tamara-2
La actuación de Luis Fernández es gloriosa.

Especial para Ideas de Babel. El despertar sexual está vinculado con el inicio de la individualidad. Al comienzo de la existencia propia. En ese umbral comienza la épica del ser. El deseo de ser el otro puede consumir la necesidad, permanentemente, del ser mismo. El doble es una de sus representaciones, más emblemáticas; no es la única de la inconformidad existencial. La literatura de mediados del siglo XIX y principio del siglo XX, agotó el tema del doble en sus relatos, cuentos y novelas. Pretender ser quien está afuera­ es distinto a ser aquel que está dentro del propio ser, oculto por el ropaje pavoroso de la conciencia que censura con sus lí­mites y fabricados valores lo que la carne, los huesos y la sangre guarda con un pensamiento al que le es vedado la voz y el nombre. Solo le es permitido ser un monólogo en la trama cerebral allí, donde anida el espí­ritu, es algo luminoso. Allí, donde está el verdadero ser, ése que está prisionero en su condición de género o identidad enajenada, y a quien no le es permitido salir a la superficie y ser definitivamente, con la música que lo represente en la totalidad de su universo. Todo nombre contiene el destino de una persona; aun cuando no lo sepa o lo niegue.

Sin embargo, aquellos seres que la naturaleza complejizó en una elaboración excepcional, unas veces se plantean la determinación de corregirla en uno de los despertares más extraordinarios de su vida, si la ciencia lo posibilita, y así las leyes no lo quieran. Este propósito y desafío rebaza a la razón lógica que no comprende o se niega a comprender, algunas veces. La psiquiatría queda en vilo en esta realidad. Tanto así, la ideología ante la ontología del ser. En la historia de los totalitarismos, abundan los campos de concentración para homosexuales y transexuales. La conducta impropia que no se debe tolerar, a menos que se reeduque, como decía Fidel Castro.

Mas puede ocurrir que el primero que se resiste a reconocer al ser es el ser mismo enfermo de miedo, porque le pesa la sombra y los juicios de los demás. Aunque, en una desafiante rebeldía, un día puede asumir al entrañable ser que lo habita, y otras, rechazarlo, condicionado por los preceptos de la cultura y la sociedad. Esta última opción deriva un riesgo: elegir un suicidio en vida o un suicidio definitivo. Ciertas palabras, agazapados murmullos, miradas fisgonas, pueden llegar a ser cuchillos que matan al ser verdadero de una persona que ha empezado a asumir lo que quiere ser.

El sabotaje vil de una sociedad sin compasión lo persigue, lo acosa, lo juzga y lo condena. Mientras la mente y el cuerpo se debaten en una lucha íntima, terrible e inconfesable, el ser angustiado se mira en el espejo, ensoñando el verdadero traje de su alma: la libertad de ser en otro cuerpo, con otro rostro que ronda entre la niebla de su pertenencia. Esa es la ontología desesperada que narra, magníficamente, Elia K. Schneider, en su nueva película Tamara.

El film aborda la transexualidad de Teo Almanza. Un personaje que busca redimir el ser que verdaderamente es. Porque aproximándose a los cuarenta años de su existencia, no quiere que su auténtico ser siga escondido, en un cuerpo ajeno que no le pertenece y que lo domina.  Teo busca ayuda psiquiátrica; la experiencia con esta  tiende a sucumbir al fracaso. No terminan por comprenderlo. El diálogo terapéutico de Teo con la psiquiatra —creemos verla vestida siempre de gris, con un rostro sin expresión— es obstaculizado por los razonamientos despiadadamente objetivos de ésta, con absolutismos clínicos, donde la subjetividad de Teo es obligada a quedar prisionera, aún más, en la naturaleza del cuerpo y la mente en conflicto. Los encuentros del paciente Teo con la psiquiatra, interpretada magistralmente por la actriz Julie Restifo, llegan a ser espeluznantes. Memorables. Julie Restifo construye  a una psiquiatra gélida, fría, mortal ante la desesperación de Teo, que la mira inerme con los ojos enrojecidos, al borde de las lágrimas o a merced de  la víbora. Llega un momento, en que la boca de la psiquiatra se abre, redonda y profunda, y su cabeza se suspende, alargándose hacia el techo, igual que un personaje de Frank Kafka, sin llegar a decir nada en el helado vacío de su consultorio.

Ante la demanda de iniciar un cambio hormonal y después operarse, la psiquiatra esgrime la advertencia de las consecuencias, si su paciente cruza el umbral de la transmutación. Como espectadores, tenemos la impresión de que la psiquiatra es una defensora de la conducta del cuerpo y la mente hondamente identificados, preservados por los convencionalismos de la “normalidad”. Es decir, el cuerpo no puede sustituirse por otro, si la mente y el espíritu lo quieren. Es un imposible moral, y sí un posible ahora para la ciencia, a pesar de ser juzgado y condenado por  la cultura de una sociedad, que no termina por reconocer al otro. En esa lucha de poderes, Teo Almanza encuentra su ventaja y, al final, toma la decisión ante la psiquiatra que encarna la soberbia actriz Julie Restifo. Entonces, a la psiquiatra no le quedará otra opción que darle la autorización a Teo para hacerse la operación, que habrá de permitirle convertirse en la espectacular mujer que lo habita.

La mayoría de los vínculos afectivos de Teo Almanza giran en torno a las mujeres que pautan límites en las relaciones y en el mismo amor. Mujeres que al conocer la doble vida de sus maridos, se espantan, huyen. Su madre, quien fue la primera que conoció su conflicto de género, le advierte, cuando Teo regresa de París, al enterarse de que su único hermano murió en un accidente de cacería, que algunas cosas deben mantenerse en ‘privado’. Lo dice con un dejo de  debilidad penosa y resignada. Obviamente, es perceptible en la vestimenta y en el look con el cual ha llegado de París. Teo en  la Ciudad Luz fue más libre, mientras hacía su postgrado en Derecho. Al enfermar su madre de cáncer, la idea de regresar a París es clausurada y Teo se ocupa de ella, hasta que muere. Ante su cadáver, Teo mira el rostro de su madre tal como puede mirarse una máscara de porcelana.

Teo ingresa en una universidad con el cargo de profesor de Derecho, con la identidad del hombre que lo enmascara. En su proceso de cambio de género sexual, profesores y alumnos se van percatando de quién realmente está emergiendo a la superficie. Con su desenfado, Teo Almanza ha decidido juzgar el mundo de las miradas, exponiéndose, siendo más que el asombro. El escándalo prospera y el consejo universitario decide discutir, en una de sus sesiones, si Teo Almanza debe continuar o no dentro del recinto universitario en su rol de profesor. En un largo debate, Teo Almanza termina por ganar su permanencia de profesor en el recinto universitario. Sin embargo, eso no impide que en el recinto de sus clases, la burla  lo  alcance.

Teo Almanza se casa con una pianista y construye una familia, hasta que la necesidad que lleva adentro le hace buscar, en la noche profunda de la ciudad, entre los transexuales que ejercen la prostitución y son acosados y reprimidos por la policía, una relación que le permita comprender el proceso de cambio de sexo, sus probables riesgos y éxitos. El primer encuentro acontece con Carmencita. Personaje marginal y noble, que con su pureza estremecedora, comprende la ansiedad de Teo Almanza. La esposa de Teo lo descubre, en sus investigaciones de cambio de sexo, en la internet. Maquillado como una mujer, en la madrugada, frente al computador. Teo le cuenta todo la verdad de su conflicto y espantada se aleja —con sus dos hijos— de la vida Teo. Teo Almanza comienza  a vivir solo e inicia una relación con Ana, muchacha que reside en una zona humilde —interpretada notablemente por ese candor de Prakiti Maduro— y que trabaja en la biblioteca de la universidad. Teo y Ana se enamoran. Ana tolera y juega ebria con la ambigüedad sexual de Teo, mas no soporta que esa ambigüedad se defina y llegue a concretizarse. Sin embargo, al operarse Teo, Ana se dedica a cuidarlo. El amor entre ellos continúa. Pero ahora Teo no necesita del amor de una mujer, sino de un hombre que debería llegar en cualquier momento. Quizás el hombre ideal que dejó atrás.

Luego vendrá la lucha por cambiar de nombre, hasta llegar su solicitud hasta las altas esferas: el Tribunal Supremo de Justicia. Porque ya no debe llamarse Teo Almanza, sino Tamara Almanza. La suprema  justicia tarda para reconocer su nombre, sometiéndole a vejámenes públicos.

En esta película, muy bien narrada y dirigida, con una atinada interpretación, brillan los hallazgos de su directora. Porque el film de Elia K. Schneider está apoyado en el diseño y en la fuerza caracterológica de cada uno de los personajes de la trama. Transparentados en su propia existencia. Como espectador quedé conmovido. Es una película extraordinaria, trascendente. Supera en su concepción y realización, aquellos filmes que han abordado el tema. La actuación de Luis Fernández es gloriosa. Su interpretación de mujer es única en la historia del cine. No hace de mujer, es una mujer. Es un logro grandioso. No actúa, es el personaje. No hay simulación. Me encanta cómo va emergiendo la mujer que habrá de ser, en toda la historia de la película, hasta que consolida su poder, representado en su legitimidad y dignidad. No se rinde, mata a la cucaracha.

edilio2@yahoo.com

@edilio_p

About The Author

Deja una respuesta