En mi breve paso por Caracas el año pasado me dediqué a hurgar en librerÃÂÂas en busca de textos de relieve, tanto en narrativa como en ensayo, también poesÃÂÂa. Encontré varios, no muchos.
Uno de ellos es esta suerte de memorias traspersonalizadas â€â€Âsi se me permite este término de una figura capital de la cultura en la Venezuela del siglo XX. Siempre sentàuna inmensa curiosidad sobre la intimidad de esa mujer cuya trayectoria profesional ya conocÃÂÂa desde finales de los años sesenta. Nadie tendrÃÂÂa que convencerme sobre su sagacidad periodÃÂÂstica ni su contribución al desarrollo de las artes en el paÃÂÂs. Allàestán, por decir lo menos, el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas y las páginas culturales de El Universal. Me preguntaba cómo serÃÂÂa el universo interior de un ser humano que alzó su vida en medio de la adversidad, a muchos kilómetros de su natal Moldavia, en una Venezuela que apenas despertaba a la era petrolera, donde habÃÂÂa muchas cosas por hacer e inventar. Una inmigrante pobre, de pequeña figura, frágil de salud, que habrÃÂÂa de casarse con uno de los más grandes de la literatura nacional y luego con un pensador de calibre innovador. También yo estaba consciente de que SofÃÂÂa ÃÂÂmber era mucho más que la esposa de Guillermo Meneses y de Carlos Rangel. Mucho más.
Al leer sus primera páginas pensé que Boris Izaguirre exageraba una pizca en el prólogo de La señora ÃÂÂmber, genio y figura, pues le conozco su admiración de larga data por ella y su entusiasmo innato ante el talento de sus amigos. Pero al leer el primer capÃÂÂtulo â€â€ÂYo encontré la frase «Mi nombre es SofÃÂÂa ÃÂÂmber y tengo 91 años». Una afirmación contundente, definitoria, con identidad y perspectiva, que da inicio a una reflexión global y detallista, a la vez, ÃÂÂntima y universal. A partir de esa definición comencé a devorar las confesiones que le hizo, a lo largo de tres años, a Diego Arroyo Gil, quien atinó en convertirlas en las memorias de una protagonista medular del siglo XX venezolano, gracias a una técnica que si bien no es nueva en esta oportunidad constituye una verdadera colaboración entre el personaje y su entrevistador, mejor, su conocedor. Un ejemplo: en Mi último suspiro Luis Buñuel se abre a Jean-Claude Carrière para reconstruir su vida. Claro, el guionista francés fue permanente colaborador del maestro aragonés. Lo conocÃÂÂa muy bien. Era su conocedor.
Ignoro los vÃÂÂnculos previos entre SofÃÂÂa y Arroyo Gil, no sé cuán amigos habÃÂÂan sido antes. Pero las 231 páginas del volumen evidencian un conocimiento profundo de su vida, afectos, ansiedades y definiciones personales. Suerte de autobiografÃÂÂa asistida que convierte al autor en el cronista de una existencia que pertenece a la vida pública del paÃÂÂs. El desarrollo lineal de la obra permite hacer seguimiento a los distintos momentos que vivió ÃÂÂmber, su llega al paÃÂÂs, sus primeros pasos y, algo muy importante, su vinculación con las artes venezolanas a través de Carlos Raúl Villanueva, Armando Reverón, Jesús Soto, Alfredo Boulton, Miguel Otero Silva, Hans Neumann, Jacobo Borges, Rafael Cadenas, Pedro León Zapata, José ignacio Cabrujas, Alfredo Silva Estrada, Juan Liscano, Soledad Bravo, tantos otros, y, en el exterior, de Octavio Paz, Pablo Picasso, VÃÂÂctor Vasarely, Ferdinand Léger, Paul Eluard, Pablo Neruda, Jean Arp, Jacques Prévert y los demás. Periodismo y cultura, las dos vertientes fundamentales de su vida.
Luego se suceden los dos capÃÂÂtulos más importantes del libro y también de la vida de SofÃÂÂa, identificados con solo dos nombres: Guilermo y Carlos. Acceder a los detalles de la primera relación permite no solo comprender a ambos personajes sino, sobre todo, el contexto histórico, cultural y polÃÂÂtico de Europa y América Latina, particularmente Colombia y Venezuela. La posguerra europea, las dictaduras venezolanas, a partir de 1944 se abren desde la perspectiva personal de esta mujer acuciosa e ‘intransigente’, como ella misma se consideraba. Años de ParÃÂÂs, de la bohemia cultural y de la apertura democrática a principios de los sesenta.
Luego vendrÃÂÂa la ruptura con Meneses y el encuentro con Rangel para reiniciar su experiencia afectiva. Por cierto, hace unos años me enteré que yo le habÃÂÂa hecho la última entrevista â€â€Âa finales de 1976, cuando era un reportero bisoño al narrador de El falso cuaderno de Narciso Espejo en su apartamento de San Bernardino, a petición de Mario Castro Arenas, periodista peruano, a la sazón director de la revista Momento, la misma que Meneses habÃÂÂa dirigido años antes. Lo recuerdo como un hombre triste, sin ánimo de vida. Se mofó de la admiración que yo sentÃÂÂa por su obra. Lamento no haber conservado esa entrevista.
Volvamos a La señora ÃÂÂmber, genio y figura. La segunda relación marca un giro importante dentro de su vida periodÃÂÂstica, cultural y polÃÂÂtica, a través de Buenos dÃÂÂas desde 1968 en Radio Caracas Televisión, Sólo para adultos en Cadena Venezolana de Televisión, hoy VTV, más tarde Venevisión, Yo, la intransigente, en El Nacional, la revista Auténtico, la publicación de Del buen salvaje al buen revolucionario, de Carlos Rangel, la fundación del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas y muchas cosas más. Luego la viudez y su impacto y sus consecuencias y sus recuerdos.
Arroyo Gil cambia el registro textual y lleva adelante una entrevista a la señora ÃÂÂmber, es decir, toma distancia periodÃÂÂstica después de haber estado ‘fusionado’ con ella. Una indagación más directa, lejana del tono de memorias de la periodista, sobre la creación del Museo de Arte Contemporáneo, su gran obra, sin duda los espacios expositivos más importante de la vida cultural de Venezuela, referencia no solo en el paÃÂÂs sino también en la región. Fui un asiduo visitante del MACâ€â€Âcomo lo he sido de otros museos en el mundo y siempre me sentàcómodo y gratificado en esa estructura que albergó muestras de muy alta calidad de todo el planeta. Era el orgullo de Caracas.
Luego el epÃÂÂlogo, reflexiones en ‘voz alta’ del autor sobre su personaje. Porque es evidente que con su trabajo de escritura Arroyo Gil se apropió â€â€Âen el mejor de los términos de SofÃÂÂa ÃÂÂmber, la hizo suya. De ahora en adelante, este libro será una referencia obligatoria cuando se estudie la obra y los aporte de una mujer que vino desde muy lejos para ofrecer y cumplir mucho a este paÃÂÂs que lamentó su muerte el 20 de febrero pasado.
Lo único que no entendÃÂÂ, a pesar de que ella misma lo explicó, es por qué no le gustaba el cine y el teatro.
LA SEÑORA ÃÂÂMBER, GENIO Y FIGURA, de Diego Arroyo Gil. Prólogo de Boris Izaguirre. Editorial Planeta Venezolana, 2016, Caracas. 231 páginas.