Nos llaman guerreras
Un logro notable del film es que se abstiene de hacer calzar a sus personajes en una concepción estereotipada de lo femenino.

Algo irritante de Nos llaman guerreras, película sobre la selección femenina Sub 17 de fútbol de Venezuela, bicampeona suramericana y cuarta en dos mundiales, es la combinación de los aspectos progresistas de su mirada a las adolescentes con su incapacidad de profundizar en los personajes.

Lo segundo puede deberse a su origen televisivo: fue transmitido en cuatro capítulos por Directv Sports. Su principal debilidad son las entrevistas periodísticas, que no son reveladoras y están dirigidas a interlocutores desconocidos fuera de campo, lo cual es remarcado por el encuadre. No se trata del tipo de encuentro que caracteriza al buen documentalismo desde los tiempos del cinéma verité, y no lo excusan las restricciones legales para el acercamiento a las menores de edad.

Pero un logro notable del film es que se abstiene de hacer calzar a sus personajes en una concepción estereotipada de lo femenino. No hay preguntas acerca de los “sentimientos” que desde un punto de vista sexista se supondría que deberían tener un peso especial en ellas, como chicas adolescentes que son. No se inquiere acerca de si tienen novio o novia, como si estuviesen destinadas a hacer de la pareja el centro de su vida. La película rompe con esa mentalidad retrógrada, y presenta a las estrellas juveniles de la Vinotinto como personas que tienen como trasfondo más importante el medio social del que vienen, venciendo dificultades en algunos casos, lo cual incluye los prejuicios que todavía existen contra las deportistas. Todas ellas son jóvenes mujeres que persiguen, con gozoso esfuerzo, un futuro de éxito profesional y de celebridad.

También se combaten en la película los prejuicios que todavía existen acerca de muchachas como Sandra Luzardo. Su físico, su forma de ser, y de peinarse y pintarse el pelo son básicamente los de una niña grande y de carácter fuerte. Las sospechas acerca de su orientación sexual no persiguen a los personajes del film. Hay incluso un contundente desmentido de la creencia en que el deporte produce músculos “masculinos”: las bellas piernas que exhibe en shorts la capitana, Deyna Castellanos, han sido formadas por la práctica del fútbol.

Sobresalen, además, las escenas en las que se ve a las deportistas cubiertas del sudor causado por el ejercicio, o agotadas o lastimadas en los entrenamientos o en el juego, así como las que transmiten el espíritu de la selección cuando se prepara para entrar en acción en la cancha. Son ventanas que se abren a un microcosmos exigentemente deportivo y exclusivamente femenino a la vez.

Nos llaman guerreras es, en síntesis, una película que lleva un mensaje de particular importancia a un país donde el Presidente de la República ofrece un bono a las jóvenes que quedan embarazadas. Por eso la escena más importante es quizás la más cotidiana: Castellanos, tercer lugar del Premio The Best FIFA 2017, le echa detergente a la lavadora y espera sentada junto a ella en la universidad donde jugaba y aún estudia, en Estados Unidos. Muestra a las chicas la normalidad de la vida independiente de una triunfadora en plena juventud. Lástima que no se haya profundizado lo suficiente en los personajes porque, con todo y la corta edad, podrían resultar todavía más interesantes.

NOS LLAMAN GUERRERAS, Venezuela, 2018. Dirección: Jennifer Socorro, David Alonso, Edwin Corona. Producción: Jennifer Socorro, Priscilla Torres. Fotografía: David Alonso. Montaje: Enrique Aranguren, Keyla Bernal. Sonido: Marco Salaverría. Música: Carlos Poletto.     

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