ulacio, que lleva año y medio en el equipo, echó una manita. “Son buenas”, habrá dicho. Y no san tan caras, calcularía el equipo. Viven en una casa familiar, con alimentación incluida, un pago modesto, y a las canchas del equipo –de hierba natural y de superficie sintética, “demasiado lindas”, suelta extasiada Nairelis–  van caminando de tan cerca que les quedan. De tan a la mano que está todo en Sulz.

Lejos, muy lejos es Calabozo y para Irma, la madre de Nairelis, una mujer de campo, eso de los horarios la trae loca, calcular cuándo van a hablar es un lío. “Siempre me dice que estudie, que el fútbol es para poco tiempo, que nadie me quería cuando me lesioné”, cuenta Nairelis: que  le respondía:  “me voy a recuperar y esto es lo que me gusta”.

Gracias al fútbol ahorró un dinerito. “Me ha dado todo lo que tengo”, asienta. Agradecida y solidaria, comparte lo que ha ganado: dejó una plata en Venezuela para ayudar a Estudiantes de Guárico donde se hizo futbolista y otro puñado de billetes se los dio a un hermano para ayudarlo a irse del país. “Somos humildes y esas cosas”, la voz de Nairelis es un hilillo tenue, frágil.

En La Coruña Michelle Romero hace planes para llevarse a sus padres, Lisbelia y Richard. La primera meta que se trazó fue quedarse en el equipo al que llegó en marzo del año pasado, al final del invierno, y ella es de Maracaibo, donde el sol derrite los pasos sobre las aceras. “Fue duro, menos mal que estaban Kika y Gaby”.

Kika y Gaby, son Lourdes Moreno y la espigada, y aún más callada, Gabriela García. Las tres comparten un piso próximo al estadio de Riazor, muy cerca de la playa de igual nombre. “En verano la aprovechamos, nos echamos en la arena a hablar porque el agua es muy fría”. Ayy el Caribe, como te extraño.

Muy rápida, Michelle se fue a prueba y convenció a los gallegos con su facilidad para llegar al gol. La próxima meta es ayudar al equipo al ascenso a la primera división que se escapó por poco en la temporada 2017-2018. “Aquí todos los equipos juegan, no hay ninguno malo, el nivel es increíble”, se sorprende, a pesar de su experiencia en sudamericanos y mundiales con la Vinotinto.

También la ciudad es un descubrimiento cada día, con su Torre de Hércules, esas callejuelas llenas de vida, el ambiente futbolero y la buena mesa. “Nos acabamos de comer un pulpito”, y se le escapa un uffff largo de satisfacción. Buen provecho.

De vuelta al otro lado del Atlántico, cinco venezolanas son las únicas extranjeras en las ligas femeninas de primera y segunda de Uruguay. Danae Millán, de Anzoátegui, y la menuda y ágil Génesis Carrasco, larense, juegan en Progreso, un equipo con un racha de victorias de nunca acabar que espera lo pongan en la Divisional A, donde están los grandes. Como así sucedió.

En Colón, casa ya tradicional de las chicas caribeñas, militan Idanis Mendoza, la más experimentada; Crisbelis Abraham, de Magdaleno, en Aragua, fina jugadora que ya anduvo por el Unión Española de Guayaquil; y la combativa María Gabriela Bonfanti: Choco, le dicen, por chocolate, como el color de su piel.

Aprecian a las venezolanas en este pequeño desbordado país futbolero. Colón, campeón en cuatro de los últimos cinco torneos, las mima y ellas lo agradecen con su buen hacer. “El año pasado estuvimos a unos minutos de volver a ganar”, lamenta por un solo instante Crisbelis, chica liviana, de pelo negro y largo, especialista en hilar jugadas de ataque.

Idanis y Crisbelis llegaron en 2017 en un largo periplo que incluyó primero un trayecto en bus hasta Cúcuta, de ahí un vuelo a Bogotá y otro para el sur. La primera tras una temporada en el fútbol uruguayo pactó con Alianza Petrolera en Colombia, una liga que mueve más recursos, y luego regresó como refuerzo para el segundo semestre de 2018. A los 30 años se ve como una futura entrenadora.

Crisbelis Abraham e Idanis Mendoza en su primer tránsito hacia Uruguay. /Cortesía Colón FC)

“Es lo que me gustaría”, dice, y seguro lo logrará porque años atrás mientras seguía a la Vinotinto masculina por la tele se propuso vestir esos colores. “Investigué lo que había qué hacer y di los pasos necesarios”, me contó. Los pasos de ella en la cancha son calculados, eso que llaman saber estar y anticiparse.  Lo hace en el medio y en la retaguardia y a veces, cuando la situación lo amerita, se asoma al balcón del área.

Aún hay más venezolanas en Ecuador. A las tres de Cumanda, hay que sumar otras tres en Club Ñañas –la terrorífica, para sus oponentes,  Yosneidy, la arquera Migdiel Gutiérrez, y  la volante Maryuri Sánchez. Y un par en el equipo de la Universidad San Francisco de Quito (USFQ): María Claudia Pineda y Ginelly Martínez.

Ginelly extraña a Venezuela en su totalidad, escribe en un mensaje pulcro y preciso.

De 23 años, volante, comenzó jugando en el Atlético Yara, de San Felipe, luego en la Universidad de Carabobo y por último en el Deportivo Lara antes de hacer maletas.

Su destino inicial fue Guayaquil pero el equipo que la contactó decidió no participar en el campeonato. ¡Vaya chasco!, pero la puso en la ruta del USFQ, las siglas que cobijan a las dragonas. Y había mantas para cuidar de Ginelly porque el equipo se hizo cargo de ella hasta que consiguió un empleo.

“Soy mesera a tiempo completo y eso me permite ayudar a mi familia”, sigue tecleando. A la jornada laboral, le sucede la deportiva. Al cabo de unos meses, tiene dos años y medio en la mitad del mundo, logró adaptase a los 2880 metros de altura de la capital ecuatoriana. “He sido bendecida con un club muy unido”, consigna.

Ella, Ginelly Lucianny Martínez Escobar, de San Felipe, Yaracuy, nacida el 26 de octubre de 1994, como consta en la ficha de jugadora 13368, devuelve con goles -11 en el clausura de 2018- la “amabilidad y receptividad de los ecuatorianos”y también “su comida gustosa, en especial la costeña”.

Leury Basanta siente, en cambio, que quedó en deuda con el Atlético Bucaramanga. “Si en algo fallé, lo voy a recuperar”, admitió en una suerte de promesa porque el campeonato colombiano estaba expirando, su equipo se quedó fuera de los playoff y ella que vive del gol solo pudo gritar uno.

A Colombia fueron a parar más de 40 chicas/chamas venezolanas. A animar con su desparpajo la naciente liga profesional. Les cubren casa, comida, desplazamientos y reciben un salario. Se sienten profesionales y mandan dinero a sus casas, o medicinas, o alimentos. De todo porque siempre han sido así los éxodos.  Los forzados, digo.

Leury compartió vivienda con tres más: Vimarest Díaz, Michel Rengifo y María Rodríguez. Y desde el bus en el que va, con el aboroto de las chicas de Estudiantes a su alrededor, recuerda los días en Bucaramanga. Fogonazos de ida y vuelta.

“Siempre las despertaba en los días libres, vamos a hacer algo, les decía, preparaba el  desayuno, las arepitas con caraotas, el cafécito,  nos bañábamos  y salíamos con las  colombianas; veíamos partidos porque todo era fútbol, luego nos íbamos a alguna casa, a cocinar, a comentar entre nosotras lo que nos hacía falta, qué teníamos que mejorar, de los entrenadores y esas cosas, que siempre un futbolista habla”.

La tristeza es ajena a Leury. Siempre activa, cuenta que le gusta “disfrutar bastante y ver a mis compañeras felices”, ir a los centros comerciales, meterse a ver una película de vampiros y lobos o de Piratas del Caribe, que tiene un poco de todo.

“Era la que más inventaba”, se dice a sí misma.

El éxodo ya está en su memoria.

Publicado en futbolella.com.

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