Salvador Pániker 1
Pániker es un absoluto contemporáneo que reconoce, explica y juzga los nuevos signos de los tiempos del siglo XXI.

En cuanto a mí, el monotema sigue siendo la salud (…) “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”, enseña el budismo.

La verdad es que ya me lo temía: una vejez tremendamente miserable. Una vejez de la cual me defiendo como mejor sé.

Me despierto cada mañana pensando en la muerte, quiero decir, en mi desaparición previsible. Lo mismo me ocurre al levantarme de la siesta. No es un pensamiento que me genere angustia, pero está ahí, muy insistente, muy persistente, bastante incómodo.

Salvador Pániker

Desafortunadamente mi amigo secreto Salvador Pániker —a quien nunca conocí personalmente, aunque teníamos una estupenda complicidad telefónica y electrónica— no llegó a ver, editado en físico, su más reciente dietario, el quinto de la saga, Adiós a casi todo, Literatura Random House, Barcelona, 2017. El 1o de marzo, en ocasión de sus noventa años, hablamos por teléfono y me comunicó su contento por la pronta edición del libro para los primeros días de abril; además —generoso como siempre ha sido conmigo— ofreció enviarme un ejemplar firmado a mi actual residencia en Salamanca, como hizo con otros dietarios enviados a Caracas. Desafortunadamente, el 1º de abril falleció sin poder ver ni enviar el esperado libro.

Tal como le había ofrecido, paso a comentar este nuevo dietario tan igual y tan distinto, tan parecido y diferente a los anteriores, a pesar de que Pániker insiste en sí mismo y reitera los temas fundamentales de su pensamiento. En esta ocasión, sus reflexiones adquieren otra coloratura, otra tesitura, un empaque por la reflexión de complejos y disimiles temas científicos: el azar, el tiempo, las matemáticas y las ecuaciones, la geometría no euclidiana, entre tantos que siempre formaron parte de su inmensa curiosidad intelectual de ingeniero y filósofo. El propio Salvador así lo reconoce y comunica: “No es la primera vez que en mis dietarios se mencionan estos complicados asuntos. Y conste que si lo hago no es por exhibicionismo intelectual sino porque los considero necesarios para la paideia de nuestro tiempo. El famoso tema de las ‘dos culturas’ está cada día más vigente. Sucede, además, que la no especialización tiene alguna ventaja: uno es menos prisionero de su saber. Según JPH, cuando doy a la imprenta fragmentos de esta índole pierdo miles de lectores. Qué le vamos a hacer. Este es el diario de un discreto filósofo que no intenta vender nada”.

Salvador Pániker en este dietario —cargado de sinceridades y desprejuiciado como es su usanza—, contentivo de un innegable tono de despedida, de un hasta luego, dice efectivamente adiós a casi todo aquello que no considera relevante ni pertinente en su ya más que madura existencia. En una reflexión muy personal e íntima “bajo el murmullo de las cigarras”, en su masía de Pals, el escritor se dice a sí mismo: “Año y medio que no pisaba este lugar. Un lugar que no me prueba. Un lugar en que he sido razonablemente feliz en otras épocas, con diferentes compañías. En mi estudio un poderoso cuadro de Erwin Bechtold, Ibiza 1968, conspira con mis recuerdos. Mi vida desparramada en distintas mansiones y en diversas empatías. A JX le da aprensión que yo pase unos días completamente solo en esta casa.  Pero yo no me siento solo ni inseguro. En la soledad te planteas, sin concesiones, que es lo que de verdad crees y sientes. La visión del pueblo de Pals desde mi estudio es canónicamente hermosa, pero ¿me relaja? Pues no especialmente —nada me relaja especialmente. Pero al menos me permite respirar, disponer de una amplia perspectiva y recordemos que no soy claustrofóbico. Y cada día se contenta uno con menos”.

Salvador —entre dolido y afligido— confirma la naturaleza catártica, de aliviadero, de torrente emotivo, de regato espiritual, que tienen sus dietarios, en especial cuando atravesó por duros y dificultosos momentos vitales que no quisiera repetir. Sin tapujos ni melindres expresa: “En todos los momentos críticos de mi vida —breakdown del 62, ruptura con Nuria, muerte de Mónica, crisis económica, etcétera— he dispuesto de un aliviadero fundamental: el dietario, la glosa intelectual de lo que me ocurría, y a veces, más que glosa, indignación. Si no consigo escribir es que el deterioro es realmente importante. En estos días pasados no he afrontado intelectualmente mi miserable situación. Carecía de fuerzas. No sabía qué decir. Sólo “esperaba”. Esperaba a encontrarme mejor. Hoy me siento ligeramente más animado, pero todavía con escasísimos recursos”.

En este adiós a casi todo, el escritor indio-catalán, empero, no le dice adiós a todo ni a todos. El repertorio de su vieja y renovada temática —personal e intelectiva— es, una vez más, protagonista de sus alegrías y tristezas, de sus angustias y esperanzas. Repasémosla detenidamente con Salvador:

  • Enfermedades y medicamentos: El cuaderno ya no tan amarillo —más bien amarillento— de Salvador es un prolijo diccionario médico de patologías clínicas, así como un actualizado vademécum farmacéutico. Registra —día a día, semana tras semana— las dolencias, enfermedades y afecciones que lo aquejan y mortifican:  disnea, carraspera, tos, flemas, alergia, artrosis, vértigos, cólicos, virus, gripes y resfriados, estornudos, fibrilación auricular, fallos en la voz, faringitis y laringitis, dificultades visuales, fatiga difusa. A pesar de comprensibles miedos y temores, Pániker sabe que a grandes males… grandes soluciones, y —poco sumiso ni muy regocijado— circula por consultorios médicos, hospitales, laboratorios y quirófanos, a fin de que le operen la cadera, la vesícula biliar, le eliminen las cataratas de ambos ojos, y le practiquen necesarias colonoscopias y ecocardiografías. Especialmente dolido, Pániker, el paciente, registra el fallecimiento de su ya decrépito médico de cabecera de toda la vida y se lamenta, se conduele: “Y Pedro Nogués también ha muerto. Nada menos que Pedro Nogués. Me acaba de llamar una de sus hijas. Dice que su padre ha fallecido con paz y tranquilidad, en pocos días, de pura vejez, convenientemente sedado y rodeado de su familia. Yo digo que mucho lo siento, y que su padre era un gran hombre y un gran médico. Y realmente su muerte, aunque esperada, me afecta mucho (…) En fin, ha muerto mi médico, mi amigo de toda la vida. ¿Por quién doblan las campanas?”.
  • La vejez: El irreverente y erudito Pániker, plantea que cada quien —como mejor pueda y mejor sepa— asuma a conciencia y con estilo su propia e irreversible vejez. Para ilustrar y confirmar esta apreciación, el escritor elabora un prolijo, detallado y enciclopédico estudio sobre el tema visto desde el ángulo de artistas e intelectuales. Esta larga cita nos permitirá disfrutar —y sufrir— de un periplo a través de las agudas y originales percepciones que sobre la vejez realizaron connotados y admirados pensadores, y que ya Salvador había recogido en un anterior dietario Variaciones 95. Leamos: “Dicen que a Karl Popper le preguntaron una vez: usted que tiene tantos años, ¿qué piensa de la vejez?. Y que Popper contestó: ¿La vejez? ya ni me acuerdo. (…) Al final de su vida Ludwig Boltzmann perdió casi la vista y sufría agudísimos dolores de cabeza; cuando se convenció de que no podía rendir más en su trabajo, se suicidó. Al final de su vida Víctor Hugo, medio sordo y silencioso, no hacía absolutamente nada. Al final de su vida Miguel Ángel Buonarroti esculpió su más misteriosa Pietá. Al final de su vida Juan Sebastián Bach, ya ciego, le dictaba a su hijo las últimas notas de El arte de la fuga. Al final de su vida, Ralph Waldo Emerson tenía graves problemas de memoria, olvidaba su propio nombre, y cuando alguien le preguntaba cómo se sentía, respondía “perdí mis facultades mentales, pero ahora estoy perfecto”. Al final de su vida —para ser más precisos la última noche de su vida— el jovencísimo Évariste Galois, sabiendo que al día siguiente moriría en un duelo, redactó su testamento matemático. Al final de su vida Dostoievski lee el Evangelio de San Mateo y da consejos cristianos. Al final de su vida Marcel Proust, asmático, siente como aumenta la conciencia de su mortalidad y corrige los manuscritos hasta la extenuación. Al final su vida Sigmund Freud escribe a Stefan Zweig que no consigue acostumbrarse (sic) en el ‘paso a la nada’. Al final de su vida Henri Matisse, que no puede levantarse de la cama, pinta el techo de su alcoba con una caña de pescar. Al final de su vida Albert Einstein le escribe a la hermana de su amigo Michele Besso, recién fallecido: ‘Michele se me ha adelantado en dejar este extraño mundo, es algo sin importancia para nosotros físicos convencidos, la distinción entre pasado, presente y futuro es sólo una ilusión, por persistente que ésta sea’. Al final de su vida, recluido en un asilo, Samuel Beckett relee a Dante en italiano. Al final de su vida el famoso matemático contemporáneo G. H. Hardy intenta suicidarse y al no conseguirlo, decide seguir charlando de cricket con su amigo C. P. Snow. Al final de su vida Edmund Husserl exclama:’no sabía que morir fuera tan duro’. André Gide, justo un momento antes de expirar: Está bien. Goethe: luz, más luz. Paul Claudel: Doctor, ¿habrá sido culpa del salchichón”.
  • Su muerte: Sobre el tema de su propia muerte que progresivamente, en la medida en que va envejeciendo, adquiere especial y previsible relevancia en la existencia de este ser humano que mucho ha vivido y tiene, además, plena consciencia de que no es inmortal, Pániker comunica: “Los de la revista El Ciervo me piden un comentario sobre el tema de mi propia muerte. Les digo lo que repetidamente tengo escrito, que yo pienso poco en la muerte; que pensar en la muerte tiene pocas ventajas evolutivas; que ya decía La Rochefoucauld que ‘el sol y la muerte no se pueden mirar fijamente’, y que Spinoza proclamaba que en nada ha de pensar menos el hombre libre que en la muerte. Les digo que la muerte tiene dos componentes, una biológica y otra espiritual; que biológicamente la muerte es la cosa más natural del mundo, que espiritualmente la muerte es un contrasentido, porque el espíritu, por definición es inmortal (…) asumir la muerte —sin necesidad de pensar en ella— es liberarse del ego y de la angustia”. Y además manifiesta explícitamente su voluntad para cuando ocurra lo inevitable: “…sin átomo de fanfarria, sin apenas comentarios, limpiamente, casi sin despedidas. Como Borges. Que anhelaba morir eternamente y ser olvidado”.
  • Sus muertos… los muertos: Rememora, se lamenta y llora en silencio. Pániker revive a sus muertos, los muy suyos: Bulita, la abuela, el padre, y en especial, a la madre, a su hermano José María, a Mónica la muy querida hija, al otro hermano a veces más rival que fratello: Raimundo, su Rai: “La muerte de Raimundo, la humillación total de Raimundo, esto ya ha tenido lugar”. Y, más recientemente —meses antes de la suya—, muere la chica de los ojos verdes, Nuria, la madre de sus hijos y su solidaria compañera. Hay igualmente más muertos que —sin ser de la familia— también son suyos: “obituarios, demasiados obituarios”, e inscribe, registra, asienta, una muy personal y afectiva despedida para sus amigos, colegas y allegados: “Adiós amigos, todos, tantos, los que van desfilando hacia ninguna parte”.
  • Las mujeres… sus mujeres: Salvador fue un permanente seductor, a quien además le encantaba ser inteligentemente seducido. Sus dietarios son copiosísimos en referencias a encuentros, ligues, noviazgos pasajeros, pasiones de lecho y amores de sofá: iniciales y más iniciales dan buena cuenta del cosmopolita catálogo de las mujeres del escritor, Sin embargo, sólo dos de las muchas féminas del escritor, se embutieron tanto en el cuerpo como en el alma de Salvador: Nuria, la chica de los ojos verdes, que le apasionó en su juventud y a la que —entusiasta e ilusionado— matrimonió para luego decirse un abrupto hasta luego: «Nuria y yo llevamos treinta años de separados, pero nunca he dejado de quererla”; y JX, quien arribó súbita —como canaria tempestadV para empapar de afecto y pasión a un maduro, escéptico y curtido Pániker. Me permito una digresión: en 2002 residía en Madrid, una mañana, muy temprano, recibí una excitada llamada de Salvador, quien me sugería que comprará prontamente El País y le diera un vistazo a una foto de Juana Teresa… y me dices qué te parece. A raíz de ese adolecente embeleso del ya no tan joven Pániker, escribí este poema dedicado a la novia por antonomasia de SP —como ella lo llamaba— y que —para sorpresa de muchos— leí en un festival de poesía de amor organizado por la Asociación Prometeo en Madrid:

 

ERES

                                                      a J.X.

                      con el permiso de Salvador

        Eres mi jamoncito de pollo

             chupito de pacharán

             aceituna rellena

             chato de tinto

                  chacolí

             caldo de cocido

             tapa de tortilla

             pierna de jabugo

             lucero de la mañana

                  oliva de Jaén

             chuletita de lechal

             dientecito de ajo

             almendra garrapiñada

                   rocío del sol

             Reina de un país

                 en desuso

            en el Rastro

            te compré

         Todo eso y más

                 mi Majestad

         …  eres

Por supuesto que la música que desde muy joven lo acompañó en las canciones interpretadas al piano por su madre, lo sigue escoltando en las buenas y en las malas, en los momentos de alegría y felicidad, así como en los episodios de muerte y dolor.

En este nuevo dietario, en su adiós a casi todo, Pániker insiste en sí mismo, reitera los temas que ha promovido, sustentado y defendido a lo largo de su fructuosa vida intelectual. En efecto, otra vez se hacen presentes los leiv motif de su paideia:  su Dios personal, a la medida, que no premia ni castiga; la retoprogresión; la eutanasia; el hibridismo, el agnosticismo místico, y la necesidad de promover un nuevo humanismo y citando a C. P, Snow explica: “un nuevo humanismo no ha de ser tanto un humanismo clásico cuanto una nueva hibridación entre ciencias y letras. Un nuevo humanismo ha de recoger también los hallazgos de la genuina tradición mística, asumir que, en su último nivel no existe distinción entre lo material y lo mental”.

Pániker es un absoluto contemporáneo que reconoce, explica y juzga los nuevos signos de los tiempos del siglo XXI. En anteriores ocasiones ya se había referido al racismo, a la globalización, a los fanatismos religiosos, a la complejidad, a la prédica de una falsa caridad en lugar de una genuina empatía, y se declaraba un firme defensor de la democracia. En esta ocasión, vamos a enfatizar tres temas de innegable actualidad que concitaron su reflexión:

  • La inmigración: Pániker se pregunta y se responde: “¿Por qué sigue siendo extranjera una parte de esa población que a menudo lleva a menudo más de una generación viviendo en suelo francés?”. Y refiriéndose a la tensa situación con los musulmanes radicados en Francia, anota: “Se trata a la vez de un problema a la vez cultural, económico e institucional. Falla la inserción ideológica y el mercado de trabajo. De entrada, hay fracaso escolar, Ciertamente, el problema no es francés. Se trata de brotes de un fenómeno que se avecina en todo el mundo: la nueva realidad multiétnica y multiconfesional de una población humana mal entremezclada (…) Pero el camino va a ser largo y habrá que tener en cuenta las reacciones xenófobas”.
  • El Poder Gris: En vista de la doble realidad europea —muy peligrosa— de progresivo envejecimiento de la población y de un bajo crecimiento demográfico, el escritor predice: “Hay quien piensa que el poder gris (gris por las canas) tendrá como resultado sociedades más conservadoras, asustadizas y temerosas del cambio; sociedades que combatirán antes la inflación que el paro”.
  • Los efectos de la crisis económica: En relación con el efecto devastador que tuvo la crisis de 2008, producto de la llamada burbuja inmobiliaria, Pániker certeramente afirma: “Cuando hay una crisis económica profunda entran también en crisis instituciones no económicas. Entran en crisis los gobiernos, los partidos, la educación, la concepción del mundo. Lo más peligroso hoy es la destrucción de la clase media que puede producir los monstruos del populismo”.

Seguro de sí mismo, de lo hecho y alcanzado a lo largo de una fructífera —y no exenta de dificultades—  vida personal, familiar, empresarial e intelectual, ante una pregunta que le formula la revista El Ciervo —¿Quién le hubiese gustado ser?— Salvador Pániker responde:

“Lamento no poder entrar en este juego, pues me resulta estrictamente imposible desear haber sido alguien distinto de yo mismo. Es una contradicción casi ontológica pretender que, desde la propia identidad, uno quiera convertirse en otro distinto del que ya es. En mi caso, a lo sumo diría que me hubiese gustado ser Salvador Pániker, pero con más salud. Y aun con eso tengo reservas, pues supongo que de haber tenido más salud hubiese sido más insoportable y frívolo. Salvado lo cual puedo añadir que admiro a personajes como Allan Watts, Aristóteles, Yehudi Menuhin, John Kennedy, Leibniz, Arthur Koestler, Bach; pero que no me cambiaría por ninguno de ellos”.   

 

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