Reina Pepeada
Lo que entonces fue descrito y reprochado por el autor ahora se convierte en una crítica de mucho más peso.

Las palabras que dicen los poetas para la escena, los contenidos de los dramaturgos, son como mensajes de naufrago: el que lo agarre es de él. Y, adicionalmente, esos contenidos ya no son solamente del autor que los escribió. Son del dominio público, aunque el autor siga cobrando legítimamente su 10% por derechos.

Una pieza teatral escrita hace veinte años puede olvidarse o recordarse para siempre, puede perder o ganar vigencia. Después de cavilaciones, borradores, café, escritura, revisiones de lo escrito, reescrituras, finalmente el texto queda vuelto arte final y la pieza llegará entonces a las manos de los intérpretes quienes tras nuevas lecturas, meditaciones, ensayos, errores, improvisaciones, más ensayos, más errores y hasta aciertos, café, mucho café, puntadas, martillazos, agua, escrituras en diarios de trabajo, composiciones de personajes, hechura de artesanía intelectual, emocional y física, obra de dios por los hombres: ¡la pieza se convertirá en arte final presta para compartirla con el público!

Así, más o menos, es como se desarrollan los montajes de las piezas teatrales. El público destinatario no vendrá o vendrá y dirá sobre la vigencia o no de ese milagro ¡porque siempre será un milagro —sobre todo en Venezuela— alcanzar a una o más temporadas de una pieza!

Creo que nuestro teatro venezolano sigue adoleciendo de tradición sólida. Hay todavía quien llama tiatro a esto que hacemos. Todavía nosotros estamos, cada quien a su manera, colaborando en la consolidación de una tradición teatral aún flaca. De manera que lo que hacemos es como un ladrillo para esa hermosa y poderosa construcción.

Si esa colaboración puede servir además para —como decía Bernard Shaw— pellizcarle el culo a la sociedad. Si ese ladrillo —teatral, metafórico— puede ser provechoso también para atestárselo en la cabeza al poder y sus adláteres, entonces la pieza tiene vigencia, tiene pertinencia. Y si ese ladrillo —como en la carambola del billar— puede alcanzar a ese compañero, a ese camarada, ese colega, ese dramaturgo que concibió las palabras para la escena hace veinte años ¡bastante mejor! Si el ladrillo encontró pegar en todas esas bandas entonces probablemente es que la pieza sigue teniendo vigencia. Su contenido es pertinente ¡y hasta urgente! ¡Y bienvenidas las carambolas!

En el caso de Reina pepeada, de Román Chalbaud, unos personajes nos ofrecen una historia, un fresco en movimiento del país que somos. No es más que una visión del país que seguimos siendo, sólo que ahora los colores de ese texto dramático y de este montaje que hacemos lucen desempolvados, recuperados, remozados, mucho más intensos y mucho más críticos de nuestra situación como país, manteniendo intactas las palabras escritas por su autor.

Lo que entonces fue descrito y reprochado por el autor ahora se convierte en una crítica de mucho más peso. Porque los asuntos de entonces, los problemas de aquel momento no han hecho más que agravarse con el tiempo y, consecuentemente, el montaje en la actualidad se nos convierte en una lupa aún más poderosa, capaz de seguir haciendo crítica amplificadamente sobre aquellos asuntos socioculturales que están peores.

En el devenir del tiempo, conocemos quiénes son los responsables de los agravios, tienen nombres, apellidos y sus crímenes no prescriben. Conocemos también las causas que agravaron los problemas de entonces y las consecuencias actuales quedan ahora más expuestas, más al desnudo. La historia no los absolverá.

Los ladrillos, los pellizcos caen sobre el propio autor, así como los amables ladrillos venidos del escenario caen sobre los espectadores para, ojalá, seguir revisándose cada quien en su conciencia acerca de lo que es como ser humano, acerca de lo que crea, acerca de lo que aúpa, acerca de lo que anima y empuña ideológicamente como conceptos y valores humanos. Allá quien ataje los mensajes de naufrago y ojalá saque el mejor de los provechos ¡incluyendo a aquellos seres que insisten en practicar la necrofilia ideológica!… ese amor apasionado por las ideas muertas.

¡Nosotros, artistas, vivos y jóvenes y viejos de alma lozana manifestante, amantes irredentos e irreverentes del arte y del país, podríamos subirle irreverentemente —más aún— el volumen a las contradicciones escritas en el texto y expuestas en el montaje de la pieza, a las contradicciones del autor consigo mismo, a los señalamientos hechos a esta sociedad de la que formamos parte, de tal manera que sean tres, cuatro y hasta cien y mil las nuevas temporadas que hagamos de esa pieza, se multipliquen los ladrillos y crezca la tradición! De tal manera que lo dicho allí nos ayude incluso a cambiar para ser mejores y ayudemos a convertir al país en una obra de arte. Nada menos.

+ LIBERTAD + EXPRESIÓN LIBRE + DEMOCRACIA

¡Se puede!

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