La familia 1
‘La familia’, en su género, marcará un hito en la cinematografía venezolana.

Especial para Ideas de Babel. Quiero aclarar algo antes de empezar a escribir. No soy crítico de cine. Escribo desde mi experiencia en teatro y como guionista de cine y TV. No creo que la crítica sea un ‘deber ser’. Para criticar, en primer lugar, quien lo haga se debe preguntar qué quiso decir el creador y no que debió hacer. Expresare aquí por tanto mi punto de vista como espectador ante La familia de Gustavo Rondón Cordova, película venezolana que ha recogido tantos premios internacionales.

Fui a verla por dos motivos: saber por qué ha llamado tanto la atención y, lo más importante, para disfrutar una vez más de la solidez interpretativa de uno de los más honestos y talentosos actores venezolanos como es Giovanny García. Ya su presencia da garantía de que algo bueno tenía que pasar.

Inicia el film y, por supuesto, mi primera reacción de molestia con esa fijación del cine venezolano por la miseria del barrio, por esa cara de nuestro país que muchos se empeñan en dar, como si en nuestro país no hubieran otras realidades; como si con Chalbaud y Clemente de la Cerda no hubiera hecho suficiente;  como si el esfuerzo de Araya, Oriana, Jericó, Reverón o Papita, maní… no hubieran abierto otros caminos… Pero respiré hondo y me propuse darle una oportunidad.

Fue allí donde comencé a captar el interesante trabajo sobre varios elementos en este film:

1. El tratamiento del cuerpo. En La familia los cuerpos están expuestos. La piel se golpea, maltrata, expone. Los niños no juegan, se ofrecen a ser marcados por la pelota, por la chapita. No hay otro contacto en una sociedad acostumbrada a la violencia, al no-limite. Los padres por ejemplo, no tocan a los hijos, excepto con el silencio y la torpeza; cuando mucho con el manotón para impedir que éste se desborde hacia la tragedia. El cuerpo en La familia no sabe de amor.

2. El padre. Aunque en mi opinión Giovanny García no está en casting para este personaje, su versatilidad actoral es tan grande que borra cualquier duda que él es el padre. Un hombre preso de la angustia de vivir, que lidia día a día con la tragedia de su existencia, impotente frente a un mundo donde su hijo crece solo y él tiene poco que ofrecer, hasta que las circunstancias lo obligan a ir más a allá de sí, y ejercer con sus pocos recursos afectivos esa función de padre que debería poner límites a su hijo. Una función de padre torpe, desesperado, pleno de amor mudo, que hace con lo que puede con su propia caída. Y de aquí la reflexión, y la semilla de la tragedia, ¿qué sociedad sana puede crearse, allí donde no hay un padre simbólico que ponga los límites? ¿Qué sociedad allí, donde solo existen las reglas de un amo perverso que esgrime como única ley la del Talión? Y en ese contexto, este padre lucha, torpemente, pero lucha por salvar a un hijo que sólo conoce la experiencia viva de la carne expuesta.

3. El color del agua. El hijo se baña en agua limpia. El hijo dice: “Primera vez que me baño en una piscina” El padre responde: “No es una piscina, es un jacuzzi” No es cualquier comentario. El padre introduce un límite y una nueva palabra en su lenguaje. No es el agua marrón del río que tú conoces, hay un universo tecnológico más allá del espacio desolado donde el niño creció. Vuelta a Rómulo Gallegos: Civilización vs barbarie.

4. El color del aire. Del color del agua pasamos a un elemento anterior, el color del aire: del barrio en marrones como el agua donde el niño creció, al blanco desnudo, puro, casi hiriente a los ojos, que sirve de refugio a padre e hijo. Ese espacio crudo donde el padre aísla al hijo de la barbarie e intenta darle… un padre. Intenta torpemente ofrecerle cobijo, protección, contención, enseñanza.

5. Homenaje a Hooper: cual paisaje de desolación de E. Hooper, Rondón llega al clímax de su film en la escena de la madrugada en el restaurante. Todo el peso del silencio en el film llega a su profundidad introspectiva en esta desgarradora escena. No hacen falta palabras. Todo está dicho. Solo se necesita la hora del lobo y dos actores (G. García y R Reyes) realmente compenetrados para decirlo todo a través de la imagen. Es la vergüenza, la caída del semblante, el desfallecimiento de la función paterna, la llave que rompe las barreras para que el hijo huya hacia el infierno.

6. Salida frente a la tragedia. Desde De la Cerda a Rasquín con Hermano, la tragedia es la tragedia y el barrio, el laberinto siniestro sin salida. Aquí Rondón rompe el paradigma ofreciendo el final sorprendente, a pesar de la molestia que a muchos genera. A mi criterio, fue el desenlace perfecto. No adelantaré nada sobre esto para quienes aún no hayan visto La familia. Solo puedo decir que lo agradecí. Pleno de crudeza, abrupto como la vida de sus personajes. La salida está en volver atrás, al origen mismo…

Qué no le perdono a Rondón: tratando de hacer algo diferente pisa la trampa de un socialismo trasnochado, maniqueista. Si bien intenta mostrar el parangón de la miseria en otros estratos sociales, se introduce en el Country Club para ofrecer una imagen de como en la clase alta, la corrupción enseña a robar en la familia. Esto podría pasar si de equivalencias se trata, pero el problema viene cuando esto entra en conjunción con la escena de la arquitecta de la casa donde los personajes se refugian. Aquí la relación entre empleado y empleador pasa al nivel de explotado-explotador, pequeña ilustración de El Capital, innecesaria, panfletaria, como si no hubiese otra forma de relación entre las clases sociales, como si todo lo hasta ahora mostrado no fuera suficiente, como si en Venezuela no hubiera nadie… ¿amable? Señores cineastas, el cine es nuestra ventana al mundo, ¿se dan cuenta de su responsabilidad en estos momentos? Superen los años sesenta, por favor. Menos mal que el encargado de casting logró para esta escena la presencia de Mariu Favaro, quien con su ponderación como actriz logra calar límites precisos en el personaje.

Para finalizar solo una duda: el manejo fotográfico de la película me llevo de entrada a la fuente del fotodocumentalismo social de los maestros Jacob Riis y Lewis Hine. Hasta ese momento admiré el trabajo de Luis Armando Arteaga al frente de La familia, limpio, solido, definido. Sin embargo, hay una escena donde no entendí qué buscó Arteaga: el niño consigue unos cascos de bala, y los coloca frente a si, en línea, sobre un muro. Arteaga entonces difumina dicha fila, dejando como figura la imagen de R. Reyes. A partir de ese momento comienza a hacerse cada vez más evidente sus juegos con el difuminado para destacar la imagen que desea acentuar. De inmediato, recordé el innovador trabajo fotográfico de Mátyás Erdély para El Hijo de Saúl de László Nemes y Clara Royer. Pero el caso no es el mismo. En el citado film húngaro, el difuminado sirve para destacar el protagonismo del sonido. En el film de Rondón, no.  Y este difuminado se me hizo ruido, frente a la necesidad de un realismo limpio que Arteaga muy bien sabe ofrecer.

Para resumir, no dudo que La familia, en su género, marcará un hito en la cinematografía venezolana. Por mi parte, seguiré esperando un cine que de otra cara al mundo y a nosotros mismos de las bondades de nuestro pueblo.

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