Rafael Cadenas 1
Ahora me referiré a un hecho capital de nuestra historia que a menudo se olvida: la llegada a Venezuela de los exiliados españoles durante o después de la guerra civil.

Señora, señor Rector, señor Presidente del Patrimonio Nacional, autoridades, familiares y amigos. Este es un inmenso honor. Debo decir, una vez más, gracias. Esta palabra es muy importante. Se usa para agradecer, como en este momento, un bien recibido que además viene de la mano de la Reina Sofía y de las autoridades de la más antigua universidad española, por añadidura, en la conmemoración de los ochocientos años de su creación.

Este cumpleaños la destaca entre las demás en edad en el mundo. En otro ámbito, el de la política, permítaseme una referencia diferente al motivo que nos reúne. Hay palabras tan principales como aquélla, por ejemplo, libertad, justicia, democracia, civismo, honestidad; las cuales cuando se ausentan de un país tornan muy difícil para sus ciudadanos el hecho de vivir realmente. Esas palabras, además, deben corresponder a lo que designan, si no habría que recurrir a lo que Confucio llamaba rectificación de los nombres, que se asemeja a nuestra adequat. Es que en Venezuela nos urge instaurar la normalidad, que sólo puede ser democrática. Pero no voy a adentrarme en este punto porque no es la ocasión de hacerlo.

Quisiera sí señalar la importancia del lenguaje en el ejercicio de la política. Tiene la enorme tarea de enfrentarse a la neolengua de todo totalitarismo, un peligro para los seres humanos porque los vuelve absolutamente dependientes del Estado. Ahora, voy a decirles mis vínculos con España. A ella me une profundamente la lengua. Sobre esta relación no es necesario insistir. Menos evidente es la que he tenido con su literatura. Comencé a leerla siendo muy joven, creo que a los catorce años, y me cautivó. El desfile empezó con la Generación del 27. Rafael Alberti, Federico García Lorca y Pedro Salinas fueron los primeros con quienes estuve. Debo mencionar también a Miguel Hernández, cuya poesía se adhiere tanto a la memoria, y a León Felipe, que peregrinó por Hispanoamérica diciendo sus poemas y quien, a su vez, se adelantó en España, como Walt Whitman en Norteamérica, a la ampliación del poema, la cual lo hermana con la prosa. Recordemos que ya Lorca llamaba prosía a los poemas de Salinas. Más tarde, leí a Jorge Guillén y a Luis Cernuda. Luego pasé a los autores del 98. Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Azorín, y a Miguel de Unamuno, nombre inseparable de esta universidad. Este despertador de almas llegó temprano a Venezuela a través de las ediciones argentinas. De ellas tengo casi toda su obra. De Unamuno me interesa, además de su estilo, lo que él llamaba instinto de charla, su liberalismo y la idea de intrahistoria que realza a la gente del común, que no entra en la historia pero sostiene todo. En cuanto a la riña con Ortega y Gasset sobre lo de españolizar a Europa o europeizar a España creo que lo resolvió la creación de la Unión Europea. Como soy un gustador de la prosa, ¿qué amante del idioma no lo es?, disfruté la de todos los mencionados.

A mi regreso de Trinidad, a donde me exilió una de nuestras habituales dictaduras, que fue derrocada por un sector del pueblo y del ejército, la vida me llevó de la mano a estudiar en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Después di clases por más de treinta años, y en esa época una de las principales materias a mi cargo fue la de poesía española. Continúo este recuento. Con mi esposa, y gracias a ella, recorrimos mucho España. Inicialmente por iniciativa propia, después por invitaciones de la Residencia de Estudiantes, lugar sagrado para mí, Casa de América, o festivales como Poemat; a cada paso encontrábamos rasgos de nuestra filiación.

Ahora me referiré a un hecho capital de nuestra historia que a menudo se olvida: la llegada a Venezuela de los exiliados españoles durante o después de la guerra civil. Fueron miles y entre ellos vinieron profesores, científicos, escritores, que contribuyeron decisivamente con nuestra cultura. Como Juan David García Bacca, Pedro Grases, Manuel García Pelayo, Marco Aurelio Vila, Juan Nuño, Federico Riu, Manuel Granel, Guillermo Pérez Enciso, Mateo Alonso, Santiago Mariño y muchos otros. Todos dejaron su impronta perdurable en nosotros. Quisiera nombrar a otros, pero en razón de su cantidad no puedo. En realidad vinieron españoles de todas las profesiones.

Hace años se publicó en Caracas un libro de dos tomos con biografías breves de ellos, aunque no de todos, y en 2015 apareció el libro Humanistas españoles en Venezuela, compilado por el escritor Tulio Hernández, hoy exiliado de Venezuela. Les daré una idea de lo dicho. Yo hice el bachillerato en una ciudad del interior, Barquisimeto, que originariamente se llamó Nueva Segovia de Barquisimeto, y recibí clases de tres profesores españoles. Es decir, no sólo trabajaron en las universidades, sino también en el Instituto Pedagógico, en los liceos de Caracas y de otras ciudades.

Antes de concluir, debo agradecerle a la profesora Carmen Ruiz Barrionuevo lo que a su vez ha hecho aquí por nosotros con el apoyo de la Universidad de Salamanca. Ella fundó hace años la cátedra que lleva el nombre de un gran poeta venezolano, José Antonio Ramos Sucre, a fin de conocer la poesía venezolana. Merece un gran reconocimiento de parte nuestra.

En una entrevista dije que la palabra crisis aplicada a Venezuela es un eufemismo. Nuestra situación es algo que va más allá de la crisis. Es de salida muy difícil. Termino con una observación tal vez oportuna. Creo que los nacionalismos son abominables. Traen odios, conflicto, guerra. Ojalá aprendamos y optemos por la amistad entre las naciones; por eso he evocado la que existe entre Venezuela y España, no sin recordarles a los que atacan este país que lo hacen en español.

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