Golda Meier
Hija de un carpintero, Golda Meyerson nació en Kiev, Rusia, en 1898 y desde temprana edad conoció el miedo a los pogroms, al ver a sus padres montar una barricada en la puerta de la casa para bloquear el acceso de saqueadores y asesinos.

Especial para Ideas de Babel. Hace exactamente setenta años, el 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó con 58% de los países integrantes y 23% en contra, varios se abstuvieron, las recomendaciones de la UNSCOP, una comisión que viajó a Palestina buscando una solución permanente a los violentos conflictos políticos que ocurrían. El Plan de las Naciones Unidas llamaba a la creación de dos Estados, uno judío y otro árabe-palestino, en los territorios del entonces Mandato Británico, colonizados después de la I Guerra Mundial al ser derrotado el Imperio Otomano. Los ingleses se fueron el 15 de mayo de 1948, tal como se había acordado. Un día antes David Ben-Gurion declaró la Independencia del Estado de Israel en un Teatro de Tel Aviv; ya Azza Pachá, Secretario General de la Liga Árabe, había advertido en un periódico egipcio que la creación de un Estado judío en Palestina se convertiría en “una guerra de exterminio y de terrible matanza, comparable a los estragos de los mongoles y a las Cruzadas.” Venezuela votó, como también lo hicieron la Unión Soviética y los Estados Unidos, a favor de la creación del Estado de Israel y fuimos uno de los primeros países en reconocerlo, un recuerdo grato de nuestra conducta gentilicia.

Parecía haber llegado a su fin un largo periplo iniciado con la destrucción del segundo Templo de Jerusalén a manos de los romanos en el año 70 de nuestra era, bajo las armas del futuro Emperador Tito. Un famoso arco en la Via Sacra, al sur del Foro romano, recuerda la terrible hazaña y el saqueo de los objetos de culto de la Sinagoga. Para nosotros está más cerca el año 1492, cuando la Inquisición expulsó a los judíos de España, bajo pena de muerte, a escasos días de haber derrotado a los musulmanes después de largos siglos de resistencia cultural. Pero la intolerancia naciente fue brutal, propia de excesos militares y dogmatismo religioso. Fuimos expulsados después de casi mil años de coexistencia pacífica en Iberia. La Diáspora tenía siglos tratando de convivir con los gentiles, pero el antisemitismo moderno, tanto en Europa Oriental y en Rusia, así como en países supuestamente más civilizados, Francia por ejemplo, terminaron por convencer a los dirigentes de la comunidad de la necesidad de contar con un Estado propio. Hace setenta años se hizo justicia y a partir de entonces los judíos tienen un país propio. No así los palestinos, que andan en su propia lucha por tener su propio Estado y que algún día tendrán, al lado de Israel.

Acabo de terminar de leer un libro apasionante, bien escrito y documentado, de casi 900 páginas: Lioness: Golda Meir and the Nation of Israel de la investigadora norteamericana Francine Klagsbrun, que narra la historia de ese país, vista desde el eje de la vida de la famosa dirigente. Ninguna lectura más apropiada para recordar este 27 de noviembre, una fecha bien importante en la historia del pueblo hebreo. Hija de un carpintero, Golda Meyerson nació en Kiev, Rusia, en 1898 y desde temprana edad conoció el miedo a los pogroms, al ver a sus padres montar una barricada en la puerta de la casa para bloquear el acceso de saqueadores y asesinos. El más grande escritor hebreo de su tiempo, Chaim Bialik, escribió un poema terrible —En la ciudad de la matanza— que deberíamos leer para disipar las nubes del antisemitismo que todavía corren entre nosotros. Al menos 690 pogroms se cuentan en esa época, muchos de ellos promovidos por el propio Zar, convencido de la oposición de los judíos a su gobierno, responsabilizándolos de las acciones políticas revolucionarias, como lo hizo también Stalin más tarde.

La familia no tuvo más remedio que emigrar: se fueron a los Estados Unidos, pero en vez de llegar al Lower East Side de Manhattan, el lugar preferido de la Diáspora americana, terminaron en Milwaukee, donde su padre comenzó a militar en los sindicatos y poco después ella en organizaciones sionistas femeninas. Se casó a temprana edad y en vez de refugiarse en la comunidad norteamericana, que garantizaba bienestar económico y seguridad política, optaron por irse a Palestina. Hablaba inglés y Yiddish y fue en este segundo idioma donde empezó a formarse intelectualmente, leyendo los libros de Ben-Gurion, Ben-Zvi. No era un intelectual, tampoco le esperaba una tierra de leche y miel como prometieron en el Antiguo Testamento. Viajaron en la primavera de 1921, pocos años antes de los primeros enfrentamientos serios que marcaron el verdadero inicio del conflicto político-militar entre entre árabes-palestinos y judíos y que ha sido estudiado de manera dramática y precisa por el historiador Hillel Cohen en su libro Year Zero of the Arab-Israeli Conflict: 1929.

Poco después de llegar ocurrieron violentos episodios que causaron la muerte de más de cien personas y muchos heridos, pero nada que ver con lo que vendría después. Cinco años más tarde, sus padres vendieron sus propiedades en Estados Unidos y emigraron también a Palestina. Eran socialistas y su preferencia, como la de su hija, fue trabajar en la agricultura, en un kibbutz. Faltaba todavía para el año 1929, que sería el más traumático en los anales del Yishuv, pero ya se avecinaban nubes oscuras con presagios de violencia y persecución. Un punto decisivo en su vida, cuenta en sus Memorias, fue la Conferencia de Évian, realizada en Francia en 1938 para discutir el problema de los refugiados judíos en Alemania, a la cual asistió como delegada de la Agencia Judía. Se dio cuenta entonces que los judíos no contarían con el apoyo de nadie. Un grupo de observadores escuchaba atentamente las sesiones, al terminar regresaron a Berlín e informaron. Haga lo que quiera con los judíos, le dijeron a Hitler, nadie lo detendrá.

Ricardo Bello

www.ricardobello.com

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