Wu Zetian
Los quince años que gobernó fueron tranquilos, caracterizado por la lucha contra la corrupción del Estado chino, al menos hasta fines de su mandato.

En mis años de estudiante, no recuerdo si en casa de unos familiares o de unos amigos, fue donde conocí por primera vez a un matrimonio chino, de Taiwan. Al ser presentado el señor, que hablaba español, preguntó mi nombre, en que curso estaba y al fin me preguntó cuántos años tenía. «Dieciséis y medio” recuerdo haberle contestado, pero me replicó, no, que cuántos años tienes; le respondí lo mismo extrañado, sin embargo con un gesto amable me dijo: “tranquilo, nadie puede saber cuántos años tiene, dieciséis y medio son los que no tienes”.

Probablemente me encogí de hombros sin dar importancia a la cosa. Pero años después, recordando aquello, entendí perfectamente el sentido que aquella sentencia. Me sirvió también para aprender que los chinos a pesar de lo raros que resultaban para alguien tan occidental como yo, pensaban muy bien; tanto que históricamente los principios de Confucio han ejercido gran influencia sobre, Corea, Vietnam y Japón y fue la religión oficial China hasta el siglo VII d.C.

Su pensamiento fue traído a Europa por el sacerdote jesuita Matteo Ricci (1552-1610), quien fue la primera persona en latinizar el nombre como Confucio. El confucionismo fue adoptado por sabios occidentales, libres de prejuicios hacia los prácticos pensamientos provenientes de la filosofía oriental, insertándolos sin problemas dentro de la corriente renacentista.

China, a lo largo de milenios, ha producido de todo lo que uno pueda imaginar en cualquier materia sin dejar de sorprendernos. Inventaron de todo, hasta la pólvora, construyeron murallas mil kilométricas sin que se sepa aún muy bien para defender qué, erigieron fastuosos palacios y templos gloriosos en los sitios más bellos e insospechados, fundaron innumerables dinastías que construyeron tumbas imperiales que ni los faraones pudieron soñar, y así han transcurrido milenios y milenios sin cesar de aportar maravillas al resto de la humanidad.

Por obtener su seda y sus aromas se crearon peligrosas rutas a través de estepas y montañas por continentes con imperios hostiles. Marineros portugueses y castellanos cruzaron océanos para rodear la tierra en busca de lo mismo, descubriendo de paso nuevos continentes razas y civilizaciones. Y todo por ir a buscar lo que los chinos solían usar a diario. Sus religiones eran mucho más humanistas que las nuestras y sus dioses y diosas, aparte de su llamativo y exótico aspecto, eran al parecer bastante tranquilos comparados con los de por aquí.

La primera dinastía imperial en la era antigua fue la Xia, en el siglo XXI a.C. hasta la última, el año 1644 de nuestra era, en que la dinastía Qing, procedente de Manchuria, conquistó Pekín. Se sucedieron más de una docena de linajes dinásticos, a lo largo nada menos de 3.700 años. Sin duda entre tantos imperios, emperadores, cortes y cortesanos debió pasar de todo, aunque se tomaron su tiempo, por lo que no debe ponerse en duda la proverbial paciencia china.

Mi curiosidad me ha llevado a fijar la atención sobre una dinastía muy particular, la Tang, en cuyo primer periodo una mujer saltándose a la torera un cúmulo de reglas seculares, creando otras y usando su enorme talento político, además de su innegable belleza, logró metas absolutamente vedadas para cualquier mujer china, pues llegó a ser la primera y única mujer que haya gobernado China a lo largo de su vasta su historia. Me estoy refiriendo a Wu Zetian.

A la edad de trece años, debido probablemente a su sorprendente belleza, ingresó en el harén del supremo emperador Tang, Taizong, en el quinto nivel de concubinas. Al parecer el primogénito y heredero imperial Gaozong disfrutó también de los encantos de la joven concubina paterna. Tras la muerte de Taizong, la tradición dictaba que tras la muerte del emperador las concubinas debían ingresar en un monasterio; más adelante, el nuevo emperador, si estaba prendado de alguna podría incorporarla a su harén Wu sin embargo permaneció en el palacio donde ocupó el puesto de concubina de segundo rango de Gaozong. El mero hecho de que la joven Wu hubiera sido concubina de un padre y un hijo simultáneamente era motivo de gran escándalo para los moralistas confucianos de la época, pero Wu al saltarse la regla conventual acrecentó la irritación de los cortesanos.

Sin embargo, su presencia en el harén era vista con buenos ojos por la Emperatriz Wang, consorte oficial de Gaozong, que veía a Wu como freno de otra concubina, Xiao Shúfei, con la que estaba enfrentada. Sin embargo la ambición de Wu y la habilidad en el manejo político, la llevarían a alcanzar la posición más alta en el imperio.

En el año 654 una hija recién nacida de Wu fue asesinada, y esta acusó a la concubina Xiao y a la Emperatriz Wang del crimen, por lo que fueron juzgadas y  ejecutadas y Wu Zetian consiguió ser nombrada emperatriz consorte de Gaozong. Algunos historiadores chinos han sostenido que el asesinato de la niña habría sido obra de Wu para inculpar a sus rivales, pero al parecer este infundio habría sido divulgado por sus enemigos. A mediados del año 660, Gaozong enfermó gravemente y la emperatriz Wu comenzó a gobernar en la sombra, aunque el emperador tenía la última palabra Wu controlaba el discurso, así que ordenó la ejecución de algunos ministros y nobles que habían cuestionado su autoridad, fortaleciéndola. Poco después falleció el emperador Gaozong al que sucedió su tercer hijo, Zhongzong, que pronto fue destituido por Wu, y decidió que ella misma ocuparía el trono imperial.

En octubre del 690, la emperatriz acabó de un plumazo con la dinastía Tang, proclamando la suya propia, que llamó dinastía Zhou. Por si fuera poco, se auto adjudicó el título de Huangdi (Emperador*), lo que desató, aún más si cabe, las iras de los confucianos más conservadores. Tras su ascenso a Emperatriz una nueva circunstancia ayudó a consolidar aún más su posición como Emperadora. Le llegó de la mano de Huayi, un monje budista de su entorno privado.

Buda y la religión budista eran una importación de origen indú, que había llegado por la Ruta de la Seda. Buda ofrecía consuelo en el sufrimiento y la esperanza de una vida mejor en el más allá. Usando el argumento de que los eruditos de la obra de Confucio habían interpretado erróneamente las antiguas leyendas donde las mujeres habían sido iguales que los hombres y, por tanto, no subordinadas a éste, Wu Zetian, ni corta ni perezosa en 691 saltó la talanquera religiosa y decretó que el budismo fuera la nueva religión oficial del Imperio. En su anhelo ególatra modificó decenas de caracteres del alfabeto, en los que la palabra “nación” contenía su propio nombre Wu Zetian. Ha pasado a la historia por las purgas acaecidas sobre sus enemigos y por sus extrañas tendencias sexuales, fama que le adjudicaron sus adversarios.

Pero la realidad histórica indica que como Emperadora, Wu emprendió reformas que la enaltecían: repartió tierras favoreciendo el desarrollo de la agricultura. Bajo su mandato elevó la posición social de las mujeres, China expandió su territorio hasta Mongolia, y la defendió de los ataques exteriores, experimentando unos años de gran estabilidad económica. La emperadora también se ocupó de incrementar el rico patrimonio artístico e histórico chino: la Gruta mayor de Longmen, y la de Fengxian, fueron construidas por ella entre otras admirables obras; redujo los impuestos en agricultura y seda, repartió entre los granjeros las tierras colindantes a las murallas de las ciudades, expandiéndolas; desmovilizó muchos cuerpos de los ejércitos Tang con una resolución pacífica de conflictos, restringió las obras públicas suprimiendo las que no eran imprescindibles aliviando la economía, alentó a los ciudadanos a que se comunicaran con el soberano y sus gobernantes… entre otras medidas.

Con Wu Zetian comenzó y finalizó su propia dinastía, la Zhou. Los quince años que gobernó fueron tranquilos, caracterizado por la lucha contra la corrupción del Estado chino, al menos hasta fines de su mandato. Fue amada por el pueblo llano, pero odiada por los que veían en ella a una usurpadora y violadora de las leyes de sumisión de la mujer como defendía Confucio. En el 705, con 80 años (los que no tenía) Wu abdicó tras un golpe de estado protagonizado por sus detractores y el hijo destituido, Zhongzong, que terminaron con la dinastía Zhou restaurando la dinastía Tang.

Wu se retiró al Palacio del Alba, en Luoyang occidental, hasta sus últimos días.

*Emperador. m. Título de mayor dignidad dado a ciertos soberanos. Antiguamente se otorgaban a los que tenían por vasallos a otros reyes o grandes príncipes. DRAE.

(Aunque emperadora es sinónimo de emperatriz, este último está más vinculado a la consorte del Emperador, que no gobierna).

 ©Carlos M. Montenegro               carlosmmontenegro22@gmail.com

Publicado originalmente en talcualdigital.com.

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