Teresa Carreño
En la década de 1880, dio una media de 150 recitales por año. Recorrió Europa, América y Asia.

A Andrea Rondón y todas las demás venezolanas luchando por la libertad desde las barricadas

En medio de la turbulencia política actual que atraviesa Venezuela, es preciso encontrar asideros, referencias de personajes que han construido, en circunstancias no menos difíciles, la venezolanidad perdurable. Esa condición venezolana tiene que ver con la sensibilidad, la perseverancia, la apertura al mundo y el amor por la libertad.

Todos estos rasgos de carácter, que forman parte de la esencia temperamental venezolana que llevó la libertad a un continente, están reflejados en Teresa Carreño, pianista de renombre universal nacida en Caracas el 22 de diciembre de 1853 y fallecida hace exactamente un siglo, el 12 de junio de 1917. En su biografía también están algunas de las sombras que han entorpecido la vida venezolana: paternidad irresponsable, inestabilidad familiar y exposición a los vaivenes políticos, cuya volatilidad parece una constante en la patria de Bolívar.

El padre de Teresa Carreño fue Manuel Antonio Carreño (1812-1874), escritor del célebre Manual de Urbanidad y Buenas Maneras que todavía sigue engalanando hogares venezolanos, colombianos y de otras latitudes de Hispanoamérica. El nombre completo de la artista fue María Teresa de Gertrudis de Jesús. Su abuelo paterno, Cayetano Carreño, fue un notable organista y compositor venezolano. Si se quieren buscar raíces hereditarias para el talento musical y esta perspectiva llega a tener alguna validez, habría que apuntar hacia ese ancestro, hijo de músico, sobre quien comenta Felipe Sangiorgi (1):

“Cayetano Carreño fue una de las figuras más relevantes de la larga estirpe musical de los Carreño, que se extendió desde las primeras décadas del siglo XVIII hasta principios del Siglo XX. Nació en 1774, ingresando como teniente de organista de la catedral en 1789, cuando su padre fue nombrado maestro de capilla. En 1792 ganó la plaza de maestro de la cátedra de canto llano de la Universidad de Caracas. En 1796, a los 22 años, fue nombrado maestro de capilla de la catedral, cargo que ocupó hasta su muerte, ocurrida en 1836. Además de su actividad en torno a la música religiosa, Cayetano Carreño también se destacó como profesor de piano, ejecutante y director de diversas orquestas, así como compositor de un gran número de obras de diversos géneros.”

La composición La Oración en el Huerto (In Monte Oliveti) de Cayetano Carreño es probablemente la segunda más popular en el repertorio sacro venezolano, por detrás del Popule Meus de José Ángel Lamas (1775-1814). Otro dato curioso sobre este ancestro musical de la maestra Teresa Carreño es que su hermano, conocido por la historia con otro apellido, fue Simón Rodríguez, el mentor del Libertador Simón Bolívar.

Esta dinastía de músicos, donde se puede rastrear antecedentes artísticos desde el bisabuelo, tuvo que vivir el convulsionado siglo XIX venezolano. El padre de Teresa Carreño nace el mismo año del peor terremoto que ha conocido Caracas. Su abuelo Cayetano atravesó la transición entre la Colonia y la República independiente. Y lamentablemente Venezuela siguió en guerras civiles tras liberarse de la monarquía española. El padre de Teresa Carreño tuvo que salir del país hacia Nueva York, en 1862, tras una accidentada carrera de servidor público y llevándose consigo a toda su familia.

Para trazar el perfil biográfico de Teresa Carreño, la referencia que se emplea en este artículo es el notable trabajo de Violeta Rojo (2)– a excepción de las referencias discográficas al final, que son mi propio aporte.

Desde la infancia, Teresa Carreño dio evidencias de talento musical. Su padre fue el primero en detectar esto e instruirla en la técnica del piano, además de transmitirle la pasión humanística. La propia Teresa Carreño declararía: “Yo recomiendo siempre a mis discípulos, aspirantes a la música, el leer mucha poesía.” (3) Su gusto por la literatura se evidencia también en esta otra frase suya: “Me place también comparar grandes maestros de la literatura con grandes maestros de la música. A Shakespeare lo comparo con Brahms; Goethe con Bach y Beethoven; Heine y Musset con Chopin y Liszt.” (4)

Adicionalmente, la sabiduría pedagógica de su padre queda plasmada en esta reflexión de la propia artista: “No se debe forzar a todos los niños a estudiar música (…) Un instinto musical no puede forzarse, se puede ayudar, guiar, pero no imponerlo por la voluntad de alguien (…) Si un niño no responde a la influencia de la música, hay que dejarlo tranquilo.” (4)

Lamentablemente, desde su infancia tuvo Teresa Carreño que rentabilizar este talento musical y convertirlo en el sostén de su familia. Su padre no logró generar ingresos suficientes para la familia en el exilio y fue su hija, con sus precoces dotes musicales, la que consiguió sustento para el hogar. El 25 de noviembre de 1862, un mes antes de su décimo cumpleaños, ya se estaba  presentando públicamente Teresa Carreño en el Irving Hall de Nueva York. A  los diez años también ya tenía publicada una primera composición, en homenaje a su maestro Louis Moreau Gottschalk: el Gottschalk Waltz. Este trabajo, con el cual inició su producción la maestra Carreño como compositora, fue grabado por primera vez en 2013, por Alexandra Oehler, en un disco que se incluye en la sección Discografía Recomendada, que cierra este artículo. Es una pieza que dura casi ocho minutos en el registro y exige gran virtuosismo, con abundancia de arpegios y cuya arquitectura musical se fundamenta en el ritmo, incorporando breves frases melódicas que seguramente citan el estilo o alguna idea de su dedicatario. Es una fantasía que para nada suena infantil y puede considerarse enmarcada dentro del Romanticismo. Carreño será exponente de esta corriente musical y no parece haber explorado la atonalidad y otras innovaciones del naciente siglo XX. Su estilo es más bien pos romántico y está más cercana, temperalmente, a Rachmaninov en su  fraseo e ideas musicales, colocando acento en el elemento expresivo y prolongando el lenguaje de Chopin y Liszt en el siglo XX, con  el añadido del virtuosismo y pirotecnia que exige este ideario musical (por cierto, no tengo evidencias de que haya interpretado piezas de compositores rusos pos románticos, con quienes le veo tanta afinidad estética).

La propia compositora afirmaría: “Sin un sentido del ritmo es imposible lograr un gran artista, ya que es necesario ser un gran músico para ser un gran pianista.”  (5)

A los trece años, Teresa Carreño partió a Europa, a iniciar sus giras musicales en el continente. Su padre consideraba que allí podría realizarse más plenamente como intérprete y compositora. Allí pudo conocer en persona a grandes compositores que reconocieron el talento de la niña prodigio, la Wunderkind suramericana. Entre ellos destacaron Rossini, Berlioz, Gounod y Liszt. Este último parece haberse ofrecido para ser su instructor en Roma y la oferta fue descartada –quizás por motivos económicos o vaya uno a saber si por la fama de mujeriego del genial compositor e intérprete. Con Charles Gounod (1818-1893), Teresa Carreño mantendría amistad incluso en su vida adulta y sobre él dio una de las mejores opiniones que pueden darse sobre un artista: “Él no es solamente un grande hombre, sino un buen grande hombre.” (6)

En 1866 falleció la madre de Teresa Carreño, Clorinda García de Sena y Toro, de quien habría que investigar más profundamente su influencia en la carrera y genética de su hija, ya que la ilustre estirpe del padre nos desvía de esta necesaria exploración. Este fue un golpe doloroso en el inicio de la gira europea y, para su madre difunta, compuso Teresa Carreño su Obra número 11, una marcha fúnebre que también grabó por primera vez, en 2013, Alexandra Oehler.

En 1873 Teresa Carreño cometió el primero de cuatro infortunados matrimonios. La inestabilidad familiar fue un contratiempo en su carrera, especialmente porque ella hubo de hacerse cargo de sostener el hogar, al tener por parejas a vagos o bebedores que vivieron de su talento. El 23 de marzo de 1874 tuvo su primera hija, Emilita, a quien hubo de dar en adopción en 1877, justamente tras perder su segundo embarazo y ser abandonada por el marido. Volverá a saber de esta hija cuando ya sea adulta y la chica buscará con ello ayuda económica, movida más por esta necesidad que las afectivas.

Sobre la accidentada vida sentimental, hay un gran paralelismo con la otra gran pianista sudamericana de todos los tiempos: Martha Argerich. El documental Bloody Daughter, dirigido en 2012 por la propia hija de la intérprete argentina, muestra coincidencias asombrosas con la vida de la maestra Carreño, siendo una de ellas que también Argerich cedió a su primera hija en adopción y recuperó contacto con ella en la vida adulta. Tanto a Argerich como a Carreño les tocó partir al exilio tempranamente e intentar conciliar la celebridad con los cuidados del hogar, sin encontrar una pareja donde poder equilibrar las dos esferas. Al menos Argerich fue más afortunada en la escogencia de maridos cercanos a su altura musical: Charles Dutoit y Stephen Kovacevich. Carreño estuvo al lado de hombres esencialmente mediocres, que le sacaron dinero y no se ocuparon materialmente de los hijos que le engendraron. Entre las curiosidades de esta azarosa vida amorosa, el último marido de Carreño fue precisamente el  hermano de su segundo esposo, su cuñado en pocas palabras, Arturo Tagliapietra, quien la acompañó desde 1902 y hasta su muerte, y con quien ya no podía tener descendencia.

Una mala decisión de Carreño fue volver a Venezuela. Regresaba en 1885, con 32 años, al país que había abandonado con ocho años, en julio de 1862. Posiblemente la movió el tema económico, más que la nostalgia. Duró en Venezuela un par de años, que pasaron de la celebridad a la bancarrota. Con apoyo del Gobierno, presidido por el autócrata Antonio Guzmán Blanco, la intérprete buscó promover la vida cultural en Caracas. La vinculación política con Guzmán —quien pagó las deudas de la pianista y la ayudó materialmente en varias oportunidades— ya despertaba animadversión en algunos y a esto se sumó la desordenada vida del segundo marido de la pianista en Venezuela, quien frecuentaba asiduamente los bares. Casi le embargaron el piano a Teresa Carreño y padeció humillaciones del público durante sus presentaciones. El 18 de agosto de 1887 la pianista abandonó el país, para radicarse definitivamente en Nueva York y no regresar más, en vida, a su patria natal. Su caso anticipa el de tantos artistas venezolanos célebres mundialmente y que en su tierra han sido maltratados por intereses partidistas o de la prensa amarillista. Gustavo Dudamel, es el más reciente ejemplo. La propia Carreño expresó: “No hay otra tierra para mí como los Estados Unidos ni gente como los americanos. ¡Qué Dios los bendiga!” (8)  Otro doloroso caso de la fuga de cerebros venezolana y cuya diáspora actual ya alcanza dos millones de almas.

Carreño recorrió el mundo en extenuantes giras. En la década de 1880, dio una media de 150 recitales por año (9). Recorrió Europa, América y Asia. Tuvo patrocinio de los fabricantes Steinway & Sons, que siguen siendo la marca más célebre de pianos acústicos. Edvard Grieg (1843-1907) dirigió la orquesta que la acompañó en 1902, mientras ella interpretaba en Varsovia el  concierto para piano escrito por el propio compositor noruego quien, desde el podio, escuchó con algún desagrado que la pianista daba una lectura muy personal de la obra. Carreño abordaba la partitura desde la óptica de compositora, con una amplitud de conocimientos musicales que no la limitaba a ser sólo una ‘lectora de pentagramas’. Esta aproximación personal y su estilo pos romántico, en medio de las nacientes atonalidades y aproximaciones intelectuales a la música en el Siglo XX, causaban críticas negativas entre algunos escuchas. Otro ingrediente propio de una gran personalidad musical: la polémica, los extremos entre veneración y odio.  Debe recordarse también su condición femenina y procedencia sudamericana, lo cual atraía la atención tanto como la música. Entre quienes se deleitaron escuchándola estuvo otro titán sudamericano del piano, el chileno Claudio Arrau (1903-1991), quien la escuchó de niño en Alemania, en 1916, mientras estuvo allí becado para cursar estudios y mantuvo el recuerdo de ella vivo, intensamente, durante toda su vida. Añadiendo a Daniel Barenboim, probablemente hemos mencionado en este artículo a los más célebres pianistas universales que ha dado Sudamérica y que tienen como antecedente a la maestra Carreño.

La Valkiria del piano —como la llamaron en Alemania por su intensidad expresiva y vehemencia en la interpretación— falleció en Nueva York hace un siglo exacto y sus restos fueron traídos a Venezuela en 1938. Desde 1977, descansan en el Panteón Nacional, siendo de las pocas damas que han coronado el templo de los próceres venezolanos.

Discografía Recomendada

Otro paralelo con Argerich, es que Teresa Carreño no tenía afinidad con el estudio de grabación. Desde luego, cuando la pianista venezolana grabó música estaba apenas iniciando la industria fonográfica, con discos de 78 revoluciones que exigían varias tomas y con mucha exposición a rudimentos mecánicos que hacían el estudio incómodo a alguien muy sensible. Afortunadamente, tenemos aún disponibles estas pocas grabaciones hechas por Teresa Carreño el 19 de enero y el 10 de abril de 1905. La Sociedad Pieran Recording ha editado en 2004 un disco que contiene estas grabaciones, dentro de su Colección Caswell —la cual incluye grabaciones originales de Debussy, Ravel, Scriabin y Granados. El volumen 6 está dedicado exclusivamente a la maestra venezolana e incluye su grabación de la célebre sonata número 21 de Beethoven, Waldstein, íntegra. Le acompañan piezas de Schubert, Smetana, Chopin y Liszt.  También está un valse compuesto por la propia Carreño: Little Waltz. El sonido remasterizado es notable y el trabajo de restauración digital hace sonar el disco bastante nítido y sin ruidos (el productor es Karl F. Miller). Quizás no hayan sido las interpretaciones más cómodas de Teresa Carreño, si bien se puede apreciar su técnica, el exquisito fraseo y el virtuosismo, imbuidos de musicalidad. (Pierian 0022). El folleto que acompaña el disco incorpora un ensayo con material fotográfico de la pianista, evocador y completo, escrito por Richard J. Howe.

Alexandra Oehler, en 2013, grabó diez composiciones de Teresa Carreño, de las cuales nueve eran inéditas en el gramófono. El disco Teresa Carreño. Rêverie – Selected Music for Piano tiene un valor musicológico notable y nos aproxima a Carreño como constructora de ideas musicales propias. Se han mencionado ya dos piezas del disco. La grabación es de un excelente sonido y la intérprete captura la esencia de Carreño: virtuosismo romántico, expresión y la alquimia entre solemnidad del sonido (propio de la formación académica) y temperamento latino en la base rítmica. Es importante comentar que Carreño, incluso en piezas tan personales como el Nocturno Souvenirs de mon pays, no evoca elementos folclóricos venezolanos ni citas de su tierra. Ella apenas tuvo vivencia en su patria y lo venezolano le llegó a ella más por genética, improntas de la infancia y crianza. El disco fue publicado por el sello Grand Piano (HNH International Ltd.) y tiene una duración de 66 minutos.

La venezolana Clara Rodríguez también ha grabado un elocuente y bello disco (sello Nimbus Alliance, catálogo NI 6103). Incluye quince composiciones de Teresa Carreño, con la fortuna de que no se solapan con las del disco de Oehler. Estas grabaciones preceden cronológicamente a Oehler en cuatro años, y si lo menciono al final es porque el principal mérito es incorporar piezas de madurez de Carreño, como el célebre vals Mi Teresita (Kleiner Waltzer) que dedicó a una de sus hijas y el Vals Gayo compuesto durante la gira australiana de 1910. Clara Rodríguez logra el equilibrio entre expresión y técnica de las piezas, acentuando el componente rítmico en los trabajos. Es un disco fresco, que provoca bailarlo en varios pasajes. Muestra a Carreño en su plenitud pos romántica y captura esa esencia de modo brillante. Oehler apunta a piezas más solemnes y elegíacas. Clara Rodríguez, sin perder de vista alguno de estos trabajos (como una de las Elegías por la muerte de la madre de la compositora), apunta más bien al lado luminoso de Teresa Carreño, a sus piezas hechas en momentos felices y alegremente introspectivos (“El sueño del niño”, Op. 35 es un ejemplo notable).  Estos dos discos se complementan para dar una visión transversal de la obra de Carreño y ojalá motiven más investigación musicológica. Las grabaciones de Rodríguez y Oehler resumen bien la visión autobiográfica de Teresa Carreño que, por su elocuencia, cierra este homenaje:

“…En realidad soy una mujer infeliz y a pesar de toda la gloria y de cuanto pueda tener, mi verdadera y única felicidad, además de mis hijos y de mi arte, es el cariño de aquellos a quienes amo.” (10)

Referencias

(1) SANGIORGI, Felipe. Música Sacra Venezolana desde la Colonia hasta el Siglo XIX.  Caracas: Fundación Vicente Emilio Sojo, Ministro de Estado para la Cultura y Consejo Nacional de la Cultura, 2004, págs. 5 y 10. (El ensayo acompaña el disco del mismo nombre, que compila grabaciones históricas del Orfeón Lamas y la Orquesta Sinfónica, bajo la batuta del maestro Vicente Emilio Sojo, en 1955 y 1960. Entre las piezas grabadas, están composiciones de Cayetano Carreño).

(2) ROJO, Violeta. Teresa Carreño. Biblioteca Biográfica Venezolana, Volumen 17. Caracas: C.A. Editora El Nacional, 2005.

(3) ROJO, Violeta. op. cit., pág. 90

(4) ROJO, Violeta. op. cit., pág. 96

(5) ROJO, Violeta. op. cit., pág. 95

(6)  Íbidem.

(7) ROJO, Violeta. op. cit., pág. 71

(8) Íbidem

(9) ROJO, Violeta. op. cit., pág. 69

(10) ROJO, Violeta. op. cit., pág. 88

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