Mujeres y democracia en Venezuela
Las mujeres continuamos luchando por un proyecto democrático que nos incluya.

En el Día Internacional de la Mujer —originalmente de la Mujer Trabajadora— es imperativo recordar que, pese a los avances de las mujeres en el acceso a la educación y que hoy constituyen más de 60% de egresados de las instituciones públicas y privadas en Venezuela, y a pesar de su incorporación masiva al mundo del trabajo asalariado, hay evidencias de que las desigualdades entre hombres y mujeres se han acentuado en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural y política en nuestro país.

En el ámbito político, la exigencia de igualdad de las mujeres en relación con los hombres sigue generando controversias. Venezuela es el único otro país de América Latina que, junto a Guatemala, no ha tomado medidas para compensar las desigualdades reales de las mujeres en cuanto a oportunidades, acceso, trato y resultado en la política respecto a las que se otorgan a si mismos los hombres y que se manifiesta en una infra-representación de las mismas en los cargos de elección popular.

Hay quienes afirman que hay “otros temas más urgentes” y que la agenda que nos debe unir a todos, hombres y mujeres, es solo una: el retorno a la democracia. Sin embargo, exigir la participación política de las mujeres en igualdad de condiciones que los hombres y el fin de las desigualdades en la composición de los cuerpos decisorios no es una agenda aparte de la aspiración al retorno a la democracia en nuestro país, más bien, es la misma agenda, ya que se trata de mejorar la calidad de la democracia a la que aspiramos.

El tema es amplio, así que en el espacio de este breve artículo quiero referirme tan solo a dos puntos. Primero, mostrar la situación de las mujeres a través de algunas cifras que resumen la desigualdad existente, de manera de adelantarme a las expresiones de asombro de quienes dirán “¡pero si en Venezuela las mujeres están en todas partes, incluyendo en los cargos de poder!”. Y segundo, presentar argumentos sobre por qué la igualdad en la representación es una exigencia para superar un déficit de la democracia.

Empiezo por mencionar que el porcentaje de mujeres electas como diputadas a la Asamblea Nacional para el período 2016-2021 es de 20% contando las suplentes, y 14% si se trata de las principales. Como referencia, el promedio de legisladoras en América Latina es de 27.7%. De los 24 gobernadores electos en  2012, cuatro fueron mujeres, es decir, 16%, un porcentaje similar al de alcaldesas en el país. De manera que a grosso modo, podemos decir que por cada ocho hombres que detentan cargos de poder solo hay dos mujeres en la misma posición, con lo cual podemos afirmar que estamos lejos de lograr la igualdad.

El tema de la libertad, la igualdad, y la justicia —el anhelo de una justicia igualitaria, de tratar a los desiguales en forma igual porque es dentro del reconocimiento de la desigualdad que nos reconocemos como equivalentes desde el punto de vista humano y por lo tanto como iguales— forma parte de los problemas fundamentales que se plantea la lucha constante por la conquista de la democracia. Pero la democracia real tiene muchas limitaciones, fundamentalmente en lo que se refiere a la teoría y la práctica de la distribución del poder. Cualquier propuesta de democracia debe atender a que cada individuo real, concreto, hombre o mujer, vea respetados sus derechos civiles, políticos y sociales, para una mejor participación democrática. La democracia es por una parte una serie de procedimientos formales o medios, para tomar decisiones y formar un gobierno,  pero por otra, también es sustantiva y responde a una serie de fines como lo son lograr la igualdad. Este último propósito lo legitima la Constitución Nacional vigente cuando señala en su artículo 21 la importancia de medidas positivas para grupos discriminados, incluidas las mujeres.

La representación es el núcleo más importante para el funcionamiento de la democracia. Tomar medidas de acción afirmativa para que las mujeres estén representadas no significa que las mujeres representemos solamente los intereses de las mujeres o que representamos mejor a las mujeres —aunque los resultados en muchos países han demostrado que las mujeres legislan con mayor frecuencia que sus pares hombres a favor de la resolución de problemas específicos de las mujeres, de las familias, de los niños y niñas, del medio ambiente y a favor de la paz pues habiendo vivido y sufrido la exclusión y la violencia tienen una visión más cercana a sus intereses— sino que se sustenta en principios de igualdad normativa como equivalencia humana pues no se justifica un trato desigual siendo que somos sujetos de los mismos derechos fundamentales.

Las mujeres hemos logrado conquistas sociales, civiles y políticas y nada justifica que los hombres continúen manteniendo privilegios injustificados. Por esta razón, las mujeres continuamos luchando por un proyecto democrático que nos incluya.

#No hay democracia sin mujeres

nataliabrandler@gmail.com

www.asociacioncauce.org

@nataliabrandler

 

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