ganster-americano-3.jpgReconocido por filmes tan memorables y disí­miles como Blade runner (1982), Telma & Louise (1991) y Gladiador (2000), entre los 22 largometrajes que ha dirigido, Ridley Scott se aventuró³ en Gángster americano a replantear un género tan clásico que solo en las últimas cuatro décadas ha dado piezas maestras como la trilogí de El padrino, de Francis Ford Coppola, Buenos muchachos yCasino, de Martin Scorsese, y Los intocables, de Brian de Palma. Es decir, asumió un riesgo notable. Lo que hace diferente su nueva realización es que desplaza la acción dramá¡tica del campo de los tradicionales mafiosos italianos e irlandeses al espacio del crimen organizado de los afroamericanos que dominaron el tráfico de heroí­na en Nueva York a finales de los sesenta y principios de los setenta del siglo pasado. Pero hay otro aspecto fundamental: tanto el guión de Steven Zaillian como la dirección de Scott se desarrollan a través del laberinto de complicidades que alcanza no solo a la policía, los jueces y los polí­ticos —lo usual— sino que incrimina al mismí­simo Eército de Estados Unidos de América cuando libraba en el sudeste asiático una guerra a nombre de la democracia y la libertad. Y todo esto es cierto, pertenece a la historia, nadie lo puede negar.

En este sentido, hay que precisar que Zaillian —guionista tambié©n de Pandillas de Nueva York, de Scorsese, y La lista de Schindler, de Spielberg, entre otras—se basóen el reportaje que publicó Mark Jacobson en New York Magazine en el año 2000 sobre la figura de Frank Lucas, el muchacho negro que huyó de la pobreza en su natal Carolina del Norte para asentarse en Harlem y convertirse en el chofer y cobrador de Bumpy Johnson, llamado el Padrino Negro y gran rival de la mafia italiana. A la muerte de su jefe y maestro, Lucas asume las riendas del negocio desde una perspectiva ‘creativa’: habí­a que llevar un producto de ‘primera calidad’ —heroína de alta pureza de Bangkok— directamente de los proveedores tailandeses hasta los consumidores de Nueva York, saltándose la cadena de distribución y sus costos. La mejor calidad con los precios más bajos. ¿Cómo lo hizo? Transportando la cocaína en los ataúdes donde regresaban los cadáveres de los muchachos enviados a pelear en Vietnam una guerra que no era suya. Obviamente, con la complicidad de oficiales. A la par que arruinaba a su competencia, Lucas construyó un sólido imperio alejado del estilo patriarcal de los italianos y sustentado en una visión de negocios moderna y productiva. Porque Frank Lucas era eso: un hombre de negocios.

El otro personaje principal de Gángster americano es Richie Roberts, detective de la policía de Nueva Jersey —de inquebrantable honestidad y de entrega obsesiva a su trabajo— decidido a desmontar la letal presencia de Blue Magic, marca de una heroína muy pura que hace estragos en la población. Un investigador muy profesional que lleva una vida personal y familiar desastrosa. Cuando comienza su pesquisa no sospecha de la existencia de un hombre como Lucas, quien se resguarda en su muy bajo perfil, pero ambos se enfrentarán inevitablemente en un duelo de inteligencia y efectividad que depara un final sorprendente e histórico.

Deslumbran la puesta en escena de Scott, las actuaciones descomunales de Denzel Washington y Russell Crowe, el dinámico montaje de Pietro Scalia y otros valores de producción impecables. Pero lo que ata al espectador a su silla durante más de dos horas y media es el dilema ético que la historia coloca sobre la mesa de discusiones. Lucas y Roberts —uno negro y cristiano y otro blanco y judío— son dos hombres que impulsan la iniciativa y la responsabilidad individuales, creen firmemente en su país («this is America» proclaman por separado) y ambos poseen un código de ética muy estricto, pero cada cual se halla ubicado en posiciones extremas. Lucas es un negociante sin educación formal que a sangre, fuego, disciplina e inteligencia edifica su emporio del narcotráfico para obtener no solo dinero sino especialmente poder y respeto, sobre la base de miles de vidas aniquiladas por la droga. Roberts es un policí­a instintivo que acaba de graduarse como abogado y aspira a convertirse en procurador y que el dinero le importa una pamplina frita —devolvió casi un millón de dóares encontrado en la maleta de un auto durante un operativo sin quedarse con un mí­sero billete —lo cual le valió la desconfianza de los otros policías—pero carece de una vida afectiva estable. El gángster y el policí­a representan los dos caras de la misma moneda. Lo único que los diferencia se halla en los valores que llevan adelante.

Pero entre uno y otro lado se encierra el oscuro mundo de la corrupción policial y militar en un paí­s donde la guerra ha cobrado miles de vidas jóvenes —de ambos bandos— pero también ha estimulado la industria armamentista. Muerte y riqueza simultáneamente. Lo paradójico es que cuando Saigón es ocupada y las tropas norteamericanas evacuadas se acaba el negocio de la heroína de alta calidad.

En el transcurso del film Lucas y Roberts proceden por separado. Solo en los últimos minutos ambos se encuentran y se reconocen. Y negocian, en el mejor sentido del término. El resultado es una resolución dramá¡tica bien construida, sin fisuras, que expresa no solo trayectorias, logros y fracaso de uno y otro hombre sino también la naturaleza de la sociedad donde actúan. Gángster americano termina siendo mucho má¡s que una pelí­cula de acción y se sitúa como la expresión de un dilema moral con muchas consecuencias.

GÁNGSTER AMERICANO (American gangster) EEUU, 2007. Dirección: Ridley Scott. Guion: Steven Zaillian. Producción: Brian Grazer y Ridley Scott. Fotografía: Harris Savides. Montaje: Pietro Scalia. Música: Marc Streitenfeld. Elenco: Denzel Washington, Russell Crowe, Chiwetel Ejiofor, Cuba Gooding Jr., Josh Brolin, Carla Gugino, John Hawkes, Ted Levine y Armand Assante, entre otros. Distribución: The Walt Disney Company.

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