Chang Kai-Shek y Mao Tse-Tung
Los nacionalistas de Chang Kai-shek y los comunistas de Mao Tse-tung reanudaron las hostilidades en una nueva cruel guerra civil, que se extendería hasta 1949.

La República de China fue el régimen político que sucedió a la última dinastía imperial, la Qing en 1912. El periodo republicano fue una etapa de grandes convulsiones políticas y sociales bajo el control de los llamados ‘señores de la guerra’. Según Gómez Serrano, el crítico y escritor mexicano, la mejor comparación de la China de 1912 es la de un enorme edificio que se va agrietando por todas partes. Acertada comparación ya que la China multidinástica, cuando amanecía el siglo XX, era un país corroído —con sus lógicos altibajos— por el óxido del despotismo y la corrupción acumulada durante milenios. El país estaba parcialmente ocupado por extranjeros, víctima de los tratados de paz desiguales en varias guerras que les obligaba a permitir en exclusiva comerciar con el opio que importaban los británicos y norteamericanos.

China estuvo gobernada por emperadores títeres o por la intrigante y extravagante emperatriz consorte Ci Xi, incapaces de frenar a los extranjeros y de cuidar a sus súbditos. Debido a la debilidad del gobierno central, cada gobernador de provincia era un virrey local que no servían al emperador, buscando la manera de vivir en una grosera opulencia improductiva, extrayendo más y más dinero al pueblo que vivía en la miseria, y que producía cada vez más malestar en la gente llana.

La situación no tenía contento a nadie, el debilitamiento del régimen Qing incrementó los problemas internos, lo que permitió que se produjeran múltiples levantamientos contra el gobierno central. Todos fueron sofocados hasta que al final uno de los levantamientos tuvo éxito. Fue cuando, tras la revolución de Xinhai, el último emperador, Puyi, abdicó definitivamente y cayó para siempre la última dinastía imperial, la Qing, proclamándose la República de China. Era el 12 de febrero de 1912.

Sun Yat Sen (1866-1925) el fundador de la República China, y el más eminente representante del nacionalismo en su país, fue el primer presidente provisional. En 1912 Sun Yat Sen había fundado en la provincia de Cantón el Partido Nacionalista Chino o Kuomintang (KMT), partido basado en los principios del nacionalismo, la democracia y el bienestar social, que ganó por mayoría ese mismo mes las elecciones parlamentarias.

Sin fuerza real que le apoyara, cedió la presidencia a un antiguo ministro imperial, Yuan Shikai que una vez en el poder —traicionando a la república— quiso, aunque en vano, coronarse rey y acosó a Sun Yat Sen y sus seguidores destituyéndolos de los puestos de mayor responsabilidad; Sun en 1913 debió huir refugiándose en Japón, desde donde intentó retomar las riendas de su movimiento reunificador de las dispersas provincias chinas.

Al morir Sun en 1925, Chang Kai-shek (1887-1975) asumió el mando del Kuomintang y lanzó la llamada ‘revolución nacional’ en unión con los comunistas: desde sus bases en el sur de China fueron derrotando a los jefes militares semi-independientes que dominaban el centro y norte, hasta lograr la práctica unificación del país en 1927-28. Entonces rompió con los comunistas, a cuyos simpatizantes persiguió de forma sangrienta y formó un gobierno monocolor nacionalista con capital en Nankín.

Prácticamente ejerció una dictadura personal de ideología conservadora, pues intentaba recuperar la armonía social tradicional que predicaba Confucio; el poder fue repartido entre cuatro grandes familias, todas ellas ligadas al dictador: los Chang, los Sung, los Kung y los Chen. Apenas logró la devolución de algunas concesiones coloniales. En cambio, abandonó objetivos sociales como la reforma agraria, que había defendido durante el periodo de alianza con los comunistas.

El consiguiente descontento campesino fue la base sobre la que se apoyó la revolución comunista liderada por Mao Tse-tung o Mao Zedong, que a partir de 1930 sumió a China en una guerra civil. Chang Kai-shek venció al Ejército Rojo de los comunistas después de combatir con ellos en cinco campañas y los obligó a retirarse hacia el interior: la ‘larga marcha’ de 1934-36. Pero ello no afianzó el triunfo de Chang Kai-shek, ya que Mao consiguió refugiarse en la provincia de Yenan, donde fundó una República comunista independiente.

Por otro lado, Japón dirigió hacia China sus ambiciones de expansión territorial, ocupando sucesivamente Manchuria (1932), Jehol (1933) y la costa norte de China, incluyendo Pekín y Nankín, hasta Shanghái (1937) y Taiwan. La parte más densamente poblada del país quedaba así en manos extranjeras. Chang hubo de aliarse de nuevo con Mao Tse-tung para encarar una resistencia más eficaz a los invasores; a cambio los comunistas le cedieron el mando supremo de las operaciones militares. La Guerra Chino-Japonesa de 1937-1945 fue un capítulo más de la Segunda Guerra Mundial y un paréntesis en la guerra civil china.

Tan pronto como la contraofensiva de los aliados —británicos y norteamericanos— derrotó al Japón en 1945, los nacionalistas de Chang Kai-shek y los comunistas de Mao Tse-tung reanudaron las hostilidades en una nueva cruel guerra civil, que se extendería hasta 1949. El Kuomintang consiguió controlar las grandes ciudades pero los comunistas, apoyados en la miseria del campesinado, fueron avanzando posiciones. En 1947 las fuerzas comunistas protagonizaron una gran ofensiva que culminó con la reconquista de Manchuria y la conquista de las ciudades más importantes. Sumido en el desorden y la corrupción, el ejército nacionalista cesó la lucha y los dirigentes del Kuomintang abandonaron el continente y se refugiaron con sus partidarios —unos dos millones de personas— en la isla de Formosa (Taiwan) devuelta por los japoneses en 1945, ayudados por la Séptima Flota de EEUU. Debido al manifiesto anticomunismo de Chiang Kai-shek y en el contexto de la Guerra Fría, Washington apoyó sin restricciones, y hasta el día de hoy, a la Administración de la República de China nacionalista.

Mientras tanto, el Ejército Popular de Liberación de Mao ocupó todo el territorio continental implantando la República Popular China (1949), que con pocas excepciones solo fue reconocida por los países comunistas. El resto del mundo occidental y la ONU —recién fundada— no quisieron reconocer al nuevo Estado, sosteniendo que el único depositario de la legitimidad china era el gobierno de la República China nacionalista de Chiang Kai-shek.

La gran paradoja es que apenas unos pocos millones de chinos guarecidos en una isla tenían la representación de la totalidad de China en las Naciones Unidas, con más de 600 millones desde el correspondiente sillón de Miembro Permanente del Consejo de Seguridad, junto a la URRS, Francia, Reino Unido y EEUU, como vencedores de la II Guerra, mientras que la China de Mao, excluida de la ONU, era sometida a un bloqueo económico.

Sin embargo, la realidad se impuso y el 25 de octubre de 1971 la Asamblea General de Naciones Unidas —a solicitud de Albania— la República Popular China fue aceptada como miembro de pleno derecho de la ONU por mayoría de votos de dos tercios; 76 a favor (entre ellos la URRS), 35 en contra (entre ellos EEUU y Venezuela), 17 abstenciones y 3 ausencias, ocupando así el lugar de la República China de Taiwan, y expulsando a los representantes de Chiang Kai-shek del puesto que ocuparon desde la fundación de las Naciones Unidas.

Esta medida puso fin a la permanencia de la Republica de China en la ONU y sigue siendo un punto álgido de discusión sobre su situación política. Sin embargo, desde 1991 los nacionalistas han vuelto a solicitar su incorporación a la ONU para representar al pueblo de Taiwán y sus islas periféricas bajo nombres como República de China en Taiwán o Taiwan, a secas, asunto aún pendiente.

A pesar de todo, todavía subsisten dos Chinas enfrentadas, que aunque llevan décadas en que de forma tácita cesaron las hostilidades, pero no las amenazas, a diferencia con Corea o Vietnam, no existe entre ellos ningún tratado de paz, ni siquiera un armisticio firmado, por lo que técnicamente los nacionalistas y comunistas chinos aún están en guerra.

Sin óbice ni cortapisa

Por cierto, en el actual Consejo de Seguridad de la ONU, los cinco miembros permanentes —Rusia, China Popular, Francia, Reino Unido y EEUU— siguen teniendo derecho a veto. Si uno solo de estos países veta una propuesta, esta queda automáticamente rechazada y sin efecto, aunque todos los demás miembros hayan votado a favor. Cabe preguntarse: ¿Quién vetará en caso de las propuestas contra el gobierno venezolano?

Publicado originalmente en www.talcualdigital.com.

 

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