Clemente de la Cerda
¿Pueden las nuevas generaciones reconocer nombres del calibre de Román Chalbaud, Clemente de La Cerda (en la foto), Mauricio Walerstein?

Después de 120 años es muy posible que por simple costumbre, tradición o bagaje cultural sepamos que el 28 de enero demos por hecho que se celebra el Día del Cine Nacional en nuestro país, pero siempre vale la pena reflexionar sobre dicho asunto, reiteradamente con cada año que pasa y con la constancia que tendría un buen profesor de primaria, preguntarnos honestamente… ¿Qué es lo que estamos celebrando?

Especialmente hoy en día es esencial que nos hagamos dicha pregunta cuando estamos ante semejante contexto histórico, social, político y económico (da igual la naturaleza del asunto o como le quieran llamar) especialmente en un país donde, para empezar, nunca se ha establecido una llamada industria cinematográfica. Hacer cine en Venezuela hoy en día podría considerarse un privilegio, si es que no siempre pudo haberse considerado de esa forma.

Aun más al día de hoy, si se toma en cuenta que solamente el año pasado, el promedio de espectadores de las producciones venezolanas presentó una caída de 28.000 personas y cada día que pasa son menos las producciones nacionales que reciben financiamiento del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC), teniendo como consecuencia directa mucha menor difusión de estas mismas producciones y por supuesto, mucho menos son viables los presupuestos de cualquier tipo de proyecto de índole cinematográfico, ya sea en cuanto a producción, formación, difusión o incluso investigación.

Las mismas salas de cine, que muy poco tienen que ver con la realización de las películas y que todo su modelo negocio gira entorno a la proyección y a la venta de chucherías, se han visto en dificultades económicas desde el año pasado, cuando en ninguna otra parte del mundo podría resultar un escenario siquiera imaginable; cortes eléctricos, aumento constante en las entradas y perdida de ganancias diarias, reiterando que esto solo es el escenario de las entidades con capital económico privado, no querrán saber el drama por el que pasan diariamente salas alternativas donde se ve exclusivamente cine independiente o de autor.

Nuestro país está en crisis, ergo, nuestras escuelas de cine están crisis, las productoras de cine están en crisis, las salas de cine están en crisis, los cineastas están en crisis… pero  de todas las dificultades que tenemos y de las que seguramente vendrán, quizás la más peligrosa de todas a las que podría enfrentarse cualquier participe del cine nacional hoy en día: estar trabajando y haciendo algo por un público que es incapaz reconocer su propio cine.

¿Cuántos directores de toda la historia del cine de nuestro país pueden llegar a citar un venezolano promedio? ¿Qué cantidad de películas hechas y producidas en el territorio nacional podrá decir que ha visto en toda su vida? Más interesante todavía seria luego preguntar ¿cuántas será capaz de recordar con aprecio?, ¿Cuántos amigos, familiares o desconocidos en la calle nos atreveríamos a hacerle esas preguntas para obtener una respuesta favorable?

Este desconocimiento podría no significar mucho si habláramos de un territorio con una filmografía de dos películas por cada tres o cuatro años…pero la verdad es que en nuestro pequeño pedazo de tierra en solo tres o cuatro décadas se han hecho decenas de películas anuales, a veces con momentos muy malos donde se estrenan menos de nueve o seis, otros momentos muy buenos con casi treinta y quizás un punto intermedio entre diez o quince de manera constante. En fin, es una filmografía que existe, está ahí claramente, pero ¿realmente la conocemos?

¿Pueden las nuevas generaciones reconocer nombres del calibre de Román Chalbaud, Clemente de La Cerda, Mauricio Walerstein? El tercero era mexicano de nacimiento, pero se le quiere igual. ¿Podrán distinguir entre los ‘clásicos’ o algunas de las obras de referencia como La Boda de Thaelman Urguelles, Oriana de Fina Torres, Jericó de Luis Alberto Lamata o Golpes a mi puerta de Alejandro Saderman? Solo por mencionar algunas…

¿Qué hay de aquellos otros héroes en la historia de nuestro cine? Sin atreverse a decir que están olvidados, pero sin embargo; ¿podrán reconocer y recordar todos con el respeto que se merece a Margot Benacerrat por haber hecho Araya?, ¿Le sonara alguien el nombre de Carlos Rebolledo como antecedente clave para la fundación de la Escuela de Medios Audiovisuales de Mérida?, ¿Pueden los ‘guaros’ hablar de Amabilis Cordero y reconocerlo como un pionero del cine? ¿Podrán hablar de la vida del director de Los milagros de La Divina Pastora con la suficiente propiedad y orgullo? ¿Cuántas veces hemos leído o siquiera hemos escuchado algunos de estos nombres?

¿Qué tal de un tal Manuel Trujillo Durán que un 28 de enero de 1887 hizo la primera proyección (que se encuentre registrada) en Maracaibo de las primeras películas nacionales llamadas Un célebre especialista sacando muelas en el Gran Hotel Europa y Muchachas bañándose en el lago de Maracaibo? Coincidencia no es que esta celebración sea pues, un 28 de enero… ¿Podemos de verdad hacer colectivamente honor a esta fecha?

Quizás exista gente que aun recuerde algunos de esos nombres, sobre todo si se vivió en la llamada época dorada del cine venezolano en los ochenta… ¿pero cuánto tiempo ha pasado ya de eso? No basta solo con conocer los clásicos. Después de todo, se ha seguido haciendo cine venezolano, ¿estará alguno de esos seguidores del cine nacional de antaño al tanto del reconocimiento que este tiene actualmente?

En menos de cinco años nuestro cine ha sido galardonado con algunos de los premios más importantes a nivel mundial; Pelo Malo de Mariana Rondón gana la Concha de Oro en San Sebastián en el 2013, Azul y no tan rosa de Miguel Ferrari gana en los Goya como mejor película iberoamericana en el 2014, más recientemente, Desde Allá de Lorenzo Vigas gana el León De Oro en el Festival de Venecia en el 2015, que cabe destacar es uno de los más antiguos festivales de cine del mundo y que hasta ahora, ninguna película de América Latina había podido llevarse tan prestigiado premio.

Pero eso no es todo… El Amparo de Rober Calzadilla y La Soledad de Jorge Thielen, cuyas fechas de estreno se encuentran aún por definir dentro del territorio nacional, todavía están acumulando postulaciones en festivales extranjeros. Pero no tenemos que hablar solo de los largometrajes, existen trabajos de estudiantes de cine o incluso recién egresados con un material bastante interesante rodando por ahí nacional e internacionalmente…

¿Qué hay de aquellos jóvenes cineastas que aún no han realizado óperas primas pero que sus cortos ya han sido reconocidos dentro de plataformas como el Festival de Cannes? ¿Podremos hablar con propiedad de los trabajos de quizás Michael Labarca, María Gracia Saveedra o Héctor Silva Nuñez de aquí a unos años? ¿Se han preocupado los medios de comunicación o el ciudadano promedio por conocerlos a ellos junto a toda una nueva generación de talento emergente que está en todas partes del interior del país y que ha decidido hacer películas aun sin tener todos los recursos a su disposición?

¿Sabemos acaso el esfuerzo que implica hacer una película? Esto no es un llamado de atención por más que pueda parecerlo. Es un recordatorio de que el cine siempre ha sido y será muchas veces un trabajo arduo, constante y difícil, al que se le han venido miles de dificultades en todas sus épocas, ha llevado años y décadas de esfuerzo representar una visión particular de nuestro país, exponer una realidad o quizás un simple reflejo de nosotros mismos.

Obviamente, no debemos dejarnos engañar jamás por las pasiones o por nuestro propio criterio, jamás decir que algo que nos parece malo es bueno, pero esto no justifica que no podamos informarnos para formar una parte decisiva en el debate. No debemos apartarnos. Al contrario, existe un espacio para reclamar lo que nos gusta y por supuesto, enfocarnos en hacer algo para mejorar. Al final todos somos parte de él, todos tenemos una responsabilidad con él cine, todos los cineastas, distribuidores, difusores, investigadores, docentes, estudiantes, ciudadanos, venezolanos en general… nosotros también somos responsables de nuestro cine.

Toda acción, ya sea pequeña o grande, puede servir a nuestro cine, ya sea educándose sobre él, ayudando a su restauración, protegiendo con el necesario respeto a lo que estuvo antes de nosotros o muy bien quizás preocuparse por lo que se está haciendo y lo que vendrá en el futuro, tenemos todos que llegar a un consenso en el que él beneficiado no sea solo un determinado sector del cine, sino que el beneficiado sea el medio en sí.

De alguna u otra forma todos tenemos que hacer algún tipo una contribución con él. Por más de que esto suene a un reproche no se puede escapar de la realidad, siempre existirá una necesidad fundamental para que este trabajo continúe funcionando. Independientemente si es una producción privada o del Estado, la única forma de que se siga haciendo cine en Venezuela es que este sea visto, existiendo o no una crisis, forma parte de nuestra identidad cuidarlo correctamente de la forma que sea. Incluso algo tan sencillo como visualizar mínimo tres o cuatro películas nacionales al año… podría ser un buen comienzo.

El simple hecho de ver una película venezolana el día de su estreno puede considerarse una contribución ciudadana para que siga existiendo un cine nacional. Con él tiempo, cuando estas visitas casuales se vayan haciendo más frecuentes, se podrá hablar, se podrá escoger y se podrá debatir con propiedad sobre la existencia o no de un cine de calidad en Venezuela. Pero mientras tanto… sigamos preguntándonos que tanto sabemos de él y lo mucho que estamos haciendo en su beneficio.

Existe una pequeña frase que dice: “Un país sin cine es como una casa sin espejos”. Entonces vale la pena, especialmente un día como hoy, preguntarse ¿cuántas veces nos hemos atrevido a ver ese espejo? Tenemos 120 años con estos espejos en la sala de la casa, ¿qué tanto hemos hecho entonces por cuidar de él?

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