Marisa Román en Legado Proyecto
En ‘Gas’ la actriz Marisa Román explica brevemente el origen, composición y efectos de estas armas químicas.

Legado Proyecto es la más reciente serie de videos, difundidos a través de Youtube, sobre la rebelión popular contra la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela, como la llama la ONG de derechos humanos Provea. Es una lucha que había costado 121 muertos y 1.958 heridos desde que comenzó, el 1° de abril, hasta el 31 de julio. Son cifras de la Fiscalía General de la República.

Los realizadores –venezolanos radicados en Buenos Aires, que grabaron en un sótano de esa ciudad– han expresado, modestamente, que son “ejercicios para preservar la memoria”. Pero se trazaron otro objetivo en el texto que acompaña al segundo video: “Vamos a desnaturalizar todo aquello que nos violenta”. Lo sugiere también el título, al invertir el orden habitual: “proyecto legado”.

En todos los casos la ambientación son paredes cubiertas de periódicos. La escenografía hace recordar la manera se trata de evitar la identificación de los lugares donde tienen a alguien secuestrado. Pero por eso mismo ahí no hay mucho para ver en comparación, por ejemplo, con el corto documental de Carlos Caridad Montero Marcha de los abuelos, o el de Aldrina Valenzuela sobre los violentos allanamientos ilegales de la Guardia Nacional en el conjunto residencial Los Verdes. En Legado Proyecto se deja de lado la razón de ser aparentemente obvia del documentalismo en tiempos de crisis, para concentrarse en la reflexión. En eso podría consistir la desnaturalización.

Si a la ambientación se añade la ausencia de créditos, los videos parecieran ser como el registro de acciones clandestinas de una guerrilla justiciera de ficción. El banco que ilustra el canal de Youtube hace pensar en un juicio popular a un secuestrado. Allí han de sucederse los personajes para testimoniar contra el régimen de Nicolás Maduro –que es el legado del título: el del difunto presidente Hugo Chávez–. Pero no se trata solamente de procesar a la dictadura.

La mirada del documentalismo también podría comparecer aquí, como imputada de actitudes culposas. Cuando se deja fascinar por los hechos, lo que se propone denunciar es capaz de seducirla, y hacerla cautiva de su poder de mostrarse real y espectacular. Puede ocurrir algo parecido en caso contrario, cuando se intenta impresionar causando horror. “Primero cerrarán los ojos ante las imágenes, luego ante la memoria, luego ante los hechos y luego ante todo el contexto”, advierte Harun Farocki en Fuego inextinguible (1969). Y no son los únicos problemas que afronta el documental comprometido con el presente.

El primero de los cortos, ‘Patria’, una violinista toca Patria querida –canción impuesta como himno extraoficial por el chavismo– mientras sus ropas se van ensangrentando. La alegoría hace alusión a los músicos que han sido víctimas de la represión, en lugar de mostrar imágenes de las situaciones reales en las que se vieron envueltos. El problema es que está basada en lugares comunes. Es obvio que hay que ir más allá de lo que se muestra para considerar lo que las imágenes significan, pero entenderlo es una operación automática, que no exige la tarea de juzgar. La reflexión es prisionera de lo demasiado trillado en este cortometraje.

Es un poco mejor la cosa en ‘Gas’. En este video se omiten las imágenes que representan los ataques con lacrimógenas como una represión que se ha vuelto espectáculo, y hay en cambio una exposición que puede llevar a considerar el asunto desde un ángulo diferente. La actriz Marisa Román explica brevemente el origen, composición y efectos de estas armas químicas. Sin embargo, lo planteado no se halla suficientemente desarrollado, sobre todo la idea principal: que en Venezuela las bombas de este tipo han sido usadas también para matar.

Estos dos videos son lo menos logrado de la serie, y se los califica de introductorios en la descripción que los acompaña. El corto interesante es ‘Armando’, una dramatización del testimonio de Mónica Carrillo D’Lacoste, madre de Armando Cañizales, asesinado de un disparo en el cuello cuando participaba en una protesta. Está basado en el texto publicado por Roberto Mata en Prodavinci. Román también interpreta el monólogo de este personaje.

La manera como se usa el testimonio, con una actuación que incluye repeticiones y miradas a la cámara –apelaciones directas al espectador–, junto con una cadencia compungida y un llanto contenido para que lo dramático sea más eficaz, problematizan la retórica que el documental disimula cuando se presenta como registro transparente de lo real. Hay que ir más allá de lo que obviamente es una interpretación para considerar la verdad que pudiera haber en las palabras. El dolor de una madre ante la cámara puede ser también una trampa, y no solo para distraer a la mente de la reflexión con el espectáculo del sufrimiento sino para inclinarla en una dirección por el chantaje emocional. Hay que tener eso en cuenta cuando se trata de asumir una actitud de juez.

Legado Proyecto se asoma en ‘Armando’ a cuestiones que no consideran trabajos similares, en los que los cineastas no se han mostrado dispuestos a reflexionar sobre la representación. Sin embargo, Labarca ha incurrido, hasta ahora, en una omisión común a las otras series que vienen haciéndose sobre lo que pasa en el país. A pesar del ojo crítico para la problemática del documentalismo, el punto de partida son las protestas, lo mismo que han hecho visible de la crisis los medios de oposición, alternativos y extranjeros. Falta indagar aquí en la causa de la rebelión popular: el deterioro brutal de las condiciones de vida por la imposición de un sistema socialista fracasado.

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