Teatro símboloEl régimen que nos agobia, cuartelario de la peor especie, está coronando su atentado contra nuestros valores espirituales y culturales, al agredir al teatro nacional. No deberíamos asombrarnos, porque diez años de agresiones a los más elementales valores democráticos son pruebas de que el proyecto es destruir cualquier valor arraigado en los venezolanos, para a partir de la nada edificar el totalitarismo del siglo veinte. ¿Por qué tal agresión al teatro? Admitamos que el teatro es un arte mal hablado, desde Aristófanes, pasando por Shakespeare, hasta algunos ilustres autores nacionales como Román Chalbaud y Rodolfo Santana, insignias del régimen. Una mentalidad cuartelaria que en privado se regodea en cualquier sodomía, se caracteriza por su doble moral cuando en público muestra su tartufismo moral. Por eso dice preocuparse por la salud mental colectiva. En el fondo, es cobardía y una absoluta carencia de talento lo que ha guiado a los siervos del ministerio de cultura y cría a agredir al teatro nacional.

Insisto en lo de cuartelario, porque es bueno recordar que en la dictadura de los coroneles griegos, hace unos cuarenta años y algo, Esquilo estuvo prohibido. Y tuvieron razón aquellos coroneles, porque Esquilo inventó el teatro occidental denunciando las arbitrariedades del poder injusto. Los mancos se juntan para rascarse. A tanto no llegan nuestros teatristas actuales, preocupados por sobrevivir y mantener a flote un arte, el teatral, en medio de terribles adversidades.

De denunciar al poder se encargaron Chalbaud y Santana, entre otros. Pero ahora el poder es santo, con uniforme verde oliva e insultos a granel contra la salud psíquica colectiva.

Gilberto Pinto, monumento vivo de nuestro teatro, hombre de izquierda marxista sin fisura, en medio del estupor por la ofensa de que fue víctima su grupo El Duende, de cuyos montajes muchos aprendimos desde hace más de medio siglo, increpa al poder. Es una voz moral incuestionable. Lo ideal sería una solidaridad total de todos aquellos que dicen ser profesionales del teatro. Pero, sabemos, esa solidaridad pasa por asumir el riesgo de perder el subsidio cultural que preocupaba a Cosme Paraima en Acto cultural. Quisiéramos asombrarnos con la plena solidaridad del «sector teatro» con quienes han sido agredidos al quitarles el subsidio con el que a duras penas sobrevivían. Quisiéramos que nuestro teatro arriesgara para ver si el poder reacciona algo, por pudor. Me temo que no ocurrirá. Debemos reconocer, con vergüenza, que no sería la primera vez que no se hace presente la solidaridad, porque siempre hay un intelectual cómplice. Lo mismo ocurrió en los años del macartismo. Sin lugar a dudas, el fascismo tiene muchas maneras de disfrazarse.

About The Author

Deja una respuesta