Henri Falcón 1
Henri Falcón es un síntoma de una patología nacional, tanto del régimen como de la oposición.

Henri Falcón está ocupando el lugar del candidato de la oposición democrática para derrotar y desalojar a Maduro… sin serlo. Henri Falcón es el candidato de Henri Falcón. No es el resultado de un acuerdo de la oposición, como se eligió en clarísimas primarias a Henrique Capriles. Henri Falcón no es el elegido.

No creo que Falcón sea una ficha cómplice y obediente del régimen, como simplistamente algunos diagnostican. Se ubica como opositor, desde hace tiempo, pero eso no lo certifica para representar y resumir a la oposición. No ha ocurrido ningún acto que avale esa condición.

Henri Falcón es un síntoma de una patología nacional, tanto del régimen como de la oposición. Una patética señal de la crisis extrema que padecemos. Una evidencia de desesperación, de parte y parte.

Por un lado, es la urgencia del régimen de poder sostener su desgastada fachada democrática y desgobierno, para poder concurrir a un evento electoral, sin mayor riesgo. Su pretendida mayoría se derrumbó el 6-D y el descontento se ha profundizado.

De la otra parte, el autoengaño de la oposición de aferrarse al espejismo de una elección para ejercer lo que necesita creer y sostener: el libre ejercicio de la voluntad popular, que las encuestas confirman como radical deseo de cambio.

Henri Falcón sirve para las dos fantasías.

Debemos hacer una pausa y reflexionar que le pasa al país. Pienso que Venezuela está, con sobradas razones, sufriendo un síndrome postraumático. El año 2017 ha sido uno de los más trágicos de nuestra historia, en pérdida de condiciones básicas de vida, perdidas institucionales, daños y pérdida de numerosas vidas humanas.

Carencias de alimentos, medicamentos y servicios, agravados por una inflación creciente y asfixiante. El ataque continuo a la Asamblea Nacional electa. La destrucción del Tribunal Supremo de Justicia. La represión asesina a la gente protestando en las calles, durante cuatro meses, con un saldo atroz de detenidos, heridos y 140 muertos. El total desconocimiento a esa formidable Consulta Popular, hazaña ciudadana el 16-J, con siete millones y medio de voces reclamando democracia. La imposición de una Asamblea Constituyente, en un día de represión y mentiras.

La ciudadanía en general, la oposición democrática, está bajo los graves y comprensibles efectos de la demoledora campaña antidemocrática e inhumana que el régimen desató y sostuvo durante todo el año 2017. No ha sido una victoria política del gobierno, ha sido una derrota militar a la oposición civil y desarmada.

Toca reconocer el dolor, las heridas, el miedo, la dispersión, el retroceso. Debemos mirar la frustración, la desesperanza y la muy humana desmoralización que deja ese sostenido plan de aniquilar a toda oposición que aparezca en el horizonte, con ese guion dictatorial cubano que habita en las entrañas de esta peste. Comprensible debilitamiento y desorganización de equipos y ánimos que debemos encarar.

Antes ha ocurrido… Y la oposición ha logrado sobreponerse. No se ha vendido, ni se ha rendido, ni ha abandonado sus aspiraciones de libertad e institucionalidad.

Henri Falcón se parece a una provocativa oportunidad… para él, no para el país. Es una insólita ingenuidad pensar que ese precario espacio que ha dejado el régimen, va a ser una feliz oportunidad para la oposición. Las verdaderas oportunidades las ha eliminado flagrante y ostensiblemente: los candidatos fuertes, los partidos mayoritarios, la tarjeta de la Unidad, etcétera.

No pueden ser elecciones porque sí, sin reparar en las condiciones de las mismas. Es verdad que hemos ido a elecciones en condiciones adversas (con sus consecuencias). Pero hoy día el resultado está más que cantado. Son elecciones dictatoriales, como las de Pérez Jiménez, como las de Fidel Castro, como las de Sadam Hussein.

La oposición necesita visualizar que, sin renunciar al principio de las elecciones (a eso tenemos que llegar), debe tener la creatividad, la fortaleza, la valentía y la contundencia para ejercer posiciones y actos de confrontación, que no son golpes de Estado, que están en el derecho y el deber de la desobediencia civil. No es fácil para nadie, principalmente para las personas que deben ejercer liderazgo, pero tampoco para los ciudadanos comunes. Es urgente retomar la clave de una honesta y robusta alianza política, como en el año 2015. Es válido temblar por dentro a la hora de decidir: vamos a enfrentarnos otra vez, vamos a protestar, vamos a resistir radicalmente, vamos a la calle. Tenemos el apoyo de una pléyade de países democráticos del mundo. Cuatro millones de compatriotas regados por el mundo nos observan y alientan. Nos toca principalmente a nosotros, los que habitamos y padecemos aquí. A todos nos corresponde ejercer y exigir un plan de lucha. La democracia no es gratis.

Debemos sobreponernos a las heridas, temores y confiar en las razones, organizaciones y acuerdos que nos llevaron al 6-D y al 16-J y a cuatro meses en las calles. Debemos tener presente que todo el país sufre y padece este desastre y quiere un verdadero cambio y no quiere ser cómplice de otra jugarreta de la banda de delincuentes que desangra al país. Tenemos ejemplos referenciales: “Seguid el ejemplo que Caracas dio”, dice el himno y hoy día, la mayoría de las ciudades de nuestro mapa. Las jornadas de enero de 1958, contra una tiranía que parecía inexpugnable.

El problema principal de ir a votar el 2-M no es legitimar o no a Maduro, sino definir si esa es la única y eficaz respuesta al régimen. Concurrir no expresa ni representa lo que siente y desea el país. Falcón salva al gobierno de esa escena de manos vacías con la que quedó, luego de las arduas negociaciones en República Dominicana, donde el gobierno rechazó todas las condiciones básicas que exigía la sociedad civil.

La oposición tiene talla, razones y condiciones para concurrir a este crítico momento, protagonizando algo más digno y contundente que el mínimo y estrecho guión que trata de imponer el régimen. ¡Seguimos!

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