Margot Benacerraf 1
Margot Benacerraf jamás olvida la alegría de vivir.

Hace algunos años, en la hermosa Cartagena de Indias, mi esposa Xiomara y yo escuchamos una confesión íntima de Margot Benacerraf: «estoy segura que la reencarnación existe».

Nos contó que cuando ella llegó a Francia, a finales de los años cuarenta, descubrió que ya antes había estado allí. En otra vida. Al mes no solo hablaba fluidamente como una francesa sino que, definitivamente, pensaba en francés. No traducía sus frases, simplemente las pensaba y las decía. «En París reencarné». Allí estudió en el prestigioso Institut des Hautes Études Cinématographiques (Idhec) y comenzó su gran aventura fílmica. Nacía el germen de Reverón. Lo demás es historia.

Estábamos en esa ocasión en el renovado Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (Ficci). Habíamos hablado con Abbas Kiarostami, después de la conferencia que dio el cineasta iraní, sobre las posibilidades infinitas del cine para comprender y expresar las realidades. Un mes antes, en Caracas, ella me había llamado para que fuéramos a La Heroica «para ver por última vez la ciudad amurallada». La ciudad de su amigo Gabo, a quien no volvió a ver. No quería ir sola. Insistió y al final accedimos. Allí, en esas calles empedradas, en sus restaurantes deliciosos, en las reuniones con los amigos, evocó para nosotros sus años en aquel París de la posguerra, su amistad con Pablo Picasso y Luis Buñuel, los españoles que habían hecho de Francia su nueva patria. Desde entonces existe un vínculo inquebrantable entre esa nación donde «reencarnó» y Venezuela, su país de origen y permanencia.

Un vínculo no solo emocional sino muy operativo. Después de haber filmado Reverón (1952) y Araya (1959) —galardonada con el Premio de la Crítica en el Festival de Cannes, compartido con la célebre Hiroshima, mon amour, de Alain Resnais—, regresa a Caracas y funda la Cinemateca Nacional en 1966. ¿Cómo lo hizo? Con la cooperación del legendario Henri Langlois, a la sazón director de la Cinematheque Française, el museo fílmico más famoso del mundo, quien prestó su colección de cine fantástico para la inauguración de la cinemateca venezolana. Nada más y nada menos.

Por eso no puede extrañar que la Embajada de Francia ofrezca un homenaje a Margot Benacerraf, en ocasión del 32° Festival de Cine Francés que comienza el próximo 4 de mayo. Ella ha sido un vínculo fundamental entre la cultura gala y la venezolana, como lo han sido también creadores como Carlos Cruz-Diez, Jesús Soto o Juvenal Ravelo.

Una expresión palpable de ese vínculo se halla en el documental Madame Cinéma de Jonathan Reverón, que se estrena en este marco. Pude ver un primer corte hace unos años y percibí la importancia que el cineasta venezolano otorga a la presencia francesa en el alma de Margot. Recorrió con ella las calles de París, frecuentaron los mismos cafés de décadas atrás, evocaron aquellos años que forjaron el espíritu creador de una mujer excepcional. Esa es la Francia que vive en ella.

Vaya a mi querida Margot Benacerraf todo mi afecto y mi admiración. Está en mi corazón.

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